Monte negro

Por Ignacio Araya Chanqueo, El Mercurio.

A pocos kilómetros de Santiago, en Tiltil, 600 montenegrinos acaban de perder una batalla en la Corte Suprema. Agobiados por el pestilente hedor que cada día les regala una planta de cerdos, con un restaurante sin clientes, una posta que no descansa y moscas por doquier, sienten que son la nueva Freirina.

H ace tiempo que son pocos los automóviles que se detienen a un costado de la carretera para comer en el restaurante El Oasis, ubicado en la entrada del pequeño pueblo de Montenegro, en el kilómetro 61 de la Panamericana Norte.

Cuando la dueña del local, Marcia Naim, va a tomar el pedido de los visitantes, un nauseabundo olor a fecas inunda el ambiente. Entonces, como en muchas otras ocasiones, Marcia escucha la misma excusa de sus clientes.

-Disculpe, pero mejor no vamos a almorzar.

Enclavado en un valle de la comuna de Tiltil, los 600 habitantes de Montenegro llevan seis años soportando diariamente el molesto aroma que -acusan- emana de la empresa Porkland, dedicada a la crianza de cerdos. Según los vecinos, las piscinas de desechos orgánicos de los porcinos, ubicadas a no más de cinco kilómetros al norte del pueblo, tienen a la tranquila localidad convertida en un lugar insufrible para sus habitantes.

Salir o no a la calle es una decisión que depende del viento. Cuando la brisa sopla de norte a sur, los montenegrinos cierran puertas y ventanas. Gladys González, secretaria de la junta de vecinos de la escuela local, cuenta que a veces es en la mañana; otras en la tarde, en no pocas es todo el día.

-Tenemos que vivir encerrados, y cuando tenemos que salir, estamos obligados a taparnos un poquito la nariz. El olor es insoportable.

Olor e insoportable son, precisamente, dos palabras que aquí se ha vuelto una costumbre usar juntas. La otra es “moscas”.

Los montenegrinos se han organizado para alzar la voz. En 2012 se tomaron la Ruta 5, exigiendo soluciones para contrarrestar los pestilentes aromas y provocaron un descomunal taco de 30 kilómetros. Hace algunas semanas, la Superintendencia del Medio Ambiente multó por $150 millones a Porkland por no instalar barreras arboladas en su cierre perimetral.

Sin embargo, perdieron un recurso de protección presentado ante la Corte Suprema, en el que denunciaban que la empresa no cumpliría con el derecho constitucional a vivir en un ambiente libre de contaminación.

Ahora no saben qué hacer.

Las eternas moscas

Son las dos de la tarde y el sol es inclemente. Bajo la sombra de un árbol, cuatro niñas capean el calor tomando helados.

-Salimos rápido porque más tarde el olor es insoportable -dice Allison, de 12 años.

Ahora están afuera capeando las altas temperaturas, pero cuando se encuentran en clases, aunque haga calor, la regla en la escuela es cerrar todo cuando el viento sople.

-Yo sacaría los chanchos de aquí -reflexiona Caroline, de 11 años. Su amiga Astrid, de 7, no se muestra muy convencida.

-Yo no los sacaría, me quedarían las manos hediondas a chancho…

Si bien el olor depende del viento, las moscas son número fijo. Están en todos lados. En el restaurante, en el colegio, en la posta… Sara Boisier vive en la última casa de Montenegro hacia el norte, la más cercana a Porkland. Para desgracia suya, a menor distancia de la faenadora, las moscas dejan de ser una simple molestia y pasan a ser una plaga, una nube negra que revolotea por todas partes. Aguas Andinas paga la fumigación, pero una vez al año.

-Cuando fumigan yo no sé si le echarán agua, pero al otro día están de nuevo las moscas. Y con las moscas y el mal olor, el estómago sufre bastante, la posta se llena.

Posta que es atendida por Julia Castro, paramédico que lleva nueve años trabajando aquí, y que cada día atiende en promedio de 15 a 20 personas por las mismas molestias.

-Esta es una de las postas que más problemas digestivos y respiratorios recibe. Y, desde hace un par de meses, vienen personas con cefaleas intensas.

El abastecimiento está asegurado con sueros, espasmódicos y sales de hidratación para esperar la época peak de atenciones médicas, cuando los niños entran al colegio. Para Castro, “es imposible que te sientes a almorzar o tomar desayuno y no sientas que tienes un corral de chanchos al lado tuyo”.

Todo negro

El ambiente en Montenegro no está negro solo por las moscas. Además de la nauseabunda presencia porcina por el norte, al este de la carretera está el relleno sanitario de la empresa KDM, pero el olor a líquidos percolados, “irrespirables” según los vecinos, ya no está. Y, hacia el sur, se encuentra una planta de Aguas Andinas. Al oeste, los cerros actúan como una barrera que facilita que todo el olor de los cerdos llegue directamente al pueblo.

El alcalde de Tiltil, Nelson Orellana, está preocupado. Reconoce que el fallo de la Corte Suprema fue un duro golpe. Él mismo negoció con Porkland la limpieza de las piscinas con purines, pero -según acusa el edil- “no pasó nada”. Cree que las cosas llegaron a un punto sin retorno, donde no pueden quedarse de brazos cruzados.

-Esto ya es un nuevo Freirina -sentencia.

Admite que la empresa no ha incumplido la legislación vigente. El problema, dice, es que los requisitos que impone la ley no son suficientes para proteger a los vecinos. Cree que el clima entre lugareños y la planta se está volviendo “bastante complejo”.

Cuatro personas están almorzando en El Oasis. Tienen suerte, a las cuatro de la tarde en Montenegro no corre nada de viento y el pueblito huele milagrosamente a campo.

Pero en un par de horas, cuando comience la brisa, no entrará nadie más. Marcia cree que así el negocio no se podrá sostener.

-Si tuviera los medios, yo me habría ido hace mucho tiempo de aquí, pero no los tengo. Montenegro ya no es un lugar para vivir.