Villa Bicentenario, donde los mapuches de Cerro Navia buscan rescatar su identidad

Por Pamela Gutiérrez, El Mercurio 6/7/2013

En defensa de sus costumbres y tradiciones ancestrales:

Los vecinos “limpian” sus casas con ceremoniales, algunos tienen banderas y se reúnen en un salón con forma de ruca.

Una brisa fría levanta el polvo en la Villa Bicentenario de Cerro Navia. Un hombre que habla mapudungun azota con unas ramas las paredes de su casa, por dentro y por fuera; luego golpea el suelo de tierra, que a futuro podría ser un jardín. Una mujer y tres niños también tienen ramas y observan en silencio el ritual. En cinco minutos, toda la casa “ha sido limpiada” y el hombre arroja las ramas al otro lado de la calle.

“No puedo hablar. Consulte al lonko, que es la persona que respetamos”, dice cuando se le pregunta por la ceremonia que acaba de realizar.

“Uno tiene que pedir a la persona que sabe, para que limpie o bendiga la casa. Se puede hacer con canelo, maque, romero”, explica Maritza Cañullán.

La Villa Bicentenario es un conjunto habitacional de 948 casas, de las cuales 148 son para mapuches residentes en Cerro Navia. Eso se nota no solo porque algunos vecinos practican el ritual de la limpieza, sino también por las banderas que están instaladas en algunas casas y por una pequeña cancha para practicar palín.

Son casas pareadas de color verde, que cuentan con un living comedor, cocina, baño y un segundo piso con dos dormitorios. Además, tienen estacionamiento.

Como la villa recién se inauguró, por todas partes hay ruidos de sierra cortando fierro. Son los mismos vecinos que están instalando las rejas para delimitar sus viviendas.

“Venimos de la Villa Carrascal. Yo viví 40 años allí”, cuenta Sandra Camiullán, una de las nuevas propietarias.

La vecina explica que Cerro Navia tiene una fuerte presencia mapuche, como lo muestra el Parque Ceremonial Mapuche, también llamado Parque Costanera. “Ahí nos dijeron que podíamos postular por nuestros apellidos mapuche”, dice.

Los vecinos tardaron casi seis años para que este proyecto fuera realidad. “El único problema fue que no nos firmaban los papeles para que nos dieran el subsidio. Fuimos dos veces a protestar al ministerio (de Vivienda), porque no queríamos seguir esperando”, detalla Sandra.

Según explicaron en la Municipalidad de Cerro Navia, el tiempo de espera está dentro de lo normal, desde que se constituyen los comités, se inscriben en el Serviu y finalmente son elegidos los grupos más vulnerables para la construcción de viviendas.

Hay 13.000 mapuches en la comuna, que constituyen el 6,8% de sus habitantes, explica la asistente social del municipio, Carolina Paillalef.

Para reunirse, los vecinos lograron que se construyera un salón multiuso de material sólido, con forma de ruca.

Olga Traike y su esposo, Segundo Curihual, tienen dos hijos. La pareja habla castellano, pero quieren que sus hijos aprendan mapudungun.

“Queremos recuperar nuestra lengua. Yo la perdí, lamentablemente, cuando me vine a Santiago (…) Mis padres no nos siguieron enseñando, para que no sufriéramos discriminación”, comenta Curihual.

El único inconveniente para algunos vecinos es que tendrán que cambiar los niños de colegio, porque desde su nueva casa, les queda lejos.

Bandera indígena

Varias casas de la villa tienen en la entrada una bandera de mapuche. “Esto es para gente como ustedes que ignoran de qué se trata el tema mapuche. Es para marcar un territorio, porque si no, sería como cualquier otra casa, cualquier otra villa”, explica Olga Traike.

Su casa queda en el pasaje Alex Lemun (sin acento, como es el apellido original), el joven de 18 años que murió en un enfrentamiento con Carabineros en noviembre de 2002. “La señalética está toda mal escrita. Ni siquiera en eso podemos tener un mínimo de respeto (…) Los nombres de las calles se pusieron para recalcar el idioma y para hacer presencia a los hermanos que han sido asesinados”, dice Olga, quien conoció a Matías Catrileo y a Lemun.

En su casa hay un kultrún. Según explica Segundo Curihual, el instrumento se ocupa todos los días, ya que “es la conexión con la cosmovisión. Nosotros no hacemos música ni un show, sino para agradecer, pedir, rogar. Tal vez no tenemos mucho, pero sí una vida”.

Aunque ahora tienen casa propia, la aspiración de esta pareja no es quedarse allí para siempre, sino volver algún día al sur.