La Fiesta del Qué Dirán

Por Alfonso Calderón*.

Esta columna está publicada en la Revista Foco 76 Ideas de ciudad. “BICENTENARIO”. Número 09. Año 2009.

594760884_foto_calderon.jpg La celebración del Centenario ha ido ganando prestigio con los años. Esta crónica costumbrista nos invita a retroceder a 1910 y mirar lo que entonces ocurría.

Santiago tenía, en 1910, 300.000 habitantes. Las calles principales eran de asfalto Trinidad. Surgen los balcones agresivos, a los que se asoman las familias prósperas, que hicieron fortuna con la plata de Chañarcillo, la propiedad agraria, la banca,
el parentesco, la política o las armas. Los focos eléctricos y el gas hidrógeno carbonado indican que el progreso está allí y no en los lugares del ultra-Mapocho, donde aún hay alumbrado de petróleo, calles de cantos rodados o barro, moscas y quiltros.
El Mercurio denuncia que un tercio de los habitantes vive “en un ambiente deletéreo, en medio de miasmas ponzoñosas, respirando y sufriendo la influencia y el contagio de infecciones y epidemias”. Cien mil personas viven “en habitaciones como inmundas mazmorras, estrechas, oscuras, sin ventilación, en que el organismo se atrofia y degenera”.

Las fiestas del Centenario tenían la mirada puesta en el qué dirán las visitas. El centro de Santiago era un mundo mágico. Tocadas con sombreros a lo Van Dyck, las damas dejaban caer las plumas lloronas. Los caballeros lucían magníficos jipijapas a lo Santos Dumont. Deslumbraban con botines de charol y la caña flexible del bastoncillo. Eran los días de la apertura de Gath & Chaves, del vals de La Viuda Alegre. Desean todos que llegue la primavera que invitará a los paseos por el Parque Cousiño. Una legión de vehículos: tandems, faetones, victorias, tour in hands, vis-a vis. En el teatro Municipal deslumbran, en los palcos, las bellezas irradiantes con toilettes de Lanvin o de Rose Descar. ¿Quiénes son esos pintiparados pisaverdes?: Camilo Ross o Alejandro Murillo; los poleros Dávila Ossa o los Saxtons.

De muertes y entierros

El 5 de julio de 1910 fusilan a Becker, el diplomático alemán que incendió la Legación (Nataniel esquina de Alonso Ovalle). Le dieron cinco balazos y fue necesario el tiro de gracia. Por las calles pasan los primeros Landolet Peatón, de 15 a 45 HP. El 8 de julio fallece Eusebio Lillo, poeta romántico y autor de parte de la letra del Himno Nacional. Tenía 86 años. El presidente de Chile era don Pedro Montt, un hombre triste, con aire de enterrador, de figura “algo tétrica”, todo de negro, como lo recordaba Joaquín Edwards Bello. Entró sano a La Moneda y llegó al final de su período con mortaja a la vista. En sus Memorias, Abdón Cifuentes dice que los gastos fiscales aumentaron alrededor de 50%.La deuda externa creció en seis millones de libras esterlinas. Y él era un economista prestigioso.

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1822142228_cerro_sta_lucia.jpg Faeries ipod

El 10 de junio muere en Bremen, adonde había ido en busca de salud. Montt era orero; es decir, partidario de la conversión en oro de los billetes emitidos. Sus contradictores eran papeleros, partidarios de las emisiones inorgánicas. Edwards Bello asistió a sus funerales y recordó que la urna era una obra de arte que no debieron haber enterrado. El cargo lo ocupó un hombre honesto, Elías Fernández Albano. Tenía mala salud y le correspondería recibir a las delegaciones que vendrían a conmemorar el Centenario. A fines de agosto, enferma Fernández Albano. El 21, un aeronauta llamado César Copetta efectúa el primer vuelo en los cielos de Santiago, en un biplano Voisin. Logró elevarlo en la chacra Valparaíso (Ñuñoa), de Ramón Cruz Montt. El caricaturista Moustache, de la revista Zig-Zag, imagina un diálogo entre un huaso y un gringo:
-¿Pero no les llama la atención a ustedes ver un hombre volando?
-¡Qué nos va a admirar! Cuando aquí el que menos corre, vuela.

LLEGAN LAS VISITAS

Envueltos con guirnaldas de luces, los palacios centellean. A veces se lee en los frontis: ¡Dios y Patria! Trepando, las luminarias cubren el contorno del Santa Lucía. Los preparativos son a tambor batiente. Doña Isidora Goyenechea de Cousiño ordena la construcción de la Casa de Botellas, en la Quinta Normal. El arquitecto Enrique Dubois, a pedido del intendente Cousiño, debe entregar, para mayor gloria de Santiago, el llamado Parque Forestal. Se pide en todos los tonos que no vayan a exhibirse las basuras como enseñas gloriosas en las puertas de las casas y cités.

Las tiendas contienden en el frenesí de las ofertas. Hay sombreros de paja de Italia; champaña Mumm, Cordon Rouge y Veuve Clicquot; tirantes Shirley President; quitasoles de la casa Prá; Flirt, deliciosa bebida sin alcohol; guantes de cabritilla para la opera; el terno del Centenario; corsé Pouget; automóviles Renault, Panhard y Berliez; té Ratampuro; pilules orientales. El mes de septiembre se inicia con la apertura de Gath & Chaves, ubicado en la esquina de Estado con Huérfanos. Daniel de la Vega habló de una “catedral metálica”. Una de las novedades era la presencia de los maniquíes. En El Mercurio dijeron que al levantar las cortinas de hierro, una multitud femenina invadió todo. Hubo de venir la policía para impedir accidentes.

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  • El 6 muere Elías Fernández Albano. Se nombra al ministro más antiguo del gabinete: don Emiliano Figueroa Larraín, “un Segundo Sombra chileno, grande y fuerte, con algo de viñatero” (Joaquín Edwards Bello), de fisonomía plácida y risueña, propia de un gran vividor de la decadencia romana. Tenía -dice Edwards- el buen humor constante “del gordo alegre, de vientre victorioso y patilla rizada”.

    ¡A inaugurar tocan! Surge la Estación Mapocho. Su presupuesto inicial, en 1905, fue de 395,514 pesos, con 38 centavos. El edificio cubrirá una superficie de 5.400 metros cuadrados. Los planos fueron obra del ingeniero Emilio Jéquier.

    Llegan las visitas. La capital se prepara para un ir y venir constante. Los banquetes son 50 en pocos días. El del día 17 es el más relumbrón. Lo ofrece Emiliano Figueroa a Figueroa Alcorte, el presidente argentino y a 250 invitados. ¿La carta? Como para creer real un nuevo festín de Trimalción. Con un baile, la familia Concha festeja a las delegaciones extranjeras. Eduardo Balmaceda Valdés registra así el paisaje interior:

    “Las inmensas arañas de Baccarat despedían mil luces… y en el gran comedor relucía la vajilla de plata maciza de las minas de Caracoles, con sus enormes piezas cinceladas, dignas de la mesa de algún soberano”.

    LOS AGUAFIESTAS

    En tanto, las familias del pueblo recorren las calles Ejército y Dieciocho. Tribus enteras que salían endomingadas a gozar de su Centenario. El 17 en la mañana, una aeronauta colombiana desciende en globo en la Quinta Normal. Todo parece estar

    bien. Pero los aguafiestas muestran otra faