Emprendedores rapanuís empiezan a recibir apoyo para preservar artesanías

Llegan a la Isla de Pascua programas del Fosis:

Talladores de minimoáis, cultivadores de plantas locales y fabricantes de productos polinésicos están expectantes.

Por Mauricio Silva, El Mercurio.

Juan Chávez tiene 50 años y desde los 20 fabrica pequeños moáis de piedra volcánica que ofrece a los turistas. En su moto scooter recorre las faldas de los cerros de Isla de Pascua para recoger materia prima y tallar, en promedio, seis figuras a la semana. Por cada una obtiene $6 mil cuando las vende a los puestos de venta de artesanías. Saca un mejor precio en temporada alta, cuando, sin intermediarios, se entiende él con los visitantes.

Chávez, cuyo apellido original era Teave (“tú sabes que acá dan vuelta los apellidos”, explica), sueña con ampliar el techo de su taller para protegerse en invierno de la lluvia y el viento. Y con comprar herramientas que le permitan diversificar sus esculturas a la madera.

Al igual que otros 1.300 pascuenses que viven con menos de $150 mil al mes, nunca ha recibido la ayuda económica con que el Estado apoya los emprendimientos de los sectores más vulnerables. Y eso que el 24% de la población rapanui cuenta con esa cifra como ingreso máximo, según el informe 2010 de la Encuesta de Empleo de la Provincia del Ministerio del Interior.

El problema es que ninguno de los isleños recibe menos de $62 mil per cápita mensual, la línea oficial de la pobreza en Chile. “Pero es un mito que acá no hay personas en situación de vulnerabilidad. Lo que pasa es que aquí las cosas son más caras que en el continente y nadie puede sobrevivir con menos de $150 mil”, explica desde Hanga Roa, capital pascuense, el director nacional del Fondo de Solidaridad e Inversión Social (Fosis) del Ministerio de Desarrollo Social, Claudio Storm.

Para remediar esta situación, la entidad dio inicio a un programa piloto en la Isla de Pascua, que incluye la capacitación y un capital semilla de $700 mil, el doble que un apoyo regular, con la expectativa de que estimule las artesanías y otras actividades tradicionales que con el boom turístico de la isla sean rentables.

También está expectante Ana Tuki, dueña de un vivero de plantas en la avenida Pont. “Me vendría como anillo al dedo. Acá todo es muy caro”, señala.

Así podrá preservar los pocos vegetales endémicos que van quedando, como algunos toromiros reintroducidos desde Australia, y otros árboles autóctonos apreciados por artesanos locales. Pero para atender los requerimientos de los hoteles, sus mejores clientes, requiere diversificar su stock con plantas ornamentales traídas del continente. “Acá hay poca variedad de rosas e hibiscos. Si no viajo yo, necesito que alguien me mande”, dice.