Un Shangai ciudadano

(La Tercera. 25/07/2009)

La participación chilena en la Expo Shanghai 2010 está naufragando. El agua le entra por todas partes y ya se hace evidente que algo no funciona. Algunos apuntan a la figura de Hernán Somerville y se preguntan qué pinta un banquero en un proyecto que requería más vuelo creativo. Otros lanzan sus dardos contra el pabellón y critican la asignación “a dedo” del proyecto arquitectónico al equipo de Juan Sabbagh y la falta de un concepto que contribuya efectivamente a insertar a Chile en el debate sobre las ciudades del siglo XXI. Y efectivamente, hay que decirlo, el concepto Semilla de la Nueva Ciudad que se ha inventado la organización chilena es una idea genérica, ambigua y floja por donde se la mire.

Pero el problema que adolece el ‘affaire Shanghai’ es mucho más profundo. La base del embrollo es el absoluto desdén que los tomadores de decisiones tienen hacia la participación democrática. O dicho a la inversa: el origen del problema está en la inusual fuerza que tiene en Chile el modelo por el cual en un extremo están los iluminados, la elite sabia y experta que toma las decisiones, y en el otro, el resto de los mortales que a pesar de vivir los problemas que los primeros buscan solucionar -y por tanto ser los verdaderos expertos- deben contentarse con aceptar pasivamente sus soluciones.Cabe recordar la invitación de la Expo: “Mejores ciudades, mejor vida”. El tema no es trivial. Por primera vez la población urbana del planeta superó a la rural y la tasa de urbanización no deja de crecer, especialmente en Asia, que para 2025 tendrá cinco megaciudades de más de 25 millones de habitantes.

¿Cómo estamos por casa? Según estimaciones del INE, para 2010 el 87% de la población chilena será urbana, algo más de 14,7 millones de personas. Sólo en Santiago viven más de seis millones de personas. Concepción roza el millón de habitantes, seguida por Valparaíso metropolitano, con cerca de 900 mil. Iquique, Copiapó y Puerto Montt han experimentado un agresivo crecimiento poblacional y comunas que eran eminentemente rurales comienzan a urbanizarse.

En la Región Metro-politana , por ejemplo, la población urbana de Pirque creció en 16% entre 1992 y el 2002, mientras que la de Quilicura y Calera de Tango lo hicieron en 15% y 14% respectivamente.

Ante ese panorama, resulta incomprensible que para diseñar la contribución que el país le hará al mundo ante el desafío de la urbanización no se haya preguntado a los 15 millones de chilenos que viven en carne propia dicho proceso; no se entiende que no se les consulte a los copiapinos, que ven en tiempo real los beneficios y costos de la urbanización, qué significa para ellos la vida urbana.

La Expo Shanghai era la oportunidad ideal para que la Presidenta no sólo demostrara que el “gobierno ciudadano” no era un recurso retórico, sino también para obsequiarle al mundo su visión: que la capacidad de los ciudadanos para participar en la construcción del lugar donde viven es la clave fundamental para el desarrollo de ciudades sustentables.

Todavía estamos a tiempo. Se puede hacer de la Expo una gran celebración urbana y multimedia: una campaña masiva a través de internet, medios escritos, radio y televisión para preguntarle al Chile urbano cómo se vive en sus ciudades, qué rescatan de ellas y qué rechazan, cómo se las imaginan y qué esperan de ellas en el futuro, y que respondan con dibujos, correos electrónicos, fotos, mensajes de texto y videos.

La riqueza de testimonios, historias y buenas prácticas sería infinita. Pero lo más importante, el ejercicio mismo -más allá del resultado- sería una poderosa contribución: las ciudades del mañana serán ciudades de y para sus ciudadanos, o no serán.

Qué mejor aporte podemos hacer desde Chile para construir mejores ciudades y mejor vida. Un broche de oro para el gobierno de Bachelet, el gobierno más social que hemos tenido hasta la fecha. Un verdadero regalo Bicentenario para el mundo.