Disminución del impuesto específico a los combustibles: ¿es realmente la solución?

Por Directorio. Instituto Ferroviario de Chile

“Es esperable que en años posteriores el precio del combustible siga al alza. Mayores precios harán rentable la explotación de pozos que hoy no lo son y permitirán con ello mantener la oferta en el tiempo (…) En términos económicos, un mayor precio es una señal para reducir el consumo y buscar mayor eficiencia. Esta evolución en los precios debería favorecer el transporte público, en especial el ferroviario”

Nuevamente se sigue hablando de fórmulas para aminorar el impacto de las alzas de los combustibles mediante disminuciones en el impuesto específico. En este discurso pareciera que la gasolina fuera un bien de primera necesidad para el cual no existen sustitutos, similar al harina, leche o agua potable.

Por una parte, llama la atención que el discurso se concentre principalmente sobre los combustibles. Muchos alimentos han experimentado fuertes alzas en los últimos años y apenas se hace mención a ello.

Si bien el aumento de la motorización ha alcanzado una parte importante de la clase media, sigue siendo la clase más acomodada la que hace mayor uso de este medio. Los hogares de clase media hacen más viajes y a mayores distancias en vehículos particulares que hace algunos años atrás, pero aún se mantienen detrás de las clases acomodadas en este sentido. Por ejemplo, en el Gran Santiago la oferta vial actual hace imposible que todos los hogares de barrios de clase media utilicen el vehículo al mismo tiempo.

En realidad, en Chile casi nadie está obligado a viajar en automóvil. Es cierto que muchos barrios y localidades no cuentan con un servicio de transporte público de calidad suficiente, pero esta carencia normalmente obedece a que los usuarios prefieren no usarlo en favor del automóvil particular. Al parecer, el transporte público no está siendo lo suficientemente atractivo como para convencer a los usuarios de preferirlo. Más aún, mucha gente que hoy lo utiliza aspira a no tener que hacerlo más.

Por otro lado, el petróleo, de donde se obtiene la gasolina, es un recurso no renovable. Como tal, las fuentes se van agotando y es necesario ir buscándolo en otros lugares. Los pozos de petróleo más nuevos tienen asociados mayores costos, debido a su ubicación, inestabilidad política, o la dificultad de extracción de petróleo crudo. En vista de ello, es esperable que en años posteriores el precio del combustible siga al alza. Mayores precios harán rentable la explotación de pozos que hoy no lo son y permitirán con ello mantener la oferta en el tiempo.

En términos económicos, un mayor precio es una señal para reducir el consumo y buscar mayor eficiencia. Esta evolución en los precios debería favorecer el transporte público, en especial el ferroviario, ya que consume menos energía por pasajero o tonelada transportada en muchas situaciones. Ello permitiría que muchos proyectos de transporte ferroviario que hoy no son rentables, sí lo sean en el futuro.

Dado lo anterior, consideramos que la mejor fórmula para atenuar los impactos de las alzas de los combustibles, es incentivar a un menor uso de estos. Para ello, las políticas públicas deben apuntar a reducir las distancias de viaje, estimular la caminata y hacer más atractivo al transporte público. En esto último, el transporte público ferroviario debería jugar un rol fundamental, ya que es más eficiente energéticamente y más atractivo para los usuarios de automóvil. En cambio, reducir los impuestos específicos haría que el Estado deje de percibir fondos significativos, pero no sería suficiente para frenar el alza de un producto que cada vez se hará más difícil de obtener y no dejaríamos de malgastar.