Siglo XXI, Muelle Vergara y la perdurabilidad de lo no sustentable

Por estos días y desde la costa central se reinicia el debate propositivo sobre los destinos del querido, añorado y a la vez odiado Muelle Vergara, punto relevante del borde costero de Viña del Mar y del Gran Valparaíso. Superando las dudas sobre su destrucción o reemplazo por uno nuevo, las autoridades regionales lideran este nuevo intento hacia la reconversión. ¿Será esta la ocasión de lograr una intervención exitosa, acorde al progreso del país, a los criterios de sustentabilidad y a los intereses de la ciudadanía?

La mención de los términos sustentabilidad, medio ambiente, ecología e impacto ambiental nos permite verlos sin sorpresa en titulares, medios y conversaciones periódicas. Poco a poco y durante los últimos años se fue instalando una agenda de cuidado del entorno de la cual hoy no dudamos, sino por el contrario, podemos defender incluso al punto de detener colectivamente grandes iniciativas de inversión energética que con sus empleos generados y kilowatts repartidos podrían, hace algunas décadas, habernos convencido fácilmente de su utilidad incuestionable.

Mientras el país avanza conformando nuevos protocolos, acreditaciones LEED, leyes en favor del cuidado del medio e inclusión de sistemas limpios, los procesos de diseño de proyectos comienzan a recuperar criterios tradicionales y otros novedosos de construir del modo mas armónico y eficiente. Es por ello que vale la pena mantener vigente y presente la definición conceptual y práctica de la sustentabilidad, termino que se establece sobre particulares condicionantes y efectos en ámbitos de lo económico, lo social y lo ambiental.
Normalmente suponemos que lo ambiental es el principal aspecto de lo sustentable, tanto en el minimizar sus impactos previos, operativos y posteriores a su concreción como en el reconocimiento de su entorno climático y cultural, considerando un procedimiento participativo.

Pero no es menos cierto que las condiciones sociales y económicas deben también ser consideradas en las propuestas. El aumento de la calidad de vida de los beneficiarios directos e indirectos, primero, y la generación de empleo o de actividades productivas que permitan dar soporte y extender la vida útil de la obra, después, sugieren una básica estrategia inicial como parte de la factibilidad que respalde la inversión.

A modo de ejemplo, encontramos diversos proyectos en operación que resultan del equilibrio de estos tres tópicos como garantes de la obra útil, operativa, armónica y rentable -sustentable-, pero a la vez que esto ocurre, sorprende ver que coexiste con otros procedimientos errados, como si un pasado erróneo y demostradamente torpe no quisiera caer al estrato histórico al que pertenece.

Recientes notas de prensa, luego del terremoto, el Bicentenario y los 33, vuelven a mencionar la urgencia de rescatar al muelle Vergara de Viña del Mar de una destrucción casi inevitable. Después de años de abandono, tanto de conservación como de propuestas de consenso, el CORE, el Municipio, el MOP y la Directemar engrasan la maquinaria para re-analizar factibilidades y diseños para este relevante hito del Borde Costero de la Región de Valparaíso.

En los últimos años y luego del incendio intencional y la omisión de la autoridad local, regional o nacional, fueron surgiendo iniciativas privadas u otras semi-publicas para su puesta en valor. Propuestas sin duda perfectibles, pero que desde una mirada diversa proponían mejores o peores visiones del cómo mejorar su condición de espacio publico, con posibilidades de rentabilidad privada que permitieran su conservación en el tiempo y otras rentabilidades complementarias mas allá de disfrutar su atractivo paisajístico.

Y ahí es donde está el desafío de la arquitectura: mas allá del hacer o el no hacer, en el cómo se interviene el espacio construido. Y puntualmente para este proyecto, en el cómo garantizar la calidad del espacio público, reconociendo el contexto y las intenciones de la ciudadanía, en una alternativa capaz de generar beneficios económicos a sus ciudadanos, no solo a través del trabajo y los servicios o equipamientos que ofrezca, sino además en el modo en que el muelle perdure en el tiempo a través de una autogestión para su conservación permanente, sin sorpresas obvias que en el futuro cercano lo vuelvan cíclicamente a transformar en ruina.

Sorprendentemente el Municipio, a puertas cerradas o con un diálogo comunitario cercano a lo inexistente, desecha páginas, láminas y planos trazados, barajando sin vacilar la alternativa de restaurar el muelle con recursos públicos MOP -$3.100 millones de pesos sólo para garantizar su estabilidad estructural- para intervenirlo bajo el siguiente criterio: “dejarlo limpio, sin nada, con algunos faroles y escaños, como un paseo abierto al mar”. Se desecha de este modo, toda posibilidad de sustentabilidad en sus tres aspectos fundamentales, perdiendo la oportunidad de una intervención notable; peor aun, redundar en la ruina permanente que solo desplaza por unos años su perdida patrimonial, económica y paisajística, que torpemente pretende salvar al muelle, evitando un resultado sustentable.

Así, iniciada la segunda década del siglo XXI, la sustentabilidad para el litoral más denso y emblemático del país parece seguir estando en un futuro, que por falta de visión e intenciones cerradas al debate, mantendremos eternamente distante, salvo se abran desde la autoridad en sus diversas escalas, las opciones para el debate que esta intervención memorable merece, provoca y requiere.