Los candidatos y la ciudad

(La Tercera. 10/06/2009)

Sorprende la poca relevancia que ha tenido la ciudad en la agenda de los candidatos en Chile. La única aproximación ha sido la erradicación de campamentos o la definición de megaproyectos de dudosa factibilidad.

Por Iván Poduje

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  • Si Alvaro Uribe decide no ir a la reelección, es posible que el próximo Presidente de Colombia sea Sergio Fajardo, quien lidera las encuestas después del actual mandatario. Este doctor en matemáticas de 53 años y sin vinculación con los partidos tradicionales construyó su capital político como alcalde de Medellín, gracias a las transformaciones que implementó entre 2004 y 2007 y que lograron disminuir los índices de violencia y pobreza de una de las ciudades más peligrosas del mundo.

    La estrategia de Fajardo fue simple, pero efectiva. Bajo su lema “Cambiar la piel de Medellín”, priorizó la intervención en los barrios más pobres y densamente poblados -muchos controlados por el narcotráfico-, levantando colegios y bibliotecas de gran calidad e innovador diseño arquitectónico. También renovó los espacios públicos, creó plazas y parques en áreas abandonadas y mejoró el sistema de transporte habilitando modernos teleféricos que reactivaron económicamente su entorno, creando polos de interés turístico en áreas marginales y estigmatizadas. Para administrar estas obras, la alcaldía promovió la creación de centros comunitarios y de emprendimiento, que además sirvieron para relocalizar a los jefes de hogar que vivían del narcotráfico.

    Al situar como eje de su gestión la renovación de la ciudad, Fajardo produjo cambios sociales profundos en sólo cuatro años, lo que confirma la tesis planteada por los arquitectos Iacobelli y Aravena: el mejoramiento urbano puede ser un medio rápido para alcanzar bienestar social, una suerte de “atajo a la equidad”.

    Por lo mismo, sorprende la poca relevancia que ha tenido la ciudad en la agenda de los candidatos presidenciales en Chile. Tal como ha ocurrido en las últimas elecciones, su única aproximación al tema ha sido la erradicación de campamentos o la definición de megaproyectos rimbombantes, pero de dudosa factibilidad y rentabilidad social.

    Pensemos por un momento cómo mejorarían nuestras ciudades con iniciativas más acotadas pero cercanas a los problemas cotidianos de la población. Qué pasaría en Santiago si se construyera la postergada red de ciclovías o se concretara un plan de forestación de avenidas y sitios eriazos, demoliendo viviendas sociales mal construidas en los guetos de la periferia. Qué decir si lográsemos transformar en parques los bordes fluviales de capitales regionales como Osorno o si, replicando el modelo de Fajardo, pudiésemos llegar con bibliotecas y teleféricos a los cerros empobrecidos de ciudades como Antofagasta, Coquimbo y Valparaíso.

    Para ejecutar estos cambios se debe trabajar en dos frentes paralelos. Por un lado, se requieren planes maestros que, al igual que en Medellín, alineen acciones de regulación urbana, vivienda social y transporte público. Por otro, se necesitan reformas institucionales para reducir el número de organismos públicos que operan en la ciudad con escasa coordinación, traspasando poder de decisión a gobiernos locales y comunidades. Una de las claves del éxito del plan Medellín fue el control que tenía el alcalde sobre presupuestos descentralizados de obras públicas, transporte y vivienda de una ciudad de casi tres millones de habitantes.

    Priorizar la ciudad no implica dejar de lado reformas estructurales en materia de salud, educación o seguridad ciudadana. Sólo establece un mecanismo eficaz para implementar estos cambios en plazos compatibles con gobiernos de cuatro años, algo que debieran meditar los canditados presidenciales en los pocos meses que restan para la elección.