La ciudad y el agua: ¿un problema de cauces, tuberías y pretiles o la necesidad de un abordaje integral de la urbanización con manejo del ciclo del agua en medio urbano?

Por María Isabel Pavez. Académica del Departamento de Urbanismo, Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) de la Universidad de Chile.

El caudal del Mapocho aumentando rápidamente en días de lluvias intensa. La autopista Costanera Norte, proyecto sectorial, ocupando parte de la caja del Mapocho. Santiago 08-08-2015 M.I.P.

Cada vez que se anuncian tormentas y comienza a llover, con las consecuencias recurrentes conocidas, comienzan también a sonar los teléfonos de nuestras oficinas preguntando los periodistas si las ciudades chilenas están preparadas para estos eventos. La respuesta es evidente para todos: no, no están preparadas. Las razones son muchas, y conviene recordar algunas, una vez más.

El territorio donde se emplazan las ciudades no va siendo entendido hoy como un sistema complejo y dinámico urbano-rural. Mientras esto ocurra, no habrá una ordenación y gestión a partir de una aproximación integral al conjunto de los sub-sistemas en el espacio considerando sus intensas interacciones: urbanos, rurales, de infraestructuras, agrícolas, forestales, etc.

De igual forma que el territorio no debiera ser analizado como una serie de compartimentos estancos, tampoco debería ser gobernado mediante políticas sectoriales. En la sectorización influyen por cierto causas diversas: desde las distintas visiones, formaciones, lenguajes de los profesionales, agentes e intereses que trabajan el territorio, hasta la complejidad de análisis global del territorio, la que va siendo vista por muchos, lamentablemente, como un impedimento más que un desafío a la creatividad.

La intervención asistencialista de los poderes públicos en el momento de la emergencia  ─cuando no su ausencia─ jamás logrará la sustentabilidad deseada hoy para los  territorios habitables. La ciudad y el territorio preparados para los eventos del agua, son los que se construyen y  hacen evolucionar día a día, a través del tiempo, más allá de los plazos del gobierno y equipos de trabajo de turno, sin renunciar a los objetivos fundamentales asociados al correcto manejo del ciclo del agua en medio urbano y a la sustentabilidad general.

La orientación de las acciones hacia la protección del medio ambiente o del patrimonio, hacia la participación de los habitantes en las decisiones sobre su hábitat, o hacia la arquitectura y la monumentalidad, no refiere a cuerpos teóricos y prácticos respondiendo a la envergadura y complejidad de los problemas de las regiones metropolitanas y sus ciudades a comienzos del siglo XXI (incluyendo ahora el calentamiento global y cambios climáticos).  Así por ejemplo, en materia de instrumentos de planificación, en el plano regulador de una ciudad  las redes físicas se diseñan en un espacio de dos dimensiones expresando  las  distancias a escala. Años de planificación y ordenamiento espacial con la ayuda de planos y cartas han habituado a una percepción euclidiana. Pero, la realidad tal como es, exige una representación sistémica (teoría general de sistemas), la que se acomoda mal a la localización de actividades humanas en el espacio físico. En la representación sistémica lo que cuenta es la conciliación de los sub-sistemas, sus lazos, sus interacciones, sus aperturas al entorno. A partir de ésta visón se trataría de lograr“mecanismos de regulación o de manejo de los sistemas conforme a una política urbana”,más que  planos de zonificación.

Pero no bastaría contar con este tipo de representaciones, también sería necesaria la continuidad de las acciones positivas a través del tiempo. Vemos por ejemplo que, una sana medida tomada desde 1960 en los primeros planes para Santiago coordinados  intercomunal y microregional, dispuso que el piemont andino metropolitano nunca debía ser urbanizado (banda de 5 km de ancho por 28 km de largo en PRIS 1960). Sin impedir diversas actividades económicas como las agrícolas, forestales, turísticas, y otras, la banda operaría como área de infiltración de aguas a la napa de la ciudad (recurso importante en caso de sequía), evitando incrementar el volumen de agua de escorrentía en medio urbano ─contaminándose─ en tiempo de lluvias y, además, evitaría el riesgo a la habitación que representa la falla de Ramón ─activa─ allí situada. Cuando no se hablaba aún de sustentabilidad, ésta sana medida iba colaborando a ella, sin embargo, fue desestimada desde 1979, aumentándose año a año las superficies pavimentadas, e incluyendo allí para colmo, la localización de una central nuclear desde 1974…

Parece necesario comprender el carácter sistémico y dinámico de los territorios habitados; avanzar en las visiones integrales del mismo para políticas y acciones también integrales en arcos temporales de corto, mediano y largo plazo; poner en uso formas de representación sistémica de la realidad; avanzar en la construcción de indicadores para evaluar la vulnerabilidad del territorio frente a las diversas intervenciones urbanísticas y,  de esta forma, contribuir a tomar medidas positivas en el camino a la sustentabilidad urbana-regional.

Columna originalmente publicada en Fau Opina.