El cese de los flujos en el espacio público

Por Javier Zárate, Sociólogo

La construcción del territorio se manifiesta en el espacio físico a partir de los valores dominantes que se promueven desde el poder, configurando la vida cotidiana y el comportamiento social. Al respecto, la urbe como construcción ideológica del territorio se cimienta sobre un contexto mercantilista enfocado principalmente en objetos de transacción material sobre el espacio, lo que puede denominarse como el flujo de bienes y servicios (mercancías).

Para dicho propósito los espacios urbanos se construyen como espacios de tránsito, como la sucesión de galerías y vitrinas dispuestas dinamizar la oferta y la demanda, invalidando por completo la quietud y el estancamiento (antagónicos al progreso y el dinamismo) Los espacios de ocio como las plazas y los parques -que constituyen espacios de quietud- son sustituidos y reducidos por espacios de flujo como los malls, articulados por una red de pasillos y de vitrinas donde el individuo se ve imposibilitado de la quietud. Los espacios urbanos son principalmente de transito, de anonimato e intercambio y la tendencia actual es a incrementar y a acelerar dichos espacios como flujos de información por los cuales el individuo transita y consume.

Los flujos sustraen la individualidad en tanto imposibilitan la apropiación del territorio, funcionalizando la actividad humana desde la lógica de la transacción, y no desde la producción misma del espacio. El acto creativo es remplazado por el acto de adquirir (consumo) y la producción remplazada por la transacción, negando la posibilidad de construir el espacio como una entidad creativa y creadora. Los flujos constituyen una deshumanización enajenando al individuo de lo público al no existir un anclaje territorial construido por quien lo habita.

La constante negación del ocio, la reflexividad, la contemplación, somete al individuo en una suerte de malestar al tener imperiosamente que necesitar del espacio y de los flujos mercantiles pero a su vez al ser constantemente negados por estos. El valor primordial que las ciudades le dan a la rapidez de los flujos niegan la introspección, la posibilidad de reflexionar sobre el sentir, del dialogo intersubjetivo y van constituyendo al individuo en una partícula funcional de un espacio impersonalizado. El individuo cae en el anonimato y sucumbe ante los flujos de la urbe.

Es por ello pertinente reconstruir la quietud dentro del espacio urbano como respuesta a los flujos. Las ciudades requieren de oxigenación que reconstituya la comunidad y los lazos sociales rotos permitiéndose reconstruir el valor del individuo a través del ocio como una cualidad en la construcción de la identidad de lo público. Se hacen necesitaros los lugares de suspensión de la vida cotidiana como nuevos espacios de producción material.