Fin del adobe y el creciente sentido de la evacuación

Por Sebastián Sottorff, El Mercurio.

Zonas interiores:

Esas son las principales lecciones que deja el terremoto en el Norte Grande.

“Nada bueno viene después de un terremoto”, dice Angelina Miranda, mientras desgrana un choclo para una escuálida cabra. Ella vive en Molinos, pequeño caserío ubicado a 38 kilómetros de Arica, junto al río Lluta y el verdoso valle del mismo nombre. Allí solo viven seis familias, que la noche del martes pensaron que las montañas del altiplano se les venían encima. “Vino el temblor y comenzaron los rodados desde los cerros. Ni se imagina el susto que pasamos, por eso le digo que nada bueno viene después de un terremoto”. Pero reflexiona y agrega: “Aunque con el terremoto del 2005, nos dimos cuenta de que no podíamos seguir construyendo con adobe. Para eso sí que sirvió”, sentencia.

La cavilación de esta mujer es una conclusión generalizada en las regiones de Arica y Tarapacá, pues durante siglos, las construcciones en base a barro dominaron el paisaje. Hoy los nortinos levantan viviendas en base a ladrillos, cemento y “adobe reforzado”, la misma mezcla de barro y paja fortalecida, pero con una malla de metal en su interior.

Su aplicación se observa en la iglesia San Jerónimo de Poconchile, localidad ubicada a 35 km de Arica. El templo, construido originalmente en 1560, ha sido reconstruido varias veces y por estos días concluye su más reciente restauración. “Con el terremoto del martes pasó la prueba”, dice Hernán Mamani.

Otra localidad aleccionada tras las catástrofes es Zapahuira, poblado cercano a Putre a más de 3.500 metros de altura sobre el nivel del mar. Aquí la gente también comenzó a modificar sus casas para abandonar el adobe y dar paso a materiales más resistentes. “Había que hacerlo no más, pues ya no podíamos arriesgarnos”, dice Iris Gutiérrez, mientras cosecha su huerta de ajíes rocotos.

Otra lección aprendida del maremoto del año 2010 fue el sentido de evacuación que por estos días demuestran los nortinos. Pese a la pavorosa experiencia de evacuar una y otra vez, los ariqueños e iquiqueños dan una clase de civismo y tranquilidad. “Lo del 2010 nos dejó asustados a todos. Por eso la gente anda más preocupada y consciente de cómo es que hay que arrancar si es que viene un tsunami “, explica Mariana Maturana. Su vecina, Jessica Pastene, reafirma la obervación: “¿Qué sacamos con vivir con miedo? Lo mejor es tener un plan y arrancar no más”, sentencia.