Villa El Dorado: el barrio de clase media de Vitacura que conserva su estilo tras 50 años

En octubre de 1962 llegaron los primeros habitantes a este lugar de angostas calles y casas de un piso. R Dentro de la villa nunca han circulado micros ni se han levantado edificios. Hasta ahora.

por Evelyn Briceño, La Tercera

Es sábado por la mañana y mientras un grupo de cuatro vecinas conversa en una esquina, tres niños por lado juegan una “pichanga” de fútbol. La escena ocurre en el pasaje Kentucky, uno de los que conforman la Villa El Dorado. Este barrio de clase media fue fundado en 1962, y hasta 1991 era parte de Las Condes, año en que pasó a manos de Vitacura.

En octubre se cumplen 50 años desde que llegaron los primeros habitantes a estas casas de un piso y de hasta 80m2. Y desde entonces, el barrio ha sufrido pocas modificaciones en su planificación original: manzanas cruzadas por angostas calles, tranquilos pasajes y plazas lo suficientemente amplias para albergar a una buena cantidad de vecinos, que no cuentan con suficiente patio.

Según Claudio Martínez, arquitecto y docente de la Universidad Central, este conjunto “es un resabio de una sociedad más integrada, cuando en las comunas se mezclaban sin problemas las familias de diferentes estratos sociales”.

Lo curioso es que desde que se creó la villa, a diferencia de otras de características similares en Santiago, acá no se le permitió la entrada a la locomoción colectiva. Las memorables liebres “Villa El Dorado” sólo pasaban por fuera.

Delimitada por las calles Fernando de Argüello, Las Hualtatas, Arkansas y Padre Hurtado (ver infografía), las viviendas construidas ahí estaban destinadas a profesionales de clase media, sobre todo, a profesores y oficiales de Carabineros.

Como socios de la Corvi (Corporación de la Vivienda), todos habían ahorrado para un pie. Luego, siguieron pagando los dividendos.

Las casas eran de tres dormitorios, living-comedor, cocina y baño, más un patio trasero y antejardín. Lo más llamativo es que venían equipadas con lavadora, cocina, refrigerador, estufa a parafina (las Comet, con tubo de ventilación hacia fuera de la vivienda) y calefont.

En medio de la nada

Marta Salinas vive en la villa desde los ocho años y recuerda que cuando recién llegó, los terrenos aledaños eran baldíos. Había campesinos, vacas, gallinas y una que otra “población callampa” .

“La calle Vitacura no era más que un camino rural y la Av. Kennedy no existía. Para tomar locomoción, debíamos atravesar los peladeros hasta llegar a Av. Las Condes. Sólo después de unos meses pusieron buses que iban al centro en la mañana y regresaban a la villa en la tarde”, explica Marta.

Eran más de 750 bungalows (casas de un piso) los levantados en la Villa El Dorado, todos hechos a partir de moldes que se rellenaban con concreto para formar las paredes exteriores y coronados por tejas.

El barrio fue dotado de inmediato por las ocho plazas que mantienen su tamaño. Al poco tiempo llegaron los locales comerciales, una escuela, un liceo, sedes comunitarias, parroquia y clubes deportivos. Hasta tuvieron un periódico que les informaba lo que pasaba en la vecindad.

Hoy quedan pocos residentes originales, pero la mayoría de las casas ha pasado a los hijos o nietos de los primeros propietarios. Lo que más recuerdan es la vida de barrio. “Los fines de semana había fiesta en casa de alguno de los vecinos. Los niños jugábamos en las plazas. Todos con todos”, cuenta Isabel, que vivió hasta los 25 años en el sector y luego se trasladó a Providencia.

Marta añade otros recuerdos: “Por los pasajes pasaban vacas y se comían las plantas de las casas, porque al comienzo no tenían rejas. De lo otro que me acuerdo es que hacíamos excursiones al Mapocho. Ahí tomábamos sol y nos bañábamos”, dice.

Después de cinco décadas las cosas no han cambiado en esencia. Si bien es cierto que algunas viviendas han puesto muros perimetrales, en reemplazo de las antiguas rejas pequeñas, y que se han botado un par de casas para dar paso a edificaciones de dos pisos, no se han construido edificios al medio de la villa. Lo que sí se puede ver hoy son dos inmuebles de siete pisos que se levantan en la vereda sur de Fernando de Argüello.

Algunos vecinos sienten esto como una amenaza, pero lo cierto es que en 2009, cuando se votó la modificación al Plan Regulador Comunal de 1999, la voluntad popular rechazó la idea de construir en altura dentro de la villa. Aun así, a todo nuevo vecino lo invitan a tomar conciencia del barrio que llega a habitar. “El estilo de vida acá se nota más comunitario que otros lugares de Santiago. Acá ves abuelitos que pasean por las calles sin temor a los autos y gente que compra todavía en los negocios de la esquina, donde además se aprovecha de conversar”, como dice Carmen, quien llegó hace dos años al barrio.

Dada la esencia de este lugar es que algunos dirigentes vecinales, como Paula Latorre, estudian la posibilidad de convertirlo en Zona Típica. “Por la coherencia y particularidad de ser un barrio construido a escala humana, esto tiene asidero”, dice el arquitecto Pablo Allard.