Un incipiente barrio chino en Santiago

[Alameda 2939] Con la apertura del centro comercial Universo Chino, un pedazo de ese país llegó a instalarse a la capital. La vida de los nuevos comerciantes transcurre entre el mall y las bodegas que arriendan en el barrio.

por Javier Salas La Tercera

LA ESCALERA mecánica que sube desde la Alameda hasta el flamante centro comercial Universo Chino parece un breve viaje hasta el corazón de Oriente. Una red de galerías con carteles en mandarín, faroles rojos, iconografía típica del país del dragón y largos pasillos de mercadería importada hacen olvidar que se está en los alrededores del Metro Unión Latinoamericana.

Hasta 2005, en Alameda 2939 había un imponente edificio donde funcionaba la tienda Mega Johnson’s. Pero ese año, una semana antes de Navidad, el edificio se incendió y quedó destruido. Mirando el ruinoso estado del lugar, una sociedad de empresarios tuvo una idea. El inmueble tenía una ubicación estratégica para el negocio que ellos tenían en mente. Eran 12.000 m2 y más de 100 locales cabían ahí de seguro.

Después de firmar la compra del edificio, comenzaron las obras para hacer de los tres niveles un espacio para 155 locales. Todo para comerciantes 100% chinos y 100% importadores. Porque la gracia de este mall es vender barato y, para lograrlo, no deben existir intermediarios, sino locatarios que compren directamente al fabricante en China.

Hace tres semanas que el centro comercial abrió sus puertas y el boca a boca ha ido funcionando bien, según cuenta Vicente, que en realidad se llama Yujan Wuu. El es administrador de este pequeño pedazo de China en Santiago y responde por los inversionistas, que poco y nada manejan el castellano. El es quien también ayuda a sus colegas a comunicarse.

La dueña de una tienda de carteras del mall ha necesitado de él en varias ocasiones. Sabe que para el próximo 13 de mayo podría irle bien. Mejor aún si hace publicidad. Sobre una cartulina amarilla escribe “Día de la Madre”, pero pelea con la letra “R” una y otra vez. Dice que es la que más le cuesta junto a la “T”, porque la confunde con la “D”.

El murmullo que prima en los pasillos del centro comercial es el chino mandarín. A un costado de una tienda de teléfonos, un par de locatarios parecen discutir, pero luego se ríen y terminan entonando algo parecido a una canción de cuna.

Hasta los carteles que cuelgan en los espacios públicos están en mandarín. “Prohibido fumar cigarro, multa de $ 90.000”, dice uno con símbolos orientales. Sí pueden hacerlo cerca de los estacionamientos, donde se apilan decenas de colillas en el suelo y cajetillas de letras doradas y tapas rojas, por cierto, brandeadas en su ancestral idioma.

No es todo. Varios de los comerciantes suelen reunirse en torno a una caja de cartón donde improvisan un juego de extraña lógica. Se trata del Ma Chan, una especie de dominó mezclado con póquer y una combinatoria en que los jugadores no miran nunca sus cartas hasta el momento de darlas vuelta. Ellos lo entienden, con eso basta.

La razón para instalarse en esta zona era establecer una alternativa a Meiggs y Patronato con una oferta unificada y precios más competitivos. Un manta para mujeres que en Patronato vale $ 9.990, en el mall chino cuesta $ 7.000. Lo mismo los chalecos femeninos, que de $ 8.500 bajan a $ 7.500. Esos son precios al detalle, al por mayor es aun más barato.

Otro motivo para emplazarse en el sector es la cercanía con terminales de buses y el tren en el que llega el comerciante de regiones fascinado por la novedad del año: máquinas para masajes, lámparas solares, calculadoras led, dispensadores de agua de escritorio, etc.

“Lo que hacen los empresarios es juntar plata y viajan a China, donde gastan en pasaje, estadía, intermediarios, despachos y cambio de las divisas. Eso genera gastos, pero así y todo se ahorra entre un 20% y un 30%”, explica Vicente en perfecto español.

Uno de esos locatarios es Mu Guo Ren, dueño de una tienda de variedades. “Bazar y regalo”, explica él. Mu vende desde implementos para peluquería hasta masajeadores. Todos productos que arriban un año antes de lo que tradicionalmente demoran en llegar a los otros barrios, según aclara Vicente.

El señor Mu viste elegantemente, como un actor de cine en plena gala. Es un ejemplo de la filosofía del empresario que se inserta en la cultura chilena. Pudo haberse ido a Argentina o Brasil, pero prefirió hacerlo acá, porque este país le ofrecía mayor estabilidad económica. De hecho, es de los pocos que tiene a una hija en un colegio privado. “Una rareza”, comenta Vicente, “porque estos inmigrantes vienen sin hijos y con la promesa de regresar a China al cabo de algunos años”, agrega esta suerte de traductor.

Quienes traen a sus hijos menores evitan salas cuna y jardines infantiles, por eso es común ver a los niños en las tiendas con sus padres. “Quieren evitar un cambio cultural tan fuerte, aunque también traen a sus hijos cuando terminan estudios secundarios”, aclara Vicente.

Chunyan Chai es una joven de 22 años que dejó a su esposo en China para instalar acá una tienda de ropa. Cuenta que lo que más extraña es a su familia y amigas, pero que la tecnología la ayuda a mantener el contacto. Se ayuda participando con la comunidad en diversas festividades, como el Año Nuevo Chino, a fines de enero, y las que se arman en el restaurante chino de moda.

La lógica del empresario chino es tener cerca casa, bodega y el negocio. Hay casos en que la solución es tener estos tres en el mismo local o comprar departamentos en el sector.

No son pocos los que se han ido instalando en las cercanías del nuevo centro comercial. Según algunos corredores de propiedades, en alguna medida han venido a levantar un barrio patrimonial deprimido, principalmente el cuadrante de Romero, García Reyes, Agustinas y Maipú. Dicen que algunos han llegado a sacar a comerciantes de la quiebra, como es el caso del taller Pérsico, que ahora es un galpón que se arrienda por metro cuadrado para bodegaje.

David Basáez, de la empresa de tasaciones Geomarketing, cree que este fenómeno era previsible con la instalación de un mercado de importadores. “La plusvalía del sector sube al cambiar de residencia tradicional a propiedad comercial. Ese plus debería ser de un tercio de su valor”, cree.

En los cibercafés del área aseguran que los chinos se acercan bastante y realizan largas llamadas a China o hablan por Skype, pero rara vez, porque les cuesta dominar los teclados.

Por su lado, en las ferreterías y almacenes cuentan que ellos no regatean, que compran opíparos desayunos y muchos cigarrillos. Daniel Vásquez, almacenero de la esquina de Romero y Esperanza, se declara un agradecido de los nuevos vecinos. Confidencia que aparentemente “no conocen la cultura de la botella retornable, porque compran las bebidas con envase y todo”.

Hasta los cuidadores de autos festejan, porque hace cinco años “el único chino en el barrio era el que vendía arrollados primavera a la salida del Metro”, pero ahora se les triplica el trabajo lavando filas de costosos autos y poderosas camionetas asiáticas de algunos empresarios del nuevo centro comercial.