Columna: Transantiago, ahora o nunca
Es un alivio terminar el año con el ministro Andrés Gómez-Lobo anunciando reformas al Transantiago. Y es que para miles de usuarios se hacen muy largas, demasiado, las 28 horas semanales perdidas en el transporte público de superficie, las que equivalen nada menos que a 14 días al año. Es un dato que cuesta asimilar. Por lo mismo es que el ingeniero francés Georges Amar, asesor de la ciudad de Nueva York, dio un golpe a la cátedra al hacer visible que el principal espacio público de una ciudad es el interior de un bus; es donde más horas permanecen los ciudadanos.
El otro dato también difícil de absorber es que el 75% de la población, ese que se mueve en transporte público, avanza lento porque las vías segregadas están siendo invadidas por vehículos privados, los que, al no haber sanción, siguen en aumento. A su vez, como ‘una cadena delictiva’, al avanzar lento hay usuarios que dejan de pagar el pasaje.
Mi vecino Jaime Márquez, arquitecto urbanista, no se olvida de “la peste amarilla”, el sistema anterior al Transantiago. Alta congestión a toda hora, muchos vehículos casi vacíos, máquinas antiguas de nula mantención y motores altamente contaminantes.
Los conductores cumplían horarios excesivos, su mal trato era parte del imaginario santiaguino y ellos mismos cobraban con una mano mientras maniobraban con la otra. Como los empresarios les pagaban por pasaje cortado, se demoraban o aceleraban para subir más gente, aunque fueran colgando de la pisadera. Los santiaguinos circulaban a 12 kilómetros por hora, cautivos de un sector de la economía que, como me recuerda mi vecino, fue denunciado por el Consejo de Defensa del Estado por concentrar parte del lavado de dinero en Chile. Muchos celebramos el plan del Transantiago, porque pondría fin a esa pesadilla.
Mi vecino urbanista también puso ojo en su llegada. Y comenzó a observar sus falencias… No hubo un número suficiente de máquinas aceptables, y se aceptaron algunas deficientes; no se exigió que los choferes fueran preparados, por temor a no contar con el número suficiente; se aceptaron empresas dudosas; se lanzó a operar sin tener listas las pistas segregadas; no se diseñaron y construyeron los perfiles y radios de giro mínimos necesarios; no se comenzó con el sistema operativo digital, el que todavía no está completo, y la malla de recorridos no fue funcional a la localización de los centros de educación y salud.
¿Y entonces?
Todo eso estaría entre los pendientes. El Transantiago no está listo, está en construcción. Se echan de menos más paraderos estancos, para permitir el prepago que acorte los tiempos de detención, y la construcción de andenes centrales en ejes de doble sentido para buses con puertas a la izquierda. El escenario es complejo porque muchos usuarios se trasladaron al automóvil o, aprovechando la mala imagen del sistema, evaden el pago.
El 2017 es un año crucial, con nueva licitación y reforma al Transantiago, la que incluye, como promete ahora el ministro, un máximo de 12 minutos de espera en paradero. Es otro avance hacia la operación completa.
Con ilusión y esperanza aquí estamos, esperando el Año Nuevo.
Se echan de menos más paraderos estancos, para permitir el prepago que acorte los tiempos de detención.