Los conflictos de la otra Haya

Por SEBASTIÁN SOTTORFF, El Mercurio

En las 31 mil calles de Santiago varias repiten sus nombres, pero sólo una se llama La Haya. En este humilde pasaje de La Pintana, las diferencias no se resuelven con alegatos, árbitros o mapas, sino con peleas y balas. Sus residentes acusan que la droga y las barras bravas campean sin control. A diferencia de su símil europea, aquí no hay visitas de autoridades ni expectación periodística. Sólo violencia y temor.

Las casas de La Haya son pequeñas, oscuras y muy frías, como cuevas en las que no se cuela el calor. Están llenas de rejas, alambres y tablas que impiden la entrada de algún extraño, pero también del sol. Esta es la única forma que tienen los vecinos para sentirse seguros, pues muchos dicen que a esta zona ni siquiera la policía se atreve a llegar.

La Haya es una pequeña calle de dos cuadras ubicada en la población Jorge Alessandri de La Pintana, muy cerca de El Castillo, una de las villas más temidas de todo Santiago. Casi todos sus residentes provienen del mítico campamento Raúl Silva Henríquez, aquel asentamiento ilegal que durante los 80 fue escenario de complejos enfrentamientos sociales. Y, tal como su símil europea, donde los países someten sus diferendos al veredicto de los más reputados jueces del mundo, aquí las diferencias también se resuelven… pero a balazos.

Lejos de la expectación, de las cámaras y la atención de las autoridades nacionales, en La Haya chilena hay ciertas cosas que son más que una controversia. En esta pequeña y peligrosa calle de La Pintana, los vecinos no sólo tienen que luchar con un crudo estigma social. Deben convivir con un ambiente cargado de angustias y peligros derivados del narcotráfico y la delincuencia.

-Es difícil vivir acá, es algo que no se lo doy a nadie. Creo que no hay un sólo día en que no tenga temor a que me asalten o le hagan algo a mis hijos.

Gloria, una mujer morena que ya ha pasado los 60 años, apenas asoma su cuerpo a través de la reja que resguarda su hogar.

-Digan lo que digan, uno se puede acostumbrar a un barrio feo. Pero al miedo, a esa angustia diaria de vivir en un lugar peligroso, nadie se acostumbra. Vivimos encerrados. Si es que a eso se le puede decir vida” -agrega, preocupada por volver al almuerzo que prepara en la cocina.

Probablemente pocos residentes sabían a qué obedecía el nombre del pasaje. Hoy algunos están conscientes de lo que el país se está jugando en la otra Haya.

-No nos pueden quitar algo que lo ganamos con una guerra. Lo que obtuvimos legalmente ya no se puede borrar, porque si cedemos, los bolivianos también van a querer llevarse el mar- opina Juan Gallardo.

Otros, en cambio, tienen poco y nada de tiempo o de interés para seguir ese pleito. Para ellos hay cosas más urgentes. Como la propia esposa de Gallardo, quien frente a la intervención de su marido acota:

-Pase lo que pase, gane quien gane el famoso juicio, nuestras vidas no van a cambiar. Es triste, pero así es nomás.

Una postura que comparten muchos, aunque pocos se atrevan a hablar con nombre y apellido. “Me encantaría irme de acá. He tratado de vender mi casa, pero la gente me llama y cuando me preguntan en que comuna está, se arrepienten. Yo creo que hay carabineros que reciben plata de los traficantes, porque da impotencia la facilidad con la que pueden vender droga”, dice un vecino que no quiere revelar su identidad.

Para él, se trata de “gallos muy poderosos, que además están protegidos por algunos vecinos. Mi mayor miedo es que alguno de mis hijos se meta en la droga. Acá no hay muchas plazas y las que hay están llenas de ‘volaos’ o delincuentes”.

Unos metros más allá, un hombre canoso está sentado en la vereda. Es el lugar que muchos apuntan como un foco de drogadicción en la calle, lo que se constata por un olor particular que la envuelve.

-Es el olor de la pasta base. Esa cuestión es la que está matando a los cabros que viven acá. Yo sé que hay gente que vive peor que uno, pero llevo más de 25 años acá y nunca nadie nos ha tomado en cuenta. Nunca he visto al alcalde ni menos al Presidente. Vivimos hacinados y cada vez es peor- sentencia un vecino que tampoco se quiere identificar.

A balazo limpio

Casi todos los postes de La Haya están pintados de blanco, negro, rojo y azul. Son las marcas que aluden a Colo Colo y la Universidad de Chile, los dos equipos más populares del lugar. En algunas casas flamean banderas y los muros consignan leyendas a favor o en contra de la escuadra rival.

Las impredecibles balaceras que de vez en cuando asedian esta calle se generan principalmente después de un partido. Es ahí cuando las pasiones se encienden.

Por eso muchos vecinos saben que, cada vez que termina un partido, La Haya se transforma en el escenario de peleas que a veces terminan con algún barrista herido.

A diferencia de lo que sucede en La Haya holandesa, en La Haya chilena no hay mediación alguna.

Nancy López, una corpulenta mujer de 56 años y pelo rizado de color burdeo, está comprando pan y Coca-Cola mientras enumera en tono quejumbroso la lista de problemas que azotan al barrio.

-Hace unas semanas, una bala loca alcanzó a una señora que quería proteger a su hija. Se demoraron en llevarla al hospital, porque la ambulancia no llegaba. O no quería llegar. Así que con los vecinos la tuvimos que ayudar.

La casa de Laura Fuentes está a medio construir. Es una de las pobladoras que fue trasladada desde el campamento Silva Henríquez a este lugar. Vive con sus nietos.

-¿Qué hay de bueno con vivir acá? No mucho… Algunos vecinos son solidarios, porque cuando alguien tiene algún problema nos ayudamos. Pero si pudiera irme, no lo pensaría más. Es una angustia tremenda, porque nunca se sabe qué nos va a pasar. Yo me cansé de pedir ayuda, de llorar. A veces pienso que la vida es muy injusta y me pregunto por qué todo lo malo nos tiene que pasar a nosotros… pero no queda más que asumirlo, es la vida que nos tocó nomás”, dice entre lágrimas.

La muerte de su marido, hace seis meses por un cáncer de pulmón, la tiene acongojada. Sus dos nietos, de profundos ojos azules, la miran extrañados.

Mientras les devuelve la mirada, reflexiona: “Lo peor de vivir acá es el riesgo que corren los niños. Yo soy vieja, tengo depresión y no me debe quedar mucho más. Pero todos los días me despierto pensando en que algo les puede pasar. A veces se escuchan los balazos y uno se imagina lo peor. Yo me pongo a rezar, pero el miedo te ataca mucho más”.

Lo dice mientras afuera el sol comienza a ceder. Son casi las siete de la tarde. Los vecinos ya han girado el pestillo que les brinda una mínima sensación de seguridad. En la esquina de esta calle, un grupo de jóvenes se reúne a tomar alcohol. Es la hora en que las familias se esconden, mientras otros toman el poder de La Haya local.

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UBICACIÓN

La calle La Haya se ubica en la población Jorge Alessandri, comuna de La Pintana.