Las cuadrillas que borran los rayados de las fachadas de Santiago

Por E. Briceño, La Tercera.

Un puñado de empresas eliminan, con solventes y agua a presión, los grafitis en edificios patrimoniales. Lo mismo hacen algunos municipios.

Antes de casarse, en noviembre de 2006, una de las cosas que Daniel Silva hizo fue borrar los rayados que ensuciaban la fachada de la Iglesia de San Francisco. “Era uno de los momentos más importantes de mi vida y quería que el lugar luciera bonito”, dice.

El es propietario de la empresa Alta Presión Ltda., una de las pocas -no más de cinco, según su propio cálculo- que a punta de solventes e hidroarenado (agua a presión con partículas de arena que pulen las superficies) desmanchan muros patrimoniales.

Como propietario de esta firma, no le costó realizar la misión, pero no duró nada. Al cabo de una semana, el frontis de la iglesia mostraba de nuevo las huellas de pintores callejeros.

Hoy tiene una oportunidad de revertir esa situación, porque desde hace 10 días su empresa es la encargada de limpiar ese mismo inmueble, su zócalo de piedra, sus murallas y el portón de madera que datan del siglo XVI. “En febrero, cuando terminemos los trabajos, aplicaremos un producto que impermeabiliza e impide que se impregne la pintura si vuelven a rayar”, explica.

Son horas -generalmente de noche, para no interrumpir el tránsito de los peatones- de emplear una y otra vez el potente chorro y luego retirar los restos con solventes. Por eso el acento actual está en aplicar productos que protejan estos edificios de la acción de los grafiteros, que ha aumentado, según los que se dedican al rubro, en un 30% anual desde 2000.

La empresa Sercoma existe hace un año y su preocupación va por ese lado. Desde Francia importan un producto químico que sella la porosidad del muro. “Es una capa incolora que luego de aplicarse no permite que se adhiera la pintura”, explica el dueño, Claudio Angel, cuyo trabajo más importante hasta ahora ha sido la limpieza del frontis de calle Portugal de la Universidad Católica.

Silva -quien en 15 años ya ha restaurado inmuebles como la Bolsa de Comercio, el Club de la Unión y la Biblioteca Nacional- cuenta que el hidroarenado no es barato: cuesta alrededor de $ 300.000 por jornada. Y que tampoco se puede aplicar a todo tipo de materiales: sólo a aquellos lisos y menos porosos, como la piedra, el estuco y el ladrillo. “Cuando son superficies pintadas, conviene más volver a pintar encima”, acota.

En cuanto a colores, Angel cuenta que el más complicado de retirar es el rojo y sus derivados.

Trabajo municipal

En la comuna de Santiago se encuentra la mayoría de los edificios patrimoniales de la capital y por eso la Municipalidad cuenta con una cuadrilla propia que desde 2010 se encarga de eliminar vestigios de pintura de sus muros. Entre las 10 PM y las 6 AM este grupo recorre el centro limpiando fachadas, estatuas e incluso el piso de algunas calles y paseos, como el Bulnes.

Primero aplican removedor de pintura y sacan la suciedad con un chascón (especie de cepillo metálico). Insisten con agua hirviendo y, si es necesario, aplican hidrolavado. “Cuando hay protestas en la Alameda, nuestra pega aumenta al doble”, dice el supervisor de la cuadrilla, Mario Barrientos.

Aquí también encontraron una solución de más largo aliento: un producto en base a poliuretano que plastifica las superficies para que los rayados no penetren. Barrientos agrega que se trata de un producto caro, $ 32.000 el metro cuadrado, pero que da buenos resultados.

Pero para Silva la solución definitiva es una campaña educativa para que los santiaguinos cuiden su patrimonio. “Hoy no hay respeto ni sanciones duras, como sí ocurre en Lima o en Quito”, apunta.

Alvaro Gómez, director de Aseo de la Municipalidad de Santiago, añade que es muy difícil sorprender a un grafitero en acción. “Si ello ocurre, es detenido, pero la sanción generalmente no pasa de una multa”, finaliza.