La Ciudad de los Chicago Boys

Durante el año 2010, una arquitecta extranjera que por primera vez visitaba Chile y particularmente Santiago, hizo un comentario que a cualquiera de los economistas que viajaron a estudiar a la Universidad de Chicago en la década de los 70’s, conocidos como ‘Los Chicago Boys’, hubiese dejado conmovido: “esta ciudad parece Texas”-, dijo bastante extrañada.

Peor fue el sabor amargo de asumir tal aseveración de manera tangencial; “Bueno sí, es verdad, pero no toda la ciudad es así”-, fue la respuesta al unísono.

Triste pero real.

El grupo conocido como los ‘Chicago Boys’, fue compuesto por un conjunto de estudiantes de la Universidad Católica de Chile que en la década de los 70’s viajaron a dicha universidad norteamericana, a estudiar un postgrado que principalmente se basaba en la teoría económica de Milton Friedman, un destacado economista que en 1976 obtuvo el Premio Nobel de Economía.

La teoría de Friedman no estaba directamente relacionada con las problemáticas urbanas, pero claramente derivaban en una forma de utilizarla y de cómo tranzarla. A grandes rasgos, establecía una política liberal de descentralización del estado y proponía una mayor relevancia los privados para tomar decisiones en diversos aspectos, y el estado pasaba a ser algo así como un ente regulador. Es decir, la moral del mercado sólo es la ley que propone el estado1

Toda esa base conceptual, formó parte del eje central de las políticas macro económicas que el régimen dictatorial de Pinochet impuso en sus primeros años.

La Región Metropolitana por esos años tenía poco menos de 3 millones de habitantes, que se esparcían a través de bolsones de ocupación espontanea y de mucha pobreza, barrios tradicionales de clase media y los sectores consolidados por la aristocracia criolla. Juntos pero no revueltos era la aspiración de la clase media y sobretodo de las elites conspicuas del país. Las autoridades de esa época, influenciadas directamente por las políticas neoliberales que buscaban las privatizaciones y la entrega del desarrollo de la ciudad a manos de los privados, comenzaron a desarrollar estrategias para que los predios ocupados por campamentos cercanos a los centros consolidados de la ciudad, y por ende, terrenos de mucho valor económico, fuesen desalojados con el objetivo de dar una solución definitiva a sus pobladores y de darle opciones al mercado de “hacer ciudad” de acuerdo a sus propias leyes: todo es posible mientras la ley lo permita y alguien esté dispuesto a comprarlo.

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Las radicaciones y erradicaciones masivas fueron una política de la dictadura que fue una derivación de las políticas económicas impuestas por las teorías de la escuela de Chicago. Tan intensa es la presencia de la visión norteamericana, que la política habitacional de esos años buscaba con mucho interés reducir al máximo la intervención del estado y otorgándole al mercado la ‘misión’ de responder a las necesidades habitacionales. En ese período, un cuarto de la población de la RM estaba en situación de pobreza y viviendo en campamentos, y tales políticas buscaron el “saneamiento” de esos terrenos y de las condiciones de habitabilidad de la población por medio de casetas sanitarias. Es decir, al mercado se liberaron millones de dólares en tierras, y la inversión pública por otro lado fue irrisoria. En el fondo, a través de las políticas habitacionales de esa época, el estado rayo la cancha de cómo enfrentar la planificación territorial para el país y en qué ámbito iba a deambular el desarrollo de las ciudades a partir de ese momento. No más Corvi, no más gasto fiscal, bienvenida la especulación, bienvenidos los inversionistas. El dinero fue la verdad, y el dinero se transformó en la variable definitiva para delinear la ciudad nueva: la ciudad de los Chicago Boys.

Con la llegada de la democracia y con gobiernos de tendencia ‘socialista’, esta visión incluso se incrementó. ¿Cuáles son las consecuencias urbanas de esta visión unilateral de entender la ciudad como un producto transable a todo nivel?

Fundamentalmente son tres:

Primero, una alta segregación urbana, que ha impedido un desarrollo armónico y una integración de los distintos sectores de la sociedad que construyan una cultura diversa y horizontal. Por el contrario, lo que hemos construido son guetos que generan burbujas culturales y que generan un desarraigo tremendo de la ciudad que nos cobija. El gasto energético por ello es enorme debido a el transporte y a la necesidad de extender la ciudad para aislarse de los demás. Consecuencia: angustia y desarraigo colectivo.

Segundo, la pérdida sostenida de nuestra identidad cultural y social se ha acrecentado por la búsqueda constante de modelos fundamentalmente norteamericanos y desechables con mucha rapidez. Es cosa de ver cómo se han reemplazado los parques y espacios públicos por centros comerciales y strip centers, hipermercados por las ferias libres y mercados tradicionales, etc. ¿Donde están los barrios?, ¿cuál es el nombre de tu vecino?, ¿dónde están los niños jugando? Haciendo un parangón, es similar al objetivo máximo de la Coca-Cola: ser capaces de reemplazar al agua.

Tercero, un crecimiento urbano sin planificación y dejado casi al libre albedrío del libre mercado. Por ejemplo, las comunas más populosas de la Región Metropolitana como La Florida y Maipú crecieron bajo el alero de la nueva era económica propuesta por estos señores y la carencia absoluta de una planificación adecuada que permitiese a estas dos comunas ser parte de la ciudad, y no ser un apéndice amorfo que solo creciera en torno a las antiguas rutas que le conectaban con la ciudad. Dejar el crecimiento urbano en manos de privados, con instrumentos retrógrados como los planes reguladores, sin sensibilidad por el territorio y por la integración social, constituyen una carga tremenda que las autoridades no han asumido con propiedad nunca. El resultado final es evidente: el dueño del dinero es el dueño de la verdad.

Fotografía vía walala pancho en flickr

El valor del espacio público y la necesidad de vivirlo con la intensidad que propone la diversidad, es algo que claramente nuestra sociedad disfruta y otorga a nuestras ciudades la condición y el emblema de nuestro hábitat, de nuestro espacio existencial. Ejemplos positivos los hay y son muy exitosos. Iniciativas como el Patio Bellavista constituyen un real aporte a la ciudad y demuestra que no es imposible conciliar una inversión privada rentable con un beneficio social directamente proporcionado. Además y quizás la única autoridad que ha dado reales señales a romper con estas dinámicas, y ha contribuido de manera sostenida a romper la segregación urbana ha sido el Ministerio de Cultura a través de los espectáculos y festivales callejeros cada vez más comunes en las ciudades chilenas, como el Festival Teatro a Mil, el Carnaval Cultural de Valparaíso y lo que dejó la última celebración del Bicentenario.

En fin, la batalla no está perdida.

  1. Rubilar Donoso, María, “Programa Chile – Barrio, ¿una propuesta de intervención pública Innovadora en asentamientos precarios?”, Magíster en Gestión y Políticas Públicas de la Universidad de Chile, 1999. []