Columna Hacia un Santiago de calidad mundial: El momento del monumento

Por Miguel Laborde, El Mercurio. (05/07/14)

Los chilenos somos chilenos-chilenos desde el siglo 17. Como que el brutal terremoto de 1647, más las sequías, pestes y piratas, que parecían haberse puesto de acuerdo para venirse a este lugar remoto, hubieran dejado a la vista lo complicado de este bellísimo territorio.

A muchos españoles no les gustó, y se fueron, con sus mujeres españolas recordándoles que sus amigos en Bogotá o México estaban muchísimo mejor. Algunos se quedaron, y hasta hoy se siguen quejando de “este país”, y otros no se fueron porque no tenían cómo. Pero algunos quisieron quedarse, atrapados en una atracción intensa por esta tierra hermosa y a veces cruel.

Se volvió costumbre ser individualista, cauteloso, desconfiado, algo esperable en un medio donde todo costaba tanto trabajo. Se despertó la viveza criolla, a veces al límite de la ilegalidad. El sentimiento general, compasivo y poco exigente hizo crecer una moral muchas veces laxa, como la de esos hinchas que se colaron en el Maracaná porque “las entradas eran muy caras”. O la de los que salieron a celebrar aquí en las calles y arremetieron contra buses y locales del comercio. En este escenario, cada personaje o acción de alto mérito hace bien. Aporta una cuota de normalidad, de que “sí se puede”. Triunfos y hazañas agrandan el corazón del chileno y demuestran que el destino no nos la tiene jurada.

Asimismo, como hemos sido poco celebradores de los connacionales, se nos ha olvidado cómo rendir homenajes, un arte que surgió en Italia con retratos, bustos, arcos, columnas y esculturas monumentales.

¿Y ahora? ¿Qué hacer con la Roja para demostrarle reconocimiento, al margen de declarar hijos ilustres a algunos jugadores o de rebautizar calles con sus nombres?

El monumento escultórico es lo más democrático, por cuanto requiere un trámite parlamentario e, idealmente, una erogación popular; es la población nacional la convocada a financiarlo.

Además, se hace un aporte, imborrable, que embellece a la ciudad.

Tal vez es el momento para que el entorno del Estadio Nacional comience a transformarse en paseo de figuras emblemáticas del deporte chileno, como González y Massú, Salas y Zamorano, o esta selección de fútbol -por dar ejemplos recientes- para darse cuenta de que Chile sí tiene grandes hitos en su historia deportiva, especialmente si se considera su baja población: España tiene 46,5 millones y Brasil… 198 millones.

El desafío de fondo, el que está en el centro del deporte, es la transformación de sí mismo. En otro lugar de Santiago -en el parque Providencia- está ese mensaje de Tótila Albert con su “Monumento a Rodó”.

José Enrique Rodó, en su obra “Ariel”, advierte a la juventud de América Latina sobre los riesgos del pragmatismo, del materialismo, representado por Calibán; y, en cambio, llama a defender el idealismo, el deseo de evolución espiritual simbolizado por Ariel. Este en lo alto de este monumento, el otro sosteniendo su peso abajo, son una unidad, porque así es el ser humano: contiene lo oscuro junto al deseo de claridad.

Con esta atmósfera futbolera, tal vez Rodó habría llamado a evitar el pragmatismo del “astuto” equipo holandés y a cultivar el juego de la Selección Chilena, con entrega, pasión y aporte al espectáculo. El mayor triunfo de la Roja, y de ahí el derecho al monumento, es el triunfo de los jugadores sobre sí mismos; por eso se llenaron las calles de Santiago para recibirlos.

Reconocimiento

El mayor triunfo de la Roja, y de ahí el derecho al monumento, es el triunfo de los jugadores sobre sí mismos; por eso se llenaron las calles de Santiago para recibirlos.