La cuadra más iluminada de Santiago está en el centro

Desde hace 40 años, una parte de Merced se perfila como la calle de las tiendas de lámparas.

por Carlos Reyes Barría, La Tercera

Cae la noche y un tramo de Merced, entre San Antonio y Mac Iver, comienza a irradiar luz artificial. No sólo por el resplandor habitual de los edificios ni por los focos de la basílica que bautiza a esta vía. Desde hace más de 40 años esta calle se transformó en la de los locales de lámparas, así como Estado fue -y es- de las tiendas de zapatos y Av. Matta de los muebles de madera.

Pese a que cuando llegaron a fines de los 80 habían más de 12 tiendas, hoy sólo sobreviven seis y un local de ampolletas.

Este lugar de Santiago es el único que queda de su especie, pues aunque el sector de Av. Irarrázaval con Manuel Montt tiene cuatro tiendas de esta categoría, están repartidas por la avenida y no tiene un pasado especializado en este rubro como Merced.

Según el director del Laboratorio Ciudad y Territorio de la UDP, Genaro Cuadros, la existencia de barrios “temáticos” es un fenómeno de las grandes ciudades. “Acá surgen en la década del 20 y de los 40 en el centro, porque los comerciantes querían estar cerca de las bodegas de la Estación Mapocho y de las materias primas. En Independencia, por ejemplo, estaban las cristalerías”, comenta Cuadros.

Los pioneros

Uno de los primeros en llegar a Merced fue Bertoldo Brender. En 1968, el peletero de origen rumano se dio cuenta de que lo suyo estaba decayendo y optó por las lámparas. “Dijo que todos necesitaban una en su casa y se lanzó al mercado”, dice su hijo Gerardo, quien vendió la tienda de su padre y hoy tiene una importadora de luminarias en Quilicura.

Amado Gottreux llegó a hacerle compañía a Bertoldo a fines de los 70, con Importadora Suiza. Ambos vieron cómo a comienzos de los 80 fueron apareciendo sus competidores. “Lo bueno de estar todos en una misma cuadra es que las luces se prendían al mismo tiempo y hacía que la gente se acercara y comprara”, cuenta otro de los locatarios del sector, Hervin Aedo. El aprendió del negocio con don Bertoldo y fue uno de los que llegó en los 80.

“Por acá pasaban muchos oficinistas en esa época y también compradores de La Florida y Quinta Normal. La gente del barrio alto nos encargaba las famosas lámparas de hierro, para sus casas de campo”, recuerda Hervin.

Estos pioneros fueron testigos de cómo los locales fueron desapareciendo a fines de la década por la llegada del retail, de los supermercados y de las importadoras asiáticas. Y sólo seis supieron reinventarse.

“Los jóvenes empezaron a volver al centro y eso reactivó los comercios aledaños. Entre ellos, estas lamparerías, porque sus habitantes buscan productos de diseños distintos, que no lleguen al mercado masivo”, dice Genaro Cuadros.

El cambio de los 90

Cuando la crisis dio sus primeros destellos, Aedo pensó que la mejor idea era darles cabida a los productos extranjeros. Así, a sus creaciones de fierro forjado, bronce y lágrimas, le sumó piezas modernas provenientes del Lejano Oriente.

Para diferenciarse de las grandes tiendas, los locatarios inventaron sus “salidas”. Mientras uno empezó a ofrecer un sistema de lámparas a la medida del cliente (cortaban o alargaban las de pie, por ejemplo) otros dieron un giro mayor a su negocio. Como Patricio Tapia, que a su tienda de luminarias le sumó una de ampolletas y artículos electrónicos a principios de los 90.

Cada uno de los seis locales que quedan en esta calle céntrica funcionan casi como un concierto a la hora de prender luces, y aunque gastan más de $ 50.000 en electricidad al mes, saben que es su sello. “Cómo vamos a apagarlas, si somos la cuadra de las lámparas”, remata Patricio.