El rincón bordado de Violeta Parra

museo violeta parra santiago de chilePor Denisse Espinoza, La Tercera.

En Vicuña Mackenna 37 se abrió este martes el museo que alberga la obra visual de la autora de Volver a los 17, y que ya ha recibido más de 1.400 visitas. Dos salas recogen su universo colmado de cantores, aves, guitarras y donde la muerte está siempre presente.

“Yo soy un pajarito que puedo subirme en el hombro de cada ser humano, y cantarles y trinarles con las alitas abiertas; cerca, muy cerca de su alma”, le escribía Violeta Parra a su pareja Gilbert Favre en un carta enviada a Buenos Aires. Era 1961 y la cantautora estaba lista para emprender el vuelo y abrirse al mundo. Ese mismo año cruzó la cordillera y se instaló en la Pampa argentina, en la provincia del General Picó, iniciando una de sus épocas más prolíficas. Canta, pinta, borda, hace recitales y exposiciones. En tres años más alcanzará la cima de su vuelo artístico al convertirse en la primera latinoamericana en exponer sus obras en el Pavillon de Marsan de Artes Decorativas del Museo del Louvre, en Francia. Por esos días ya vive entre Ginebra y París, dando rienda suelta a su libertad creativa, reflejada siempre en sus óleos y arpilleras por aves que, en su condición de peregrinas, estuvieron por décadas desperdigadas por el mundo.

 Violeta Parra regalaba obras a sus amigos extranjeros, algunas fueron heredadas y guardadas por su familia, varias también fueron recuperadas en los 90, cuando su hija Isabel recibe una nota, después de un concierto en Ginebra, (“soy Daniel Vittet y tengo los cuadros de Violeta”), mientras que muchos siguen en colecciones privadas desconocidas.

Desde esta semana, la colección que custodia desde 1992 la Fundación Violeta Parra tiene al fin un lugar donde exhibirse. El martes se abrió al público el Museo Violeta Parra, un edificio de 1.300 metros cuadrados, diseñado por el arquitecto Cristián Undurraga y ubicado en Vicuña Mackenna 37, a pasos de Plaza Italia. 

El éxito es inminente: en cuatro días, ya suma más de 1.400 visitas. “Estamos muy contentos, el espacio ha tenido una gran acogida y nos hemos preocupado de tener una mirada integradora, con recursos en sistema braille para personas ciegas e información en varios idiomas”, dice  el director, Leonardo Mellado. “Ya tenemos varias solicitudes de colegios para tener visitas guiadas. Estamos en un periodo de ajustes y de a poco iremos dando cuenta de la programación del espacio, los conciertos y talleres que se dictarán”, agrega sobre el espacio que también cuenta con una sala de proyecciones, una para talleres didácticos y un auditorio para 100 personas.

Claro que la buena recepción no sólo se mide en las visitas. Un regalo inesperado llegó hace pocos días al museo: se trata de un óleo, hasta ahora desconocido, donde aparece la imagen de Cristo, que Violeta pintó para una amiga francesa en su matrimonio, y quien ahora esta  donó a la fundación. “Acaba de llegar y estamos recién estudiándola. En general toda la colección está en proceso de investigación, hay mucho aún que descubrir en la obra de Violeta y esperamos que este tipo de cosas siga sucediendo ahora que existe un lugar apropiado para resguardarlas”, dice Milena Rojas, jefa de Colección y Patrimonio del museo y nieta de la cantautora.

Un oasis en el centro

Los pajaritos de Violeta son el símbolo que inunda cada espacio del museo. Al entrar la voz de ella y de su hermano, el antipoeta Nicanor Parra, resuenan juntas al recitar y cantar el poema Defensa de Violeta Parra,   que se complementa con  una instalación sonora hecha con troncos de árboles: si el público se acerca a ellos podrá escuchar en cada uno  canciones diferentes de la autora, como  Gracias a la vida, Arauco tiene una pena y La jardinera.

En todo caso, eso es sólo el aperitivo para el despliegue de su obra visual. Aunque la colección consta de 48 obras, en las salas se reúnen sólo 23, divididas en los dos grandes temas de Violeta Parra: lo humano y lo divino. En el primero se muestran arpilleras como El circo (1961); Thiago de Mello (1960), un homenaje a su amigo poeta; La cueca (1962), además de Niños en fiesta (1963-1965), una obra en papel maché, y el óleo Regalo de Ginebra. En ellas, la cantautora plasma su imaginario cotidiano, cantores, bailarines y campesinos, todo resultado de sus investigaciones por el campo chileno, donde en los años 30 comenzó el aprendizaje de los cantos populares del folclor profundo.

La segunda sala recoge su acercamiento al campo espiritual: escenas bíblicas y ritos paganos como el velorio del angelito, se mezclan con obras como la Tetralogía Leyenda del último rey inca (1964). También destaca en la entrada de la sala la arpillera Cristo en bikini (1964), donde vuelve a aparecer un pajarito posado sobre la cruz, y luego otro en la mano de quien pudiera ser la misma Violeta con sus cabellos subiendo por el cuadro como si fuese una enredadera en la arpillera El árbol de la vida.

“No queremos intelectualizar la obra de Violeta. Sus cuadros son igual que canciones, se entienden por sí solos y cada persona puede hacer su propia interpretación. Es lo bonito que tienen. Ahora, sí es cierto que hay símbolos que ella utiliza y es posible también reconocer etapas de su vida, lugares e intereses”, dice Milena Rojas.

Complementando las obras, hay objetos personales de la autora de Gracias a la vida, como un guitarrón, un arpa y una máquina de coser; además de documentos como la maqueta de su último disco publicado en 1966, un cuaderno de anotaciones hechas a mano y muchas fotografías.

 El recorrido, que tiene forma circular, termina en la hilera de árboles sonoros, aunque una escalinata más abajo está la cafetería del museo, Runrún, y un pequeño jardín de estilo japonés con un camino de piedras, y en la muralla hay colgadas casitas para pájaros. “Estamos esperando que vengan a hacer sus nidos. Sentimos que este museo es como un oasis en el centro, donde se respira el espíritu de Violeta, cada vez más”, dice el director Leonardo Mellado.