Talca necesita una obra ícono de la ciudad

La construcción de un gran hito arquitectónico puede sonar a utopía o locura, pero más allá de la primera mirada, un emblema de cuidad no es un despilfarro cuando se olvida nuestra clásica mirada de corto plazo.

Por Juan José Alfaro.
(El aMaule – 02/08/2010)

Por qué hablar de una necesidad cuando lo adecuado o prudente sería llamarlo un deseo, podrán decirme los detractores de la idea que quiero plantear, pero los sueños o deseos se trasforman en realidad cuando nos atrevemos, cuando abandonamos el conservadurismo y dejamos actuar a la imaginación.

Talca es una ciudad a medio camino entre el pasado y un incipiente presente de renovación constante, el terremoto movió el tablero de ajedrez donde solíamos hacer jaque mate al futuro, definiendo nuestro devenir en una austera defensa de todo aquello que el terremoto terminó por arrebatarnos.

El tablero sin muchas de sus piezas implica un desafío: Cómo movernos en este nuevo universo que necesita redefinir estrategias, buscar nuevos símbolos y acercar nuevas piezas que permiten retomar el juego de construir ciudad.

La arquitectura debe situarse como un interlocutor potente de la ciudad, el debate que genera un edificio no debería asustarnos, ni menos atrincherarnos entre defensores o detractores, sino que producir un diálogo fecundo hacia qué esperamos, alimentamos o necesitamos de los espacios públicos, y el correlato con la legítima iniciativa privada.

Hay ciudades cuya carta de presentación son obras reconocibles y recordadas por todo el mundo, y aunque la mayoría de las personas ni siquiera han visitado dichas ciudades, tienen la certeza de que esa obra define de algún modo la esencia de ese lugar. Como Paris tiene su torre Eiffel, Londres su Big Ben, y Talca, ¿qué tiene?, aún nada, pero ya es tiempo de que lo tenga.

Estoy cierto que saldrán voces a decirme que Paris, Londres, Buenos Aires o Sydney, no tienen punto de comparación con nuestra ciudad, y claro, tienen razón, pero dichas diferencias no nos inhabilitan para construir nuestra propia obra icónica, aquella que nos haga reconocidos primero en Chile y luego en el resto del continente.

La arquitectura icónica, muy cuestionada por ciertos sectores de esta disciplina, no es un problema en si misma, el problema es cuando la arquitectura se transforma en una fotocopia, una repetición constante de formas básicas, que responden más a la rentabilidad del metro cuadrado, que agregar valor a una ciudad.

Es partiendo de esta última premisa, “el valor ciudad”, que la necesidad de una obra icónica adquiere relevancia. Es aquí donde el municipio debiese ser el aglutinador de esfuerzos privados como públicos para promover identidad. Una ciudad es más que el lugar de trabajo o el dormitorio de miles de personas, ni la remuneración electoral de nuestros actores públicos, Talca será mejor ciudad cuando dejemos de pensar en diminutivo, y en el corto plazo, no hagamos ciudad para 4 años, pensemos en el Talca del siglo XXII, donde nuestros herederos reconozcan nuestro esfuerzo, y el testimonio de aquello quede reflejado al caminar por nuestra ciudad.