Columna Hacia un Santiago de calidad mundial: “La Vega Central, ‘joya oculta’ de Santiago”

Por Miguel Laborde, El Mercurio. (19/10/13)

El reconocimiento obtenido el mes pasado por la Vega Central -cuarto lugar entre los 45 mejores mercados del mundo- causó algunos desconciertos. No tenemos esa impresión en nuestro imaginario. Es una realidad sumergida, “una joya oculta”, según el jurado de The Daily Meal.

Claro, está al otro lado del río, allá donde en la Colonia vivían los indígenas, los negros, los indigentes, todo lo que no tenía lugar en la ciudad oficial; los cementerios después, los conventos retirados -las recoletas-, la fábrica de dinamita, los dementes, todo lo que aprovecha José Donoso en sus novelas para dejarnos a la vista su “Chile profundo”.

Al sur del río, la razón occidental de manzanas cuadradas, el orden; al norte la irracionalidad local, de manzanas irregulares, al borde del caos.

En el resto de América Latina, como en los siglos precolombinos, siguieron los mercados en el centro de las ciudades: se tomaron las plazas. En Chile, el disciplinado Cabildo logró, riguroso y legalista, sacarlos fuera. Solo la República estuvo dispuesta a aceptarlos de manera oficial, en los bordes del Mapocho; La Vega Central (la amerindia) allá en la ribera norte, el Mercado Central (el europeo), acá en la ribera sur.

No ha tenido una vida plácida La Vega, no le han faltado enemigos interesados en enviarla más lejos, arguyendo el ruido de los camiones y los carros, los gritos al amanecer, las calzadas dañadas y las veredas invadidas. Sobrevivió de milagro, a fines del siglo pasado, cuando parecía desfasada del “Chile moderno”.

Mucho les debe a varias etnias inmigrantes que comenzaron a demandar productos de sus tierras, las que enriquecieron la gama de aromas, sabores y colores en el lugar, de origen chino, peruano, coreano o de la India, testimonios de un Chile más global y diverso, ya inserto en el mundo.

Así aprendimos a mirar con otros ojos la quínoa de Socaire o el cilantro de Quilimarí. Todo eso era, advertimos ahora, riqueza pura.La mayoría son productos precolombinos: ¿Dónde estará, a propósito, la original colección de porotos reunida en el siglo XIX por Ramón Cruz Moreno, cientos de ellos, con rayas, pintas y colores diversos, maravillosa y única creación de la naturaleza chilena? ¿Será cierto que ahora está en Berlín, en el Museum für naturkunde?

Eran más de cien las variedades de papas de Chiloé, pero ellas han sobrevivido mejor gracias a la pertinacia de los chilotes y su fidelidad a lo propio; por algo está su isla grande en la lista de los 10 genocentros del mundo, de los que solo tres son americanos.

El tamaño sí importa: que sean más de mil los locales de la Vega Central (1.250) permite esa sensación de universo en el que uno se sumerge en busca de sabores y texturas que se temían perdidos, los que se mantienen vivos en pequeños valles remotos de nuestra geografía.

El gobierno regional de París -donde los mercados son patrimonio de primera clase- acordó apoyar a la Universidad Católica, hace dos años, para hacer un diagnóstico que ya está en manos de las municipalidades de Independencia y Recoleta, de cara al siglo XXI.

Se lo merece La Vega, descrita por el jurado como un “fiel reflejo de la cultura del país”.

Más de la encuesta de los 45 mejores mercados del mundo en: www.thedailymeal.com

Resistente

No ha tenido una vida plácida La Vega. Sobrevivió de milagro, a fines del siglo pasado, cuando parecía desfasada del “Chile moderno”.