Ciudad de México: renace una capital

Expertos atribuyen parte del éxito al bien evaluado control de la policía.

La delincuencia ha disminuído desde 1997, pero quedan retos por delante.

Por Nicholas Casey, El Mercurio.

La elección presidencial de México resultó una reñida disputa a tres bandas entre los grandes partidos del país. Sin embargo, en la carrera por la alcaldía de la capital, tal vez el segundo puesto más poderoso del país, no hubo competencia. El ganador se impuso con una ventaja de 44 puntos porcentuales. Muchos atribuyen la victoria de Miguel Ángel Mancera a una serie de alcaldes precedentes de su partido, el izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD), que dedicaron más de una década a la reconstrucción de la capital en frentes que van desde la lucha contra la delincuencia hasta la renovación urbana.

En un país asediado por la guerra contra el narcotráfico, la delincuencia ha caído desde 1997 y los carteles de las drogas no luchan en las calles contra los militares. El aire de la ciudad, en su día conocido por su contaminación, se ha vuelto notablemente más limpio en los últimos 10 años. Desde principios de la década pasada, la red de seguridad se ha incrementado de manera gradual luego de que el gobierno de la ciudad implementara estipendios para madres solteras y ancianos.

Hay incluso un despertar cultural, con proyectos de arte patrocinados por la ciudad y otros privados como el museo del magnate mexicano Carlos Slim. En lugar de las bandas delictivas, la violencia y la corrupción, algunos de los temas que acaparan la política de Ciudad de México son más típicos de las sociedades más asentadas, como los derechos de los homosexuales o las ciclovías.

El beso de la muerte

“Ser alcalde de Ciudad de México solía ser el beso de la muerte: era imposible gobernar. Eso se cambió”, señala Luis de la Calle, consultor político que en general asesora a políticos conservadores.

En los años 80, la revista Time publicó una portada distópica con una ilustración de una ciudad con masas de personas y el titular “The Population Curse”, algo así como “La maldición de la población”. Cerca de una década después, Naciones Unidas señaló a Ciudad de México como la metrópolis más contaminada del mundo. En una ciudad donde incluso un viaje en taxi bastaba para ser atracado -a veces por parte del propio conductor- mucha gente salió huyendo hacia las capitales provinciales.

En estos días, el alcalde electo Mancera recita una lista de tareas pendientes que muestran en qué medida han cambiado las prioridades de la ciudad: una amplia “expansión de los derechos civiles” centrada en los homosexuales y otros grupos considerados marginados, y la ampliación de una flota de bicicletas públicas, de 1.200 a 4.000. “Esta ciudad puede ser un modelo para otras”, afirma.

Sin embargo, la ciudad se halla en la actualidad haciendo un exitoso control de la delincuencia. En 1997, la capital tenía una tasa de homicidio de 17 por 100.000 habitantes, mientras que ahora es de 8 por cada 100.000, comparable con ciudades estadounidenses como Chicago y Los Ángeles.

Conforme los soldados se desplegaban por todo el país para luchar contra el crimen organizado, ciudades fronterizas como Ciudad Juárez vieron más de 3.000 asesinatos relacionados con las drogas en 2010, su año más sangriento, mientras que Ciudad de México, cuya población tiene casi ocho veces su tamaño, ha tenido menos de 200 de estas muertes en el mismo período.

Éxito de la policía

Los expertos atribuyen el éxito a la policía. Desde 2009, Ciudad de México ha sumado más de 10.000 agentes policiales, para alcanzar un total de 80.000, de los cuales 4.000 se concentran en la investigación de homicidios. La proporción entre policías y residentes, notoriamente baja en el resto del país, está a la par con muchas partes de Estados Unidos y Europa.

Con todo, el problema todavía persiste, un hecho que los residentes de la ciudad recordaron la semana pasada luego de un tiroteo en el aeropuerto de Ciudad de México que involucró a presuntos narcotraficantes y dejó tres policías muertos.