Columna El Observador Urbano: Santiago, cuando se acerca a la nieve

Por Miguel Laborde, El Mercurio.

Lo más temido y lo más valorado se presentaron juntos la semana pasada: una nevazón generosa y un movimiento sísmico enérgico, como para cerrar el invierno y anunciar la pronta llegada de la primavera.

Ambos fenómenos tienen un centro en Santiago, porque de aquí al norte hay menos volcanes y hacia el sur baja la altura de las montañas. La nieve, una vez más, fue el gran espectáculo del año. ¿Llegaremos al año 2050 con aire limpio, para que la cordillera de los Andes vuelva a ser el gran paisaje de Santiago?

Fueron cientos los santiaguinos movilizados por la nieve y miles las fotos tomadas con teléfonos celulares, muchas desde los miradores del San Cristóbal, que permitían contemplar varios kilómetros de nieve a lo ancho de la Región Metropolitana.

Muchas imágenes se subieron a Instagram y Flickr y las redes sociales se agitaron como si el invierno hubiera quedado atrás y ya pudiéramos recibir al mes de septiembre con su primavera.

Apareció en plenitud la masa de El Plomo, espectacular y sólida, como un símbolo eterno. Por eso es que los incas lo llamaron Apu, señor, protector o guardián del valle, por ser una “montaña viviente”. Está, con razones bien fundadas, en lista de espera para ser reconocido como Patrimonio de la Humanidad.

No solo es alto, sino también ancho, y eso le da una presencia que tranquiliza cuando hay sismos. Sereno, su masa produce calma. La nieve, en su pureza, inducía al diálogo con el misterio de lo sagrado. Los indígenas subían El Plomo con ofrendas, atravesando la tierra consagrada, la Apuquindu, quizás por cuántos siglos. En su blancura, donde los rayos de sol brillaron todo el fin de semana, la ciudad se alegró.

El mentado y celebrado Nicanor Parra, recordando su adolescencia en el poema “Epopeya de Chillán”, escribió que la nieve “en la empinada torre de la montaña canta/como un pájaro suelto”…

La cordillera de los Andes está cargada de mitos y significados. A su manera, hicieron lo mismo los suizos, cuyos Alpes escarpados maldecían a los viajeros que arriesgaban su vida en el cruce; poco a poco fueron difundiendo el relato de que la pureza de las montañas tiene una dimensión espiritual, que eleva al ser humano y lo acerca a lo trascendente.

Se nos borró eso con el esmog. Ahora, cuando subimos a mirar el paisaje desde el San Cristóbal, tenemos que agradecerle al arquitecto Carlos Martner (Premio América 2007) que con sus notables obras que son miradores haya tendido puentes imaginarios que acercan la cordillera al parque Metropolitano. Cuyos cerros, precisamente, son un brazo andino que bajó al valle para dominarlo son sus alturas. En los años 60 proyectó Martner las piscinas-miradores Tupahue y Antilén, y en estos años últimos, ahora con Humberto Eliash, concibió un anfiteatro al que se accede desde Antilén, en el sector de Los Gemelos. Es un lugar abierto al espectáculo de la cordillera, poco utilizado, para 300 personas sentadas o 1.000 de pie, desde donde la visión de Santiago, ubicándose en sus dos miradores adyacentes, es total: 360 grados. Ahí, como antes, las soberbias montañas nevadas vuelven a ser el magnífico telón de fondo sobre el cual se recorta la silueta de Santiago.

Más información: www.parquemet.cl

Altura

Fueron cientos los santiaguinos movilizados por la nieve y miles las fotos tomadas con teléfonos celulares, muchas desde los miradores del San Cristóbal, que permitían contemplar varios cientos de kilómetros de nieve a lo ancho de la Región Metropolitana.