Los espacios verdes públicos – Entre demanda y posibilidades efectivas

Por Dr. Arq. Guillermo Tella, Doctor en Urbanismo y Lic. Alejandra Potocko, Licenciada en Urbanismo.

Los espacios verdes públicos constituyen uno de los principales articuladores de la vida social. Son lugares de encuentro, de integración y de intercambio; promueven la diversidad cultural y generacional de una sociedad; y generan valor simbólico, identidad y pertenencia. Con lo cual, los gobiernos locales tienden a desarrollar estrategias para incrementar su oferta, para optimizar su mantenimiento, para mejorar la calidad de su equipamiento así como para potenciar su acceso público. Desde esta perspectiva, diversos interrogantes se disparan sobre su promoción y gestión e instalan una delicada articulación entre demanda y posibilidades efectivas.

Por sus cualidades intrínsecas, los espacios verdes públicos cumplen en la ciudad funciones estéticas, enriquecen el paisaje urbano y asumen un papel central de oxigenación. Asimismo, contribuyen en la regulación hídrica y en la reducción del impacto de la ciudad construida sobre el medio ambiente. Y ofrecen un ecosistema urbano apropiado para la conservación de la biodiversidad.

Desde su forma urbana también juegan un rol importante en la estructuración de la ciudad como ordenadores de la trama, cualificando el tejido, orientando el crecimiento y vinculando espacios. En tal sentido, se presenta a continuación una mirada sobre esta problemática, orientada a la búsqueda de respuestas sobre su significado, sobre sus elementos significativos, sobre su gestión y su mantenimiento.

Hoy, tres funciones básicas que se le reconocen a los espacios verdes públicos: 1) como espacios públicos, 2) como espacios verdes y, finalmente, 3) como ordenadores urbanos. Sin embargo, estas funciones han ido mutando a través del tiempo y su concepción fue adquiriendo lógicas distintas.

En las ciudades argentinas un primer escenario se constituye en la etapa colonial, a través de las Plazas Mayores, fundadas en base a las Leyes de Indias, que le otorgaban forma y carácter a la ciudad, al tiempo que la convertían en símbolo del poder político, religioso, cívico y comercial.

En torno a ellas se situaba la iglesia mayor, el cabildo, el fuerte, la casa real, las tiendas. Posteriormente nacieron otras plazas denominadas “menores”, que fueron concebidas como “vacíos urbanos” y utilizadas como baldíos, como altos de carretas, como mercados, mataderos o basurales.

A principios del siglo XX, las plazas fueron concebidas como espacios de encuentro e interacción social y como elementos urbanos de control: las “plazas secas” o “plazas grises” dan cuenta de ello. Es decir que la idea de “plaza” ha ido cambiando de paradigmas en función de sus prácticas, de su valor simbólico y de su carácter cívico-institucional.

Otro de los grandes componentes de los espacios verdes son los “parques”, que a través del tiempo se atribuyeron, en primer lugar, funciones tales como “pulmones” de las áreas centrales hacinadas como delimitación de la expansión urbana, intentando poner freno al loteo indiscriminado. Luego se constituyeron en espacios de recreación y de ocio.

Asimismo, estos espacios han atesorado nuevos significados y prácticas, tanto como escenarios artísticos y culturales así como ámbitos de manifestación y expresión de conflictos sociales. Hoy, muchas de las funciones esenciales de los grandes espacios públicos tienden a recluirse en espacios de carácter privado; y los espacios comunitarios, de uso colectivo, terminan convirtiéndose desde la lógica de mercado en remanentes.

Con lo cual, su función principal tiende a ser desplazada hacia otros espacios más funcionales, como el centro comercial o el club social; conduciendo a los espacios verdes públicos a cambios de rol o desuso. Esto encubre como amenaza la posibilidad de dejar de ser un espacio estructurante, que cualifique la trama urbana, a ser un espacio estructurado, con carácter residual y/o marginal.

