Editorial – Transantiago y el retiro de máquinas

(El Mercurio. 10/08/2009)

El Ministerio de Transportes ha anunciado que a fines de este año comenzarían a retirarse los buses del Transantiago fabricados antes de 2002, que usan tecnologías descontaminantes más antiguas y que fueron incorporados a la flota del Transantiago por la imposibilidad de que aquella planificada originalmente prestara un servicio aceptable. Quedarán todavía unos 900 buses amarillos de tecnología más reciente, que saldrían de circulación al finalizar los contratos, en 2014. El resto de los buses corresponde al estándar Transantiago, con bajas emisiones. En todo caso, la necesidad de usar buses amarillos antiguos para complementar la flota es una de las causas que explican que los beneficios del Transantiago en cuanto a descontaminación no se hayan materializado.
Es éste un eslabón más en la historia de discrepancias entre lo que se prometió y los resultados reales del Transantiago. Iba a ser un sistema rápido y cómodo, que descontaminaría la ciudad, reduciendo la congestión y que no tendría costos para el Estado. Ninguna de esas promesas se ha cumplido: el sistema fue inicialmente un drama para sus usuarios, y sólo se ha conseguido un servicio relativamente aceptable cuando se aumentó el parque en casi dos mil buses antiguos. Pero éstos, que estaban ya descartados por sus propietarios, no habían sido sometidos a mantenimiento al fin de su vida útil, por lo que son lentos, contaminan y tienen problemas mecánicos, lo que crea congestión. Además, la contratación de esos buses adicionales ha aumentado los costos del sistema, que necesita grandes subsidios permanentes para sostenerse. Sus defensores argumentan ahora que todo sistema moderno de transporte los requiere, pero éste fue concebido sin subsidios, y así lo anunciaron el Gobierno y los mismos expertos que hoy sostienen lo contrario. Otros especialistas, que tenían opiniones distintas, no fueron escuchados.
La restricción financiera fue parte del diseño del sistema, y por eso se introdujeron buses articulados inapropiados para las calles de la ciudad: se reducían los costos, pero a cambio de una menor frecuencia. Tampoco se dispuso de vías exclusivas, imprescindibles para su buen funcionamiento. La ciudad terminó así en la peor de las situaciones. Por el pésimo servicio inicial, aumentaron los usuarios de automóviles, lo que causó mayor congestión y redujo el número de pasajeros. Con el tiempo, el servicio ha mejorado, pero aún está lejos de ser de buena calidad.
Rige ahora un acuerdo político llamado a financiar este descalabro, pero él no debe adormecer la conciencia pública respecto de lo mucho que falta por reparar.