El largo camino para que todos pudieran zambullirse en las piscinas públicas

Por Vanessa Díaz B. Centro de Documentación, El Mercurio.

Aunque en la actualidad muchos edificios y condominios las han incorporado como parte de su infraestructura, hace medio siglo, poder disfrutar de una de ellas era considerado un privilegio.

Pese a que aún no llega el verano, el calor de estos días ameritó la apertura oficial de la temporada de piscinas.

Y es que a la hora de capear las altas temperaturas, los santiaguinos, por décadas, han recurrido a las más variadas formas; algunas, incluso, han debido ser tratadas como una problemática social en su momento.

En los años cincuenta, la preocupación de las autoridades se centraba en la falta de higiene que exhibían en sus instalaciones las pocas piscinas públicas que existían en ese entonces. Precisamente, un editorial de “El Mercurio” de 1951 señalaba: “No basta con que se haga observar al usuario la práctica de bañarse o ducharse cuidadosamente, con jabón, antes de entrar en ellas (…), la empresa también debe cuidar del perfecto aseo de toallas, trajes de baño, cuartos para necesidades higiénicas, etc.”.

A comienzos de los 60, la alcaldía de Santiago llamó a una licitación para la construcción de una serie de piletas públicas para la Plaza Bogotá, el Parque San Eugenio y la Población Arauco. Esto con la finalidad de que niños de escasos recursos pudieran refrescarse durante la época estival y también para evitar que pusieran en riesgo su vida bañándose en los canales, acequias o ríos, como lo hacían en ese tiempo.

Adelantadas a esta problemática, las poblaciones “Huemul II” y “Huemul III”, cuyos edificios fueron construidos en 1946, incorporaban una piscina en la parte central, la que era cuidadosamente vigilada por los dirigentes vecinales, quienes solo permitían el acceso a residentes y familiares, aunque hacían excepciones con niños vulnerables que no pertenecían al sector. “Ellos también tienen derecho a pasar algunos momentos agradables”, decía un vecino.

Pese a los avances que se producían en esta comuna, había otras, como Renca, sin recursos para permitirse estos gastos. En una entrevista, el entonces edil Luis Jiménez señalaba que, de los 120 mil habitantes del sector, casi el 95% eran obreros, “que no poseen los medios económicos necesarios como para salir a las playas o ir a las piscinas de Santiago, Las Condes o Ñuñoa. En todos estos sitios, los precios de las entradas son excesivamente altos”.

Consciente del problema, la Corporación de Mejoramiento Urbano del Ministerio de la Vivienda anunció en 1967 la idea de construir una red de lugares de esparcimiento popular, en donde la edificación de piscinas y balnearios tendrían prioridad. El Parque Metropolitano iba a ser el sitio donde se construirían gimnasios, canchas deportivas y sobre todo, piscinas.

Esto, porque aunque existía la “Tupahue”, que se había inaugurado un año antes, su difícil acceso y altos precios constituían una limitante para las personas de menores ingresos.

Varias se sumarían después, como la alberca que construyó un juez en Conchalí, a la que llamó “Balneario Mirasol”, y la Piscina Monumental en el Parque Cousiño, con capacidad para tres mil personas. Todas buscaban dar acceso, con precios módicos, a los más pobres.