Los tipos de espacios verdes públicos

Existen tres grandes categorías de espacios verdes públicos. Están los sitios y ámbitos que definen el paisaje de la ciudad, donde los elementos de la topografía asumen un valor excepcional al definir el paisaje natural y estructurar los usos urbanos.

Luego están los parques y paseos, espacios abiertos de la ciudad de dimensiones y características paisajísticas especiales y cuyo uso colectivo está destinado fundamentalmente a actividades recreativas (parques regionales, parques urbanos, paseos urbanos, balnearios, plazas, etc.). Finalmente, encontramos calles singulares del trazado urbano que -por sus dimensiones, tránsito, usos y arbolado- constituyen ejes de valor singular.

Dentro de estas grandes categorías, los espacios verdes se diferencian según: 1) su escala (local, metropolitano, regional), y 2) su origen (arbolado, localización, morfología). Así, por ejemplo, encontramos “bosques periurbanos”, “parques metropolitanos”, “parques urbanos”, “plazas”, “plazoletas”, “bulevares”, “corredores verdes”, “reservas naturales”, etc.

Los bosques periurbanos tienen una considerable extensión y una masa forestal, que puede ser original, replantada o mixta. Tienen escala metropolitana e incorporan equipamiento e infraestructura para uso recreativo. Además, cumplen doble función: por un lado, configurar un cinturón verde ó telón de fondo de la ciudad y, por otro, absorber y depurar el agua y actuar como reguladores hídricos. Es típico de estos espacios verdes su trazado paisajístico ausente de formas geométricas.

Los parques urbanos, en cambio, se localizan en áreas urbanas consolidadas, ofreciendo -a algunos barrios o a la ciudad entera- una serie de actividades de interés para diferentes grupos etarios, con recorridos y usos delimitados: deporte libre u organizado, descanso y recreación, etc. Tienen un radio de influencia de aproximadamente 2 km., pudiendo acceder por transporte público.

Las plazas y paseos, de escala menor, se ubican en el interior de la ciudad, sobre sectores densamente poblados. Su área de influencia es peatonal y en general no supera 1 km. Están orientados a satisfacer las necesidades de ocio cotidiano de la población, siendo su uso activo y continuo.

Las reservas naturales urbanas se encuentran en el entramado periurbano. Son espacios protegidos, de gran valor ambiental y cumplen importantes funciones ecológicas, tal como: el resguardo de los ecosistemas originarios de cada región, conservando comunidades y especies amenazadas. Por ende, configuran paisajes más silvestres, no antropizados. Resultan valiosos también como espacios para la educación ambiental y la investigación.

Un plan verde para ordenar la ciudad

Los espacios verdes públicos otorgan cualidad a la ciudad y por ende, constituyen uno de los ejes de las políticas públicas. En esa línea, cabe preguntarse dónde y cómo actuar para revertir los procesos de degradación, para dinamizar los procesos de su reconversión así como para propiciar la creación de nuevos espacios que atiendan a nuevas demandas de la población.

Los planes, los programas y los proyectos articulados y formalmente reconocidos son instrumentos centrales de la gestión urbana para poder planificar y operar sobre los espacios verdes públicos. Un ejemplo es el “plan verde”, generalmente enmarcado bajo la figura de un “plan especial” dentro de un plan de ordenamiento urbano.

La transferencia de potencial constructivo

Un caso paradigmático lo representa el modelo ecológico de Curitiba (Brasil). En un proceso de planeamiento que lleva más de 25 años, la ciudad ha sabido constituirse en un ejemplo de buenas prácticas a nivel mundial por lograr la superación de conflictos urbano-ambientales sin resignar su desarrollo urbano e industrial.

Uno de los aspectos más destacados del modelo es su sistema de transporte público automotor, que atiende a más del 70% de los viajes que se producen en la ciudad. El otro de los aspectos sobre el cual se estructura el desarrollo y funcionamiento de la ciudad es su sistema de parques, que cumplen un fundamental rol como reguladores hídricos en toda la región.

La política de creación de áreas verdes se basó en la recuperación de antiguas canteras y áreas industriales, con mínimas y graduales intervenciones; y fue tan intensa que permitió pasar de 1 a 50 m2 de espacios verdes por habitante. En este sentido, la zonificación y los usos del suelo, más que disciplinadores de la ocupación, fueron concebidos como agentes promotores del proceso de desarrollo urbano.

La gestión fue impulsada por un organismo público, el Instituto de Investigación y Planeamiento Urbano de Curitiba, encargado de conducir los procesos de planificación e intervención en la ciudad. En determinadas zonas alentó mediante incentivos y en otras limitó la ocupación y densificación, en concordancia con la planificación integrada de la ciudad.

Y en lo que respecta a áreas verdes, se promovió la creación de un Fondo Municipal de Áreas Verdes, y se puso en vigencia un instrumento conocido como “transferencia de potencial constructivo”, utilizado con el objetivo de incentivar la no ocupación –en lugar de restringirla- de los terrenos con cobertura vegetal natural, y la transferencia de ese “potencial” de construcción a otras áreas de la ciudad que se pretende deliberadamente urbanizar.

Una vocación esencialmente pública

La ciudad de Rosario ha sabido identificar áreas de oportunidad, poniendo en valor espacios inutilizados o subutilizados, remanentes de la trama urbana y vacíos urbanos, y conformando un sistema de espacios verdes públicos de escala metropolitana.

La desafectación del uso ferroviario de grandes superficies dio lugar al reclamo ante el gobierno nacional por parte del municipio de suelo que podría ser destinado a la construcción de espacio público. Por ser uno de los centros ferroviarios más significativos del país, contaba con instalaciones de gran porte, las cuales en su mayor parte se encontraban ubicadas en una posición urbana estratégica.

Desde 1993, la Secretaría de Planeamiento del Municipio, a cargo de la Arq. Mirta Levin, viene desarrollando una intensiva y constante gestión de suelo, acompañada con una planificación de las áreas de nuevo desarrollo urbano y proyecto de cada una de las intervenciones. Ese proceso ha dado como resultado -explica Levin- una de las transformaciones más trascendentales: la apertura de la ciudad al río mediante la generación de un nuevo frente urbano.

Esto fue posible gracias a una difícil pero acertada decisión tomada en la década del ´60: el traslado del puerto del norte al sur de la ciudad, que posibilitó la transformación de la costa. Consiste en diversas actuaciones tendientes a reafirmar la vocación esencialmente pública de ese territorio mediante la construcción de una sucesión de parques, plazas, balcones sobre el río; la minimización de las áreas de concesión y la generación de un recorrido ininterrumpido de 11 km sobre el borde de agua.

El objetivo fue incrementar en forma progresiva la superficie de espacios públicos hasta superar los 12 m2 por habitante. Con lo cual, se impulsó una política de reequilibrio territorial en cuanto a la dotación de áreas de recreación y de esparcimiento, tendiente a superar las situaciones de deterioro de algunos espacios públicos significativos de la ciudad y de sus barrios, y a crear nuevos parques urbanos.

Aportes para una actuación efectiva

La actuación efectiva sobre los espacios verdes públicos constituye hoy un desafío importante para las administraciones públicas locales, en los procesos actuales de consolidación, densificación y crecimiento de las ciudades. Particularmente, la capacidad de articular herramientas, mecanismos y políticas en espacios de gestión multiactorales y pluri-representados.

Hemos recorrido diferentes prácticas ejemplos de éxito y voluntad por dirigir procesos de construcción de espacios verdes más sustentables, integradores de ciudadanos y condensadores de prácticas sociales. No obstante, no existen recetas únicas adaptables a cualquier realidad.

Por el contrario, insistimos en la necesidad de conocer el territorio, interpretar los procesos e identificar las necesidades reales, sobre la base de mecanismos de participación ciudadana, a fin de dirigir recursos en el sentido más productivo para obtener los mayores beneficios de cualquier intervención.

Versión adaptada del documento elaborado en 2009 y publicado en Mercado y Empresas para Servicios Públicos, 55, IC Argentina, pp. 40-55.