La embarrada en Atacama

aluviones atacamaPor Mario Rojas Martínez, El Mercurio.

Los copiapinos llevan casi un mes viviendo, literalmente, con el barro hasta el cuello. Muchos, con sus autos y casas sumergidos bajo metros de agua y lodo, tratan de sobrellevar los días en una difícil convivencia con la masa café viscosa que lo envuelve todo, el polvo en suspensión y un olor pestilente. La ayuda ha comenzado a llegar más ordenada, pero también la amenaza de nuevas complicaciones sanitarias.

Camila Abarca tiene claro cual es el día más difícil que ha vivido en los 20 años que lleva en este mundo. No fue hace mucho. El jueves 26 de marzo pasado, un día después que la lluvia y los aluviones arrasaran con todo a su paso y convirtieran a la Región de Atacama en un gran barrial, nació su hija Giovanella.

-Me tuvieron que llevar al hospital en helicóptero. A la semana regresamos a la carpa donde estamos durmiendo.

La suya es una de varias otras carpas en las que viven y duermen familiares y vecinos, porque tienen miedo de volver a sus casas y enfermarse, debido al olor nauseabundo del lodo y el agua estancada que está en todas partes.

A casi un mes de la tragedia que sigue golpeando con fuerza a cinco de las nueve comunas de la región, Camila no se despega de su hija ni de su mascarilla. Es una de las más de 400 personas que viven en siete improvisados campamentos distribuidos por los llanos de Ollantay.

Es uno de los sectores más densamente poblados de la periferia de la ciudad de Copiapó, y comenzó a recibir desde esta semana ayuda más organizada por parte de entidades públicas, e incluso de un grupo de seis médicos y cinco enfermeros cubanos que arribaron como voluntarios a la zona para ayudar a los damnificados.

La joven espera que esto termine pronto. Su guagua tiene conjuntivitis.

Malos olores

La doctora Paloma Cuchí, representante en Chile de la Organización Panamericana de la Salud, tras visitar la zona advierte que un mes después de la tragedia el problema sanitario recrudecerá. Eso es a fines de la próxima semana.

El general de brigada Rafael Fuenzalida, jefe de Defensa Nacional para Atacama, dice que los albergados suman 1.600, a los que se añaden 2.100 personas que deben ser abastecidas a diario con alimentos. Un abastecimiento, que en el caso de Copiapó, se complica por las más de 3,4 millones de toneladas de barro en las que la ciudad está sumergida, según el balance del Ministerio de Obras Públicas. Con eso se podría llenar todo el interior del Estadio Nacional, y un poco más.

Traslados en vehículo que demoraban cinco minutos subieron a más de media hora por la congestión que provoca el lodo y a que donde antes había avenidas ahora hay verdaderos ríos, como Copayapu o Los Carrera.

Llegar en auto al Hospital Regional, casi en el centro de la ciudad, es una odisea. Y quienes lo hacen a pie sufren con la fetidez que emana del agua y barro del alcantarillado.

Con 174 hospitalizados, el recinto asistencial tiene 83 camas disponibles, sobre todo para urgencias. Pero tampoco ha escapado a los daños.

En el segundo nivel subterráneo, donde se almacenaban medicamentos y vacunas, funcionaba la morgue y el corazón de la red eléctrica del edificio de siete pisos está bajo el lodo. Aun así, para el director del hospital, Patricio Hidalgo, están en condiciones de funcionar, pero el monitoreo de las instalaciones es constante.

Al lugar ha concurrido al menos tres veces, desde que ocurrió la tragedia, el transportista Alexis Ortega, para acompañar a su esposa Soledad, que tiene casi ocho meses de embarazo. Con su familia vive en un sector en altura, cerca del regimiento de infantería N° 23.

-Tengo a mi señora encerrada casi tres semanas en la casa para no exponerla al barro hediondo de afuera, al polvo en suspensión que se levanta en las calles cuando hace calor y a la intranquilidad que transmite la gente.

Cuando nazcan sus gemelas, se llevará a su familia a Caldera, hasta que todo se normalice.

Lo mismo hará José Vergara (50), contratista minero que perdió su vivienda y casi todos sus enseres. Por eso se llevó a su esposa y a sus dos hijos menores a una casa que tiene en Caldera, porque “el ambiente es insano para ellos”.

Tampoco ha podido regresar a su trabajo. Quizás se queden a vivir en Caldera, reflexiona.

Unos 400 kilómetros

Aunque el intendente Miguel Vargas anunció que la restricción vehicular en el centro se mantendrá hasta hoy, con posibilidad de prorrogarla, los problemas para el transporte se mantendrán.

Allam Reyes dejó su natal Nicaragua hace poco más de dos años para radicarse en Copiapó, donde trabaja como taxista y chofer de transfer. Sus ingresos han mermado luego que la catástrofe redujera a solo cinco o seis vuelos diarios los que llegan hasta el aeropuerto regional.

-Antes eran por lo menos el doble de vuelos, y por supuesto de pasajeros. Por llevarlos a Copiapó cobramos $25 mil. Imagínese el costo que ni siquiera he querido sacar con mi calculadora, además que el acceso norte a la ciudad es un lodazal.

Si al comienzo no se podía sacar el auto o la camioneta por el agua, después vino el problema del barro seco y polvo en suspensión. Explica que se meten en la caja de cambios, no se puede controlar bien el manubrio “y los arreglos no salen menos de $45 mil, y a eso hay que sumar que hay pocos repuestos en Copiapó, porque la prioridad es mandar agua y alimentos”.

El Mall Plaza Real, ubicado frente a la Plaza de Armas, recién abrirá en los próximos días. En el nivel -2 del estacionamiento subterráneo, una veintena de vehículos siguen enterrados en el lodo. Uno de los afectados, Miguel Tardes, empresario del rubro de servicios, cuenta que su vehículo estará al menos una semana más sumergido.

-Tenía un Mercedes Benz del año 2012. Digo ‘tenía’, porque la pérdida fue total. Me costó como $20 millones.

Sabe que no es llegar y meterse a sacarlo. Ahí estaba la matriz del sistema eléctrico del edificio y subsiste el problema de cómo sacar el agua. “No es llegar y tirarla hacia la calle”, asegura. A poco más de cinco kilómetros del centro de Copiapó, el sector El Puente de Paipote ahora es conocido por los vecinos como la “zona cero”.

Caminar sin botas de goma que lleguen hasta las rodillas es casi imposible. Calles como Candelaria Gallo o Caupolicán, hasta hace unos días estaban bajo tres metros de lodo. Automóviles volcados sobre el fango eran la señal más confiable de que abajo había un techo y más abajo una vivienda.

Miguel Abarcia (45), radioaficionado y residente de toda la vida en la zona, fue quien alertó a toda su cuadra de que el furioso torrente de un café viscoso que bajaba por una quebrada, ubicada a pocos metros, arremetería contra las casas.

-Arrancamos de milagro. Subimos a los techos y nos alejamos lo que más pudimos. Mujeres, niños, abuelitos, todos. No sé como no nos llevó el alud.

Ramón, su padre de 79 años, también sobrevivió. Cuenta que todavía no sabe cómo tuvo la fuerza para trepar un muro junto a su mujer y arrancar a tiempo. Jubilado de las faenas mineras, su estado físico es precario y sus castigados pulmones no aguantan bien el polvo en suspensión.

Las autoridades coinciden en que lo más apremiante es el colapso en el alcantarillado. Son más de 400 kilómetros de redes con barro acumulado que, si no se despejan pronto, significará nuevos problemas de salud para la atribulada población. El intendente lo tiene claro.

-Llegar a la normalidad en toda la ciudad no será fácil, y si vamos rápido, como hasta ahora, hacia mediados de mayo el avance será de 70% en su funcionamiento.