¿Es posible planificar por condiciones en Chile?
Por: Ricardo Abuauad
Director Escuela de Arquitectura UDP
Una buena parte de la discusión sobre nuestras ciudades apunta a modificar la planificación tradicional para reemplazarla por una “por condiciones”. Según la Cámara Chilena de la Construcción (Fundamenta N° 42, Bases para una política nacional de desarrollo urbano), esto supone que “el territorio se entiende posible de ser desarrollado, siempre y cuando se cumpla con una serie de condiciones o exigencias, orientadas a que los desarrollos internalicen sus externalidades, medidas caso a caso en forma objetiva y transparente”. Sin embargo, esto abre al menos dos preguntas de difícil respuesta en el Chile de hoy.
La primera, y más evidente: una planificación por condiciones supone una fiscalización importante de los organismos públicos. En otro texto de la CCHC (minuta CTR Nº 10/ 2011, Exigencias de la planificación por condiciones en el PRMS) se afirma que esta nueva forma de planificación permitiría agregar a la ciudad suelo que pudiese ser urbanizado (con condiciones), sin que fuera obligatorio que se discutiera a nivel político. Se subentiende, entonces, que la responsabilidad recaería en las instancias técnicas encargadas de verificar el cumplimiento de las exigencias. ¿Las recientes experiencias como Costanera Center o el mall de Castro no son razones suficientes para dudar de esa capacidad de control? ¿No nos obligan a evitar situaciones límites en las que un organismo público deba fiscalizar cuestiones que estén, en la práctica, más allá de su alcance? ¿No nos advierten sobre los riesgos de esperar que en adelante ocurra correctamente lo que hasta ahora sólo evidencia errores?
La otra pregunta es más de fondo. La planificación por condiciones supone que el resultado de una ciudad será una suma agregativa de decisiones individuales que han pagado los costos de realizar lo que hicieron. Un total que será, en el mejor de los casos, la suma de partes que se han hecho cargo de los efectos negativos que provocaron. Sin embargo, las ciudades que admiramos son mucho más que eso; suelen ser la consecuencia de una visión colectiva, de largo plazo, que no solamente mitigue daños, sino que se anticipe a los cambios, los organice y los convierta en oportunidades. Una buena ciudad traza un horizonte de desarrollo, y luego dispone las herramientas y prevé los recursos para que se materialice. A esto se le llama planificar. Supongamos por un momento que las metas para la capital sean la disminución de los tiempos de viaje, la reconversión de lugares centrales, la utilización eficiente de recursos. Resulta imposible que ello se produzca en base a decisiones atomizadas. Por supuesto, es indispensable poner condiciones: lo que ocurre en Sanhattan es una prueba más que clara. Pero no basta. Antes de eso es necesario que se trace el plan, ese que indica hacia dónde y cómo debe evolucionar la ciudad. Y ése, claramente, no es un plan por condiciones: es un plan, a secas.
Columna publicada originalmente en La Segunda, Ideas, 6 de Junio de 2012.
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