¿Y si a los niños se les enseñara a hacer ciudad?

En su “muestra ciudadana”, la próxima Bienal de Arquitectura incorporará imágenes dibujadas por niños de todo chile, para que muestren cómo quieren que sean sus ciudades, las que luego serán utilizadas para realizar diagnósticos para la definición de políticas estatales al respecto. Preguntarle a los niños por como quieren que sea su ciudad trata de ser una manera de incorporarlos a la toma de decisiones respecto a la ciudad. Tal vez, ellos tengan mucho más que decir. Y hacer.

Cómo tener mejores ciudades y, como arquitecto, hacer que el ejercicio de la profesión tenga consecuencias significativas en la calidad de nuestras ciudades es una inquietud que espero no sea sólo personal. Al respecto, creo haber encontrado ciertas claves en un artículo de Arturo Torres, publicado en la Revista ARQ, llamado “Teoría del Murmullo”. Según él, la mejor manera de ejercer un poder como ciudadanos es nuestra capacidad como consumidores de exigir calidad de los productos, en este caso arquitectónicos, lo que podría extrapolarse a la ciudad. Uno de los requisitos para que esto funcione, sería convertir a los grupos civiles en ciudadanos informados sobre ciertos tópicos posibles de consumir. En el actual sistema, alegamos contra las instituciones gubernamentales pero comúnmente situamos como “culpables” de los males urbanos a la primacía de los intereses inmobiliarios. Tal vez, esta nueva forma de poder nos permita influir directamente sobre ellos, y exigirles calidad, además de ser una masa ciudadana capaz de plantearse con mayor firmeza y claridad frente a las autoridades.
Si se trata de crear conciencia, hace sentido la idea de incorporar nociones de arquitectura y ciudad a los programas de la educación chilena. El actual cuestionamiento al que se ve sometida la educación en Chile y, sobre todo, una nueva voluntad expresada popularmente desde los propios estudiantes secundarios, en su calidad de protociudanos, durante las movilizaciones de este año, son una oportunidad para que la incorporación del tema urbano sea una posibilidad de asegurar un futuro mejor a las próximas generaciones.
Ya en 1997, en su libro “Ciudades para un pequeño planeta”, Richard Rogers decía que para incorporar el tema de la ciudad en los programas políticos, primero habría que desarrollar una nueva forma de ciudadanía que responda a las necesidades de la ciudad moderna. “Involucrar a las comunidades en una participación con poder de decisión requiere que el entorno arquitectónico se convierta en una asignatura educativa y forme parte importante en los planes de enseñanza”.
Un ejemplo interesante son unos talleres recientemente realizados por la oficina española Mansilla+Tuñón con niños de entre 8 y 13 años, donde se ensayaban temas relacionados con la arquitectura. Adquiere mucho sentido, si se entiende el ejercicio de la arquitectura como construcción, crítica y enseñanza, ampliar esta última también como posibilidad de trascendencia social, no sólo enseñándole a los futuros arquitectos sino también a los futuros ciudadanos.

Todo esto, siendo que en chile ya tenemos experiencia en iniciativas desplegadas por el gobierno que están operando un cambio cultural de importancia, como lo es el movimiento de orquestas juveniles, del que me tocó participar. Tomando la experiencia realizada en los años 60 por el desaparecido Jorge Peña Hen en La Serena, y con el ejemplo del éxito de programas similares en Venezuela, se inició en Santiago en 1992 un Programa desde la División de Cultura del Ministerio de Educación manejado por la Fundación Beethoven. La principal misión del Programa fue otorgar un apoyo económico reducido a orquestas del norte y sur del país, crear y organizar la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil y realizar algunos cursos de capacitación.
La gran explosión cuantitativa y cualitativa se dio cuando se constituyó el año 2001 la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles de Chile, con el fin de apoyar el movimiento orquestal a través de distintos programas. Si en el año 1991 existían 9 orquestas concentradas en cinco ciudades, hoy se han creado cerca de 200 que se encuentran repartidas desde Arica a Punta Arenas. Esto ha significado aumentar exponencialmente la cantidad de personas que toman relación con la música orquestal comúnmente llamada “clásica” y, sobre todo, con el estímulo de aprender un instrumento.

Lo que me interesa recalcar es lo siguiente:


Si consideramos que muchas de estas orquestas han sido subsidiadas por el gobierno en lugares económica o geográficamente marginales, significa una multiplicación y redistribución social y territorial de un bien cultural que, a la larga, transformará nuestra sociedad. Primero está el hecho de que muchos niños y jóvenes acceden al aprendizaje de un instrumento (en otras circunstancias no accesible), lo que a nivel país aumenta la cantidad y calidad de los músicos. Pero, en segundo lugar y tal vez mucho más importante, hay un todavía mayor número de niños y jóvenes que no optaron finalmente por el camino de la práctica profesional de la música, pero que la integraron a sus valores e inquietudes y, en un mediano plazo, constituirán una ciudadanía que, comparada con la actual, estará integrada por consumidores (de música) capaces de exigir mucho más en discos, agrupaciones, teatros, etc. Posiblemente, cuando establezcan un sistema de valores para educar a sus hijos, incluirán inquietudes culturales relacionadas a su experiencia; o, en el mejor de los casos, cuando su generación esté en la posición de tomar decisiones nivel comunitario o país, aunarán la motivación necesaria para la creación de nuevas instituciones relacionadas con el fomento o acceso a la música, y tal vez amplíen el campo laboral de quienes, en su tiempo, optaron por la profesionalización. En la actualidad, la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles de Chile se ha transformado en el programa “estrella” de los gobiernos de la concertación, símbolo hacia el exterior de una gestión que sustenta un cambio cultural a nivel nacional.
Esta retroalimentación, que parte en la educación, es la que finalmente es capaz de realizar transformaciones profundas en la realidad cultural de un país. Una dinámica similar podría generar, en un mediano plazo, mejores profesionales y una mayor cantidad de ciudadanos informados / consumidores exigentes que, llevado a la arquitectura y la ciudad, redundaría en una mejor calidad de vida en nuestras ciudades.

Agradecimientos por las fotografías de los niños de la Región de Tarapacá, a mi amigo J. Ignacio Selles

Referencias:

TORRES, Arturo. Teoría del murmullo. ARQ (Santiago), mar. 2003, no.53, p.8-10. ISSN 0717-6996.

ROGERS, Richard George. Ciudades para un pequeño planeta : Richard Rogers. Barcelona: Gustavo Gili, c2000. xi, 180 p.