Yo también fui un ‘racimo humano’

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La siguiente  columna de opinión fue escrita por Ernesto Cortés Fierro, Editor en Jefe de EL TIEMPO de Bogotá y publicada hace algunos días en ese medio.

Es  interesante ver que los aspectos positivos que él resalta del sistema de transporte público de Bogotá (TransMilenio), son muy parecidos a los que acá se valoran del TranSantiago. Así también Cortés habla de las críticas que se le hacen al TransMilenio, las que también son muy semejantes a las que hacen los usuarios de nuestro transporte público. Considerando que el Transantiago tuvo como referente al TransMilenio (sistema que se implementó en el 2000), ésta columna nos puede dar ideas de para dónde va la micro en Chile….

Los bogotanos criticamos por todo el servicio que presta TransMilenio

Los bogotanos somos extremadamente severos con lo que funciona bien y exageradamente blandos con nuestros propios comportamientos. Es lo que pasa con TransMilenio. Lo criticamos por todo: que va lleno, que es incumplido, inseguro y que las rutas alimentadoras son un desastre.

Todo eso es cierto. El sistema es víctima de su propio éxito. Al 1’400.000 pasajeros que mueve a diario se le sumaron otros 100.000 durante el último paro de buses y nunca más se volvieron a bajar de los articulados. Eso no lo saben muchos. Tampoco saben que traer un bus rojo toma entre 6 y 8 meses o que este año la mayoría de los 200 bloqueos que ha sufrido no tienen nada que ver con el servicio. Pero las críticas son feroces y la gente olvida con facilidad cómo eran las cosas antes. Se las voy a recordar.

Antes no había un sistema con rutas exclusivas; es más, no había sistema; ni paraderos organizados, ni horarios, ni conductores asalariados, ni portales, ni estaciones, ni mobiliario, ni orgullo. Los choferes peleaban a volante limpio un pasajero; abrían la puerta trasera y la persona pasaba de mano en mano lo del pasaje; mercados enteros se trasteaban en estos aparatos de ‘servicio público’, destartalados, con rutas al capricho del conductor, sin paraderos (ni se respetaban ni se respetan hoy) y donde los ‘racimos humanos’ eran comunes. Yo hice parte de esos racimos. Varias veces tuve que andar colgado de la puerta, expuesto a un accidente; yo fui ese racimo que mantenía un pie en el aire mientras con el otro hacía maromas para no caer. Esos racimos eran las fotos favoritas para ilustrar la Bogotá de entonces.

Hoy, después de Monserrate, TransMilenio es el ícono de Bogotá, duélale a quien le duela. ‘Que va lleno en horas pico’, vociferan unos, pues claro, pero a esa hora también van llenos los carriles para carros particulares y las busetas y el metro de Tokio y el de Nueva York… ‘Que manosean a la gente’, condenable, como también es condenable que en el metro de París violen, en promedio, dos mujeres por semana… ‘Que roban celulares’, terrible, y terrible también los 150 robos que suceden a diario en una de las paradas más populares del metro de Londres: Oxford Circus…

No disculpo las fallas de TransMilenio, producto de la falta de gerencia en temas críticos como las rutas alimentadoras o una mejor respuesta cuando el sistema colapsa o un impulso decidido a más troncales.

Acuñarle a TransMilenio todas las desgracias de la movilidad es sencillo, pero injusto. Qué fácil olvidamos que en 50 años es lo más cercano que hemos tenido a un sistema decente; en cambio, nos cuesta reconocer nuestras propias fallas: se fuma en las estaciones, se evade su pago, se invaden sus puentes, se bloquea sin razón. No sentir orgullo y no hacer nada por defender lo poco que funciona medianamente bien, contribuye a que Bogotá, como bien decía el pasado sábado Armando Silva, no sea referente hoy en el contexto latinoamericano. Triste.