Lo ético, lo estético y lo político

© Damián Oyarzún V.

Escrito por Jorge Mario Jáurequi, Arquitecto de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina y Arquitecto Urbanista de la Universidad Federal de Rio de Janeiro. Autor del programa Favela Barrio de Río de Janeiro

En conversaciones sobre “Ulises”, James Joyce se imagina que si acaso algún día Dublin desapareciera, la ciudad podría ser reconstruida a partir de la lectura de su obra.

Simund Freud encuentra en las estratificaciones de Roma un trabajo semejante al del inconsciente donde elementos arquitectónicos de diferentes épocas y significaciones históricas conviven lado a lado en torbellino, sin importar la coherencia, provocando nuevas relaciones de sentido. Así la “Ciudad Eterna” metaforiza lo que hay de indestructible en el deseo del hombre, que habita el inconsciente. Las ciudades pueden ser vistas como redes de escritura sustentadas en el puro rasgo presente en los proyectos y trazados , murallas y palimpsestos, se entrecruzan camadas de escritura y series de letras que permanecen largo tiempo “olvidadas” a la espera del lector, en latencia. Y, de la lectura, surge la dimensión de la interpretación de los rasgos, superposiciones, pliegues, en tanto tarea específica relativa al “resto” constituido por la acumulación urbana, a ser considerada como herencia de fragmentos de varias urbanidades superpuestas.

Jorge Luis Borges recurre a una metáfora para hablar de la fundación mítica de su ciudad. Escribe en Palermo de Buenos Aires: “Afortunadamente, el copioso estilo de la realidad no es el único: hay del recuerdo también, cuya esencia no es la ramificación de los hechos, sino la perduración de rasgos aislados”, y más adelante, “recuperar esa casi inmóvil prehistoria sería tejer insensatamente una crónica de infinitesimales procesos”. En otra oportunidad en uno de sus poemas, escribe que cada casa es un candelabro donde la vida de los hombres arde como velas aisladas. Esto nos suscita una asociación con la función de los abres, en una ciudad como Rosario. Son espacios que posibilitan un especial ritual, funcionando como “altares” donde se consume la vida, pues allí no se trata de la utilidad del espacio sino de la cuestión del deseo; de la explicitación de proyectos de vida relatados mientras se toman demorados “cortados”. Estos lugares son un patrimonio social y cultural, donde predomina el valor de uso sobre el valor de cambio.

Tensionada entre la “realidad objetiva” y la “realidad discursiva”, la ciudad es primeramente producto cultural y también productora de cultura.

El que habita la ciudad se acostumbra a los signos a través de los cuales circula y deambula. A veces es necesaria una mirada de afuera, una mirada “extranjera”, que se encuentre con lo extraño de la diferencia y haga aparecer aquello que siempre estuvo a nuestro alrededor. La mirada que descubre a cada instante la ciudad, fundándola una vez más. El habitante no es un contemplador del constante devenir de la ciudad, pues habitarla implica en ser llamado a descifrar, aprender a leer, a interpretar; convocado a colocar la parte de su deseo.

Ítalo Calvino nos permite pensar en la “ciudad escrita”: “…en esa muda escenografía de piedras donde falta el elemento más característico, aun visualmente, de la cultura latina: la escritura. La ciudad romana era la ciudad escrita… ciudad escrita en tanto es la propia escritura del lenguaje, en una materialización espacio-temporal en permanente estado de torbellino.

Imagen vía Flickr vía smartvital

La propuesta de la Bienal de Venecia que se llamó “More Ethicks, Less Aesthetics” sonaba como una especie de desafío en el sentido de meditar sobre la consecuencia de nuestros actos en el interior de la cultura contemporánea. Tomando esa colocación y partiendo de ahí, desplegaremos algunos comentarios.

Y añadiremos otra cuestión, acerca de lo político, para hacer posible el anudamiento capaz de funcionar como factor desencadenante de diferentes asociaciones y nuevas perspectivas. La política se relaciona con algunas dimensiones referidas a la materialidad del objeto -el urbanismo relacionado al status del “cuerpo” arquitectónico- y sus articulaciones, de un lado con los socios y del otro, con los aspectos más autobiográficos y secretos del acto proyectual. Por consiguiente, no son menos de tres las dimensiones implicadas en este acto.

La ética deja de lado los grandes valores e ideales para referirse a la responsabilidad de nuestros actos. Desde Aristóteles, la acción del hombre se guía por principios éticos. Al sujeto retorna la pregunta: su acción obedece a la cuestión de su deseo? Frente a esa pregunta, el acto proyectual debe constituir la respuesta, subrayando que no se trata de subjetividad, sino de una estructura desecante rigurosamente articulada desde el Otro. Na hay, pues, nada de personal ni de subjetivo en la respuesta del deseo, siendo el sujeto llevado a responder implicado en el acto. Así su respuesta es aquella que no cede del deseo en pro de demandas individuales o colectivas, privadas o públicas y realiza lo que debe ser el hecho, incluido, según Alain Badiu, en una trayectoria.

La estética fue profundamente afectada en el siglo XX. Considerada tradicionalmente como dominio de lo bello, tanto en la filosofía como en el arte, la estética se sustentaba en la búsqueda de la imagen armoniosa en que el hombre proyectaba su propio ideal.

De distintos modos el sujeto fue afectado en su supuesta integridad a lo largo del siglo pasado, debiendo reconocer su radical división, al no encontrarse en ninguno de los enunciados, lo que lanza la pregunta sobre su enunciación. Si la estética trascendental se apoyaba en la proyección de un cuerpo unificado, hoy somos afectados por la inmanencia de los cuerpos como superficies donde se registran las pulsaciones, siempre parciales y fragmentarias, del deseo y la sexualidad.

El cuerpo de esta estética ya no es aquel de la máquina y de los órganos, sino el de los bordes erógenos sensibles al deseo del otro. Evocamos aquí las imágenes retorcidas de los cuerpos producidas por un pintor como Francis Bacon que desplaza la mirada hacia el proceso de continua de-formación operada por un goce excluido de la representación, por un vacio simbólico, en que todo sentido trae un punto irreductible de non sense.

De ese modo, si por estética entendemos el modo en que sentimos y somos afectados, hoy el acto proyectual no tiene como no contemplar el grito que resuena de la torsión y de la contorsión, de las fallas y de los residuos humanos. Es un desafío para que la estética desestabilice los hábitos y el sentido, que es siempre común. La dimensión estética se refiere a lo que “existe con”, a lo que se mantiene junto, a lo que hace lazo entre los cuerpos. La pulsación del cuerpo incide en el acto proyectual desde la formulación de ideas y croquis iniciales- como interacción entre la interpretación de la estructura del lugar y el procesamiento de las demandas- hasta la transformación en configuraciones volumétrico-espaciales, con elaborado tratamiento formal de la relación interior-exterior y público-privado. Inventar una nueva corporeidad intensamente consistente capaz de traducir nuestra Zeitgeist, es el desafío.

En la dimensión política del acto, queremos destacar a la necesidad de mantener una crítica sobre las condiciones y los imperativos de nuestra época. Con qué operamos en el arte de conducir nuestra acción para alcanzar los fines? Justamente con un punto que falta que nos permita interpelar las demandas y las exigencias de los discursos contemporáneos. A partir de ese punto, y relacionándolo con el campo de la arquitectura y de lo urbano, la cuestión es cómo se configura el vacío, según el tratamiento de borde. Se requiere una topología que considere la superficie de tipo plano proyectivo, cuya realización en el espacio de tres dimensiones es la banda de Moebius, donde en cada punto coinciden derecho y revés. Esta superficie de un borde no limita dentro y fuera, como lo muestra la hormiga de Escher que no para de recorrerla. Lo que la topología nos lleva a pensar con relación al espacio es la construcción de figuras complejas, donde la oposición dentro-fuera, figura-fondo, sea sustituida por una condición de simultaneidad intensa.

Construirse ese punto como fuera-línea, en exclusión a la predominancia de la idea del todo, nos deja advertidos y alertas ante la seducción de la proliferación de las imágenes. Al renovarse permanentemente estas se presentan como la última versión, perfecta y completa, que viene a sustituir todas las anteriores con la finalidad de producir un nuevo tiempo y espacio sin marcas. La realidad muestra una faceta “acelerada” en “tiempo real”, de supresión de las distancias físicas y de interconexión e cada vez más amplias. En el mundo actual existen elementos esenciales referidos a la velocidad de la información y del transporte. Hoy la ciudad comporta varias velocidades diferentes y su experimentación demanda otros instrumentos de composición con los flujos y lugares.

Estamos frente a otra naturaleza del tiempo y del espacio, y nuestra percepción también está hecha velocidad. Sonido, luz, sucesión de imágenes y mensajes producen una intuición que funciona como “principio de velocidad”. De este modo, las ciudades, las metrópolis contemporáneas, operan como poderosas máquinas de producción de subjetividad. Sin embargo no hay lugar para una posición de deslumbramiento, pues lo real resiste a los recubrimientos y cuando no es considerado, reaparece en las formas más violentas de segregación y aniquilamiento. Aquí lo real debe ser tomado como corte a esa proliferación desenfrenada de signos, como pulsación que determinan una memoria, una escritura.

La ciudad escrita es aquella que registra las marcas de lo real produciendo la diferencia, es decir un lugar donde no se puede ceder, un lugar de compromiso y responsabilidad; un lugar en que comprometerse es hacer “parte de”.

© Wikimedia Commons

Dos ciudades son nuestra referencia, a pesar de la radical heterogeneidad existente entre ambas: Rio de Janeiro y Berlín. Un rasgo distintivo las reúne, ambas son ciudades partidas. Rio, ciudad anti-clásica por naturaleza, no obedece a un esquema centralizado; en ella nuevas piezas urbanas emergen a cada transformación social, tecnológica y económica. Herencia portuguesa poblada de influencias africanas, no presente uniformidad ni continuidad. Mucho más rizoma que un árbol, en Rio, del lujo a la miseria la distancia es muy corto.

En las últimas décadas sus contradicciones se profundizan y se vuelven explosivas, demandando nuevos conceptos y sensibilidades en las intervenciones urbanas.

En la película “Berlín-Cinema” de Samira Gloor-fadel, se presenta una lectura multidimensional capaz de articular la arquitectura y el espacio público en la memoria y el evento. En esa película, Win Weders afirma que cine y espacio urbano son dos registros que comportan la interrogación del Otro: qué es lo que quieren? Aquí es relevante el espacio en blanco entre las dos imágenes:”entre las imágenes” se configura el lugar para el paisaje contemporáneo de intenso significado y singular belleza, donde el vacio se transforma en espacio significante. Esta ciudad partida por un muro, ahora invisible, es un campo de batalla en el que se enfrentan diferentes concepciones de lo urbano.

Entre restablecer ilusorias “urbanidades” perdidas y los que la ven exclusivamente como manifestación de un capitalismo triunfante, la ciudad demanda la producción de un rasgo de escritura suficientemente consistente para inscribir su historia en un devenir permanente.

Retornando a Río de Janeiro, las intervenciones de urbanización en favelas muestran la preocupación con la producción de una unión, un puente que ate, en la ciudad partida, lo formal y lo informal, el morro y el asfalto, creando perspectivas de rearticulación de lo urbano.

El urbanismo moderno partía de la “tabula rasa”, de la desconsideración de lo existente y de la idea de que lo físico (el proyecto) sería la causa de nuevas relaciones sociales armoniosas (Brasilia, Chandigarh,New Towns, etc) El proyecto era “ causa”.

Hoy, invirtiendo el proceso, empezamos desde la lectura de la estructura de cada lugar considerado en sus aspectos tanto físicos (contexto) como sociales (usos establecidos) y de la escucha de las demandas, y de ahí derivamos las premisas proyectuales. Ahora el proyecto es consecuencia. A través de él, las intervenciones propuestas en lo existente considerado como construcción colectiva, buscan reforzar las centralidades latentes manifiestas, creando nuevos “atractores”. Estos focos de urbanidad pensados como espacios de convivencia contribuyen a la integración de la vida de cada comunidad en sí misma, con el entorno y con la ciudad en su conjunto.

© Wikimedia Commons

Desde esta perspectiva, urbanizar favelas implica, partiendo de la interpretación de las demandas de la población, forzar el caos hasta encontrar su lógica. Pero, qué es un proyecto arquitectónico o urbanístico, más allá del rasgo y del estilo?

Aunque estos configuren una de sus dimensiones no agotan la cuestión; un proyecto es algo lanzado al futuro e implica un asumir desafíos. Lo que denominamos de “realidad” tiene que ver con el juego de signos, y un proyecto no se reduce a una adaptación a la realidad, a lo existente, sino que trae una posibilidad de interferencia; de relectura y re-significación.

Nuevas articulaciones entre ética, estética y política pueden contribuir significativamente en la búsqueda de una dirección para el devenir urbano, donde el sujeto encuentre una resonancia en las sobre determinaciones y las tres dimensiones apuntadas se enlacen permanentemente sin imponer jerarquías.

En esta vía, el paradigma estético tiene fuertes implicaciones ético-políticas porque el que habla de creación, habla de responsabilidad de la instancia creadora en relación con la cosa creada, en inflexión del estado de cosas, en bifurcación mas allá de esquemas preestablecidos.