Vivir entre torres

Residentes de casas atrapadas en medio de grandes proyectos habitacionales explican las razones para quedarse en sus antiguos barrios, mirando como estos desaparecen.

por Marcos Moraga
(La Tercera – 02/02/2011)

Ampliar A todos les pasó lo mismo. Alguien tocó a la puerta, preguntando si vendían su casa. Dentro de poco, su hogar sería demolido, para dar paso a las fundaciones de algún proyecto habitacional. Fueron pocos los que dijeron que no. Hoy, habitan lo que coloquialmente se conoce en construcción como “casas isla”: gente que decidió conservar su hogar, ahí donde el adobe deja su lugar a torres de edificios.

“Se sufre harto. Sobre todo cuando están excavando”, dice Claudia Muñoz (28), quien vive en el centro de Santiago, en calle Eleuterio Ramírez, entre Lord Cochrane y San Ignacio. Al frente tiene una muralla de edificios, algunos con 20 años de antigüedad; detrás y terminando de encerrar su casa, el proyecto Parque Real, de la inmobiliaria Cóndor Real, que se entregará en 2011. Entre los problemas que ha experimentado está la disminución en presión de agua, que su familia solucionó reclamando a la empresa Aguas Andinas. Finalmente, los conectaron a la red de un edificio del frente.

Cuando llegaron a comprarle la casa donde nació, Claudia Muñoz decidió no vender. Sabía el costo que asumía. “Lo más difícil es el ruido”, dice Claudia y su contraparte lo sabe. “El impacto nunca llegará a cero”, responde Milton Jiménez, ingeniero visitador de la empresa constructora Mena y Ovalle S.A., responsables del edificio que hoy se construye junto a la casa de los Muñoz. Instalación de moldajes metálicos, alarmas de seguridad y camiones para premezclado son los mayores culpables del ruido.

Jiménez explica que la Ordenanza General de Urbanismo y Construcción regula aspectos de convivencia con vecinos, como el máximo de decibeles (“es imposible no sobrepasarlos”, comenta) y un horario de trabajo desde 8 a 20 horas.

La Dirección de Obras de la Municipalidad debe aprobar cualquier proyecto. Después, comienzan a operar las normas del buen construir que promueve la Cámara Chilena de la Construcción. En su caso, han levantado biombos para que las máquinas operen dentro y mallas de sombra para que la polución no se disipe. “La construcción es un rubro invasivo. Pero te aseguro que un edificio como este produce mucho menos ruido que hace 10 años. Las inspecciones son más intensas”, dice Jiménez.

Mena y Ovalle construyó marcos de hormigón tras las fundaciones de la casa de Claudia Muñoz para protegerla de vibraciones. “Es una estructura que no está exigida en ninguna norma pública, pero que sin ella, el riesgo de colapso era inminente por tratarse de una casa de adobe”, recuerda Jiménez.

Otro caso es el de Bernarda Fuentes, quien vive desde hace 39 años en su casa de calle Gorbea, justo entremedio del proyecto Parque Toesca. Su negocio de costurera resultó beneficiado con los nuevos clientes que ocupan los más de 18 mil metros cuadrados de superficie construida de sus nuevos vecinos, pero sufre algunas consecuencias estructurales que hoy tramita con abogados. “No te preguntan nada, llegan y se instalan”, cuenta. Y subraya uno de sus problemas: no puede sintonizar ninguna señal satelital de TV. “En estas negociaciones la gente espera ser entendida. Muchas veces no quieren vender porque los han tratado mal. Si la gente no siente que ese valor sentimental es comprendido, no va a seguir transando”, explica el constructor civil Alvaro Palma, director de Ingeniería Civil de la Universidad Andrés Bello. Las constructoras pagan permisos de construcción a las municipalidades y según el especialista en ingeniería estructural, una fórmula adecuada para involucrar a la ciudadanía sería que algo de ese dinero fuera derivado hacia el barrio: “El impacto que provoca la construcción lo sienten los vecinos. Las viviendas antiguas fueron construidas sin normativa sísmica y pueden deteriorarse con vibraciones”.

Hay casos donde las razones sentimentales pueden más que cualquier cheque. Así ocurre con la señora Teresa, de 91 años, quien reside en Avenida Perú, Recoleta. “Claro que vinieron a ofrecerme plata, pero yo no vendo mi casita”, dice sin dejar de regar su jardín que sobrevive sin problemas entre sus dos vecinos inmediatos: dos torres de departamentos, una de 14 pisos de la inmobiliaria Santa Fe y otra de 22 niveles de Aconcagua, construidas en 2004 y 2008, respectivamente. Modista de profesión, ella y su marido adquirieron una casa en Avenida Perú, entre las calles Maestra Lidia Pérez y San Cristóbal. Esto fue hace 50 años, cuando sus vecinos a lo más superaban las dos plantas.