Vidas turbulentas

Por Sebastián Sottorff, El Mercurio.

Peralito es el vecino más cercano que tiene el Aeropuerto Arturo Merino Benítez. En contraste con el moderno terminal, las calles de este poblado son de tierra y en sus precarias viviendas la rutina gira en torno a los aviones, los decibeles y la incertidumbre frente a una erradicación que pondrá fin a medio siglo de difícil coexistencia.

¿Temblor o aterrizaje?

Esa fue la pregunta que la madrugada del 27 de febrero de 2010 rondó en la cabeza de Olga Galaz y su familia.

Acostumbrada a los efectos que el constante tráfico de aviones genera en su casa de Pudahuel, no se percató de que lo que se inició a las 03:34 era una megasismo y no el arribo de una aeronave comercial a metros de su frágil vivienda de madera.

Y, como suele pasar cada vez que los aviones surcan el espacio ubicado justo arriba de su casa, las murallas esa noche comenzaron a vibrar.

“Pero no era na’ un avión”, recuerda con una sonrisa en el rostro, mientras revuelve una olla con lentejas. Detrás de ella, una pequeña ventana encuadra el paso constante de los gigantescos pájaros de metal.

Si alguien se pregunta qué lugar de Santiago debe convivir, día a día, con el agitado ir y venir de un aeropuerto, la respuesta es Peralito. Una precaria población de Pudahuel conformada por un conjunto de casas y emplazado al poniente de las pistas de aterrizaje del terminal aéreo.

Durante medio siglo, Peralito ha crecido, mutado y subsistido junto al ruido y las vibraciones producidas por un incesante y cada vez más intenso tráfico aéreo capitalino. Apenas poco más de 500 metros separan la vía aérea de las casas levantadas con madera y latón.

Molestias que para las cerca de 68 familias que hoy viven en este lugar se intensificarán a partir de septiembre, cuando en el Aeropuerto Arturo Merino Benítez se inicien las reparaciones de su pista principal y transfieran parte de sus operaciones a la segunda pista, que es precisamente la que se ubica más cerca del poblado.

La polémica no es nueva, puesto que un estudio de impacto ambiental ya restringió el horario de uso de esta pista para no concentrar los movimientos aéreos durante la noche, permitiendo así el descanso de los vecinos. Todo eso cambiará cuando el complejo aéreo comience el mentado trabajo de remodelación, arreglos que poco les importa a los habitantes de Peralito, un pueblo que poco o nada tiene que ver con el aeropuerto, afirma Olga.

-Ya estamos acostumbrados al ruido y a que nunca nadie nos escuche o nos pregunte nada. Yo sé que varios niños tienen problemas de audición por esto.

Su casa, ubicada junto a una acequia de aguas estancadas, está construida con material ligero, no tiene agua potable ni baño al interior del inmueble ni electricidad. La mujer vive con su marido y sus dos hijos de manera irregular, como casi todos los vecinos de Peralito, porque el terreno que ocupan no es suyo. Ella lo sabe y asume que, tarde o temprano, el despegue de este lugar se tiene que producir.

Postales del pasado

Peralito nada tiene que ver con el Chile que se vive cruzando la carretera. Este lugar es, al contrario, una evidente postal de subdesarrollo. Su calle principal y su enmarañada red de vías locales no son más que caminos de tierra repletos de perros vagos y cúmulos de escombros.

Cuando llueve, tienen que pasar varios días para que la tierra por fin se seque, mientras la humedad se cuela por las rendijas de las casas y muchos vecinos pasan el invierno arrastrando problemas respiratorios. En verano los zancudos se transforman en una plaga difícil de soportar.

Pero es el ruido lo que literalmente no deja dormir a estas personas. El tráfico aéreo es una molestia incesante con la que han tenido que aprender a convivir. Muchos, de hecho, solo se resignan y pocos se quejan ya de los decibeles.

-Es como si hubiera estado siempre. Cuando llegas, te asustas y no puedes ni dormir. Pero, con el tiempo, todo se pasa. Lo que no significa que sea agradable para uno vivir acá.

Josseline Ortega habla en su vivienda, camuflada entre cerros de madera, mientras su sobrino Martín, de dos años, revolotea junta su hija Daniela, de cinco. Al fondo, casi donde se acaba el patio de la casa de aires rurales, no menos de cuatro aviones aterrizan y despegan en un par de minutos.

Nadie en este lugar tiene muy claro qué fue primero. El aeropuerto de Santiago inició sus operaciones en este lugar en 1967 y ya por esos años había numerosas chacras en el lugar. Tratando de hacer memoria, Carlos Pino no logra dar con los cálculos acerca del año en que se instaló junto a su familia.

-Yo, al menos, llevo más de cincuenta años viviendo aquí.

Destino incierto

Si los vecinos de Peralito no saben cuándo llegaron, al menos hay más claridad de cuándo se irán. Las estimaciones hablan de que entre 2018 y 2020 se deberían concretar las expropiaciones de esta área para ampliar el aeropuerto. El Ministerio de Vivienda ya ha concretado catastros y tratativas para implementar un plan de erradicación, todavía no definido.

El alcalde de Pudahuel, Johnny Carrasco, dice que aún no tienen información oficial de parte del MOP acerca de los trabajos y sus efectos.

-Creo que nadie se opone a que mejoremos nuestro aeropuerto internacional, pero quienes toman estas decisiones deben entender que un aeropuerto debe preocuparse también de su entorno. Ese entorno tiene un nombre y se llama Pudahuel.

El edil señala que el municipio trabaja para establecer un plan de erradicación concreto para las familias. Mientras, todavía se sigue distribuyendo agua en camiones aljibe para abastecer del elemento a este sector.

Estrella Contreras atiende uno de los pocos almacenes de Peralito. Además de un expendio de abarrotes, este humilde establecimiento es el epicentro social del pueblo. Acá, muchos vecinos socializan los problemas que, por estos días, les afectan como comunidad: la falta de leña, el incontrarrestable arribo de la droga y los aviones. Estos aparatos ya son parte del repertorio habitual de las conversaciones y su tránsito se ha vuelto un tema difícil de ignorar.

-Casi nos sabemos los horarios de todos los que pasan -cuenta riendo Álvaro Valenzuela, mientras deposita una moneda de 100 pesos en una de las máquinas de apuesta que hay en el local. Justo cuando jala la palanca del artefacto, se escucha a lo lejos la vibración de un motor. “Ese va pa’ Antofagasta. Estoy seguro”, agrega.

Sus amigos ríen, la dueña del boliche cuenta algunas monedas y se calla. No les queda más que tomarse el tema con humor.

Ninguno de ellos ha abordado nunca un avión. De hecho, muy pocos han podido salir alguna vez de Santiago. Sí es cierto que varios vecinos trabajan en el terminal, pero muy pocos se benefician directamente de las operaciones comerciales del lugar.

-Mi hija les tiene miedo a los ruidos fuertes y a los camiones. Debe estar media traumatizada con la bulla.

Katherine Cubillos habla mientras le saca los clavos a una interminable pila de tablones de madera. Porque acá la única forma de mantener el calor de las casas es la leña. Y cuando se habla de leña, se habla de paneles, cajones de fruta o los restos de una construcción deshecha.

Mientras hay fechas en el año, como la Fidae o la Parada Militar, que son ampliamente apreciadas por los capitalinos, son estos días los que más pesan en Peralito. Tanto, que en ocasiones como esa, la impotencia ha llevado a algunos de sus pobladores a apedrear el paso de los jets.