Buenos Aires: La (re)construcción de la periferia
Por Guillermo Tella y Jorge Amado, Licenciado en Urbanismo.
La ciudad se ha destacado a través del tiempo por sufrir constantes cambios tanto en su estructura física como en su organización social. A fines de la década de 1970 comenzó a ser observada la emergencia de un nuevo orden global urbano, sobre todo en el aspecto económico, que provoca y sustenta una serie de intensas transformaciones socioterritoriales.
La ciudad actuó como vehículo por el cual se realizan, se expanden y se profundizan dichos cambios, incidiendo notablemente en todos los ámbitos de la vida urbana y, por consiguiente, en los estudios urbanos de la época. En los procesos de globalización el capital financiero cobra relevancia y permite una nueva organización de la actividad económica ligada a la ciudad, que se caracteriza por contar con una estructura espacialmente dispersa y, a la vez, globalmente integrada.
En este sentido, la Aglomeración Gran Buenos Aires en particular, participó de una red de ciudades globales con una posición semiperiférica, como enlace de alcance regional. Esta situación, y especialmente las características históricas del desarrollo urbano de Buenos Aires, se manifiesta aún en su actual estructura socioterritorial generando una fisonomía y tipo de crecimiento particular, distante de los modelos tradicionales del llamado evolucionismo ecológico.
El proceso de metropolización de Buenos Aires ha sido particularmente abordado por Horacio Torres, un prestigioso académico argentino que se abocó a los estudios urbanos y que, por su producción teórica y sus avances computacionales y estadísticos. Torres sustentó sus trabajos con datos de base tomados de los censos nacionales de población y vivienda, a través de los cuales abordó este proceso para reconocer cierto orden en la periferia como territorio estructurante.
Para ello, elaboró una serie de “mapas sociales” mediante los cuales asignó atributos que relacionaron el nivel de estatus de los habitantes con su lugar de residencia, generando un sistema de estratificación social para diferenciar lo que denominó zonas buenas de zonas malas. En tal sentido, Torres sostuvo que: “la estructura espacial no debe ser vista solamente como la arena en la cual la vida social se desarrolla, sino como el medio a través del cual las relaciones sociales se producen y reproducen”.
Desde allí resulta relevante comprender la idea de periferia y en qué medida la descripción de lugares y la construcción de mapas contribuyó -a partir de una marcada delimitación y distribución espacial de grupos sociales- a establecer categorías de segregación y diferencias urbanas. Así, reinterpretando la noción de periferia que se construye implícitamente, tomamos una lógica de abordaje que implica recuperar temas y problemáticas sustanciales que la periferia urbana de Buenos Aires asume desde aquellos años.
De cara al debate actual
La Aglomeración Gran Buenos Aires, inserta en una red de ciudades globales, ha dado cuenta en sus últimas décadas de una periferia que se presenta como territorio en transición. Allí la ciudad manifiesta una discontinuidad del tejido edificado, una ocupación fragmentada y una pérdida del paisaje rural. En contraposición con las áreas centrales consolidadas, se encuentra sometida a un fuerte proceso de polarización que tensiona la interacción entre relaciones sociales y estructuras espaciales.
Desde esa perspectiva, la noción de periferia implícita ofrece algunas categorías para el análisis de su devenir. La noción de periferia evoluciona y se complejiza en el intento de espacializar lo social. La identificación de estadios o escenarios de esa evolución ofrece constantes y matices. Caracterizada como zona mala por mejorar, que se aleja del centro, le ha sido atribuida a los sectores populares que pujan por su legitimación como colectivo: primero, en términos de refugio de migrantes autosuburbanizados; luego, de disputas por condiciones mínimas para autoconstruir sus viviendas; y por último, como amparo del territorio frente a las élites que intentan desplazarlos.
Entre constantes y matices, el autor construye y reconstruye la noción de periferia en base a la diferenciación de lugares: por un lado, la instala como límite simbólico de la expansión de la pobreza; por otro, se define mediante un grupo social autopercibido; y finalmente, como producción social colectiva, modelada por luchas y alianzas. Con lo cual, a través del relato de sus mapas -signado por el dinamismo, el conflicto y el cambio en las relaciones de fuerza-, no sólo se diferencian lugares sino que, además, se establecen límites a sectores sociales mediante marcas simbólicas que otorgan estatus y poder.
De cara al debate actual, emergen como discurso del autor algunas categorías para el análisis. Hablamos de una periferia entendida como zona de frontera que no sólo se diferencia de las centralidades, sino que también en su interior deslinda un afuera no urbanizado, hostil, incierto, temido; y demarca un adentro signado por carencias, ausencias y privaciones. Y hablamos también de la periferia como un entramado de poder que condensa relaciones y disputas entre diferentes sectores sociales, y que en esas interacciones es donde en efecto se produce y reproduce como tal.
Este proceso de cambio genera nuevas relaciones entre espacio, poder e identidad, y se expresan mediante símbolos y elementos materiales que comunican ideas y valores y que contribuyen a ordenar y a reconfigurar el territorio, la población, las inversiones, etc. De modo que encontramos varios discursos socialmente legitimados en esta noción de periferia: el discurso del orden, dado por el Estado a espacios y actividades; el discurso del poder, dado por las luchas sociales y las relaciones de fuerza instaladas; y el discurso de la diferenciación, dado por cualidades socioterritoriales.
En consecuencia, en la noción de periferia se establece una relación dialógica entre la reproducción de la ciudad y la reproducción de la vida. Mediante elementos de estatus, poder y diferenciación, ofrece como aporte al debate un discurso que no sólo se remite a la ubicación y delimitación de lugares, sino que además, desde una dimensión simbólica, ordena las relaciones de fuerza, las diferencias de lugares, las distancias sociales.