Columna – Más antenas y menos torres

(La Tercera. 06/09/2009)

Pablo Allard

Dentro del debate respecto a la necesaria provisión de redes de telefonía celular y la llegada de nuevos actores a la industria, hay quienes tratan de convencer a la opinión pública que la colocalización obligatoria y retroactiva de antenas de celular es la mejor solución urbanística para el desarrollo de las telecomunicaciones, pues minimizaría el número de torres-antenas en nuestra ciudad. Como urbanista, y luego de revisar con cuidado el proyecto de ley que se votará en la Cámara el martes, es necesario precisar una serie de aspectos que pueden afectar para siempre el entorno urbano.

La colocalización obligatoria fomenta la consolidación de grandes torres reticuladas y desincentiva la instalación de antenas discretas, como son las microantenas de baja frecuencia que se camuflan en fachadas y ornamentos, luminarias o chimeneas de edificios preexistentes. Esta tecnología de última generación, tiene mínimo impacto y menores niveles de radiación, y es la que se recomienda hoy en las áreas urbanas densas y consolidadas de los países desarrollados. La colocalización en torres debiera darse sólo como recurso extremo, cuando no se puedan instalar antenas discretas.

Ahora que la contaminación visual de la ciudad es un problema creciente, me parece un error que no se aprendan las lecciones del pasado, como el nefasto precedente de la colocalización de las mismas empresas de telecomunicaciones en postes de luz y que ha producido la maraña de cables aéreos que cubren nuestras calles y cercenan nuestros árboles (recomiendo salir a la calle y mirar el deterioro que causan a su barrio). De prosperar la colocalización forzada tendremos menos antenas camufladas y terminaremos agrandando las torres existentes, convirtiéndolas en verdaderos avisperos de antenas. Peor aún, la colocalización forzada podría, incluso, obligar a reemplazar las torres monoposte disfrazadas de palmeras o araucarias, cambiándolas por torres reticuladas de mayor altura y capacidad estructural que pueda albergar a las diversas compañías. Si bien este es un tema estético, juzgue usted si prefiere dos antenas camufladas tipo palmera o una torre reticulada con varias antenas.

Por último, y lo más insólito, es que el Proyecto de Ley de Antenas que se discute pretende modificar la Ordenanza General de Urbanismo sin consulta a arquitectos, paisajistas o urbanistas, ni probablemente el propio Minvu, lo que parece grave y sospechoso. La última vez que el Ministerio de Transportes enfrentó los temas urbanos a puertas cerradas y en forma parcial se llamó Transantiago.

Esta es una oportunidad de debatir temas que afectan fuertemente la calidad de vida y la gestión de nuestras ciudades. Esperamos entonces que nuestros legisladores puedan entender la contaminación visual en su integridad, desde las torres de telecomunicaciones o de electricidad, hasta los carteles publicitarios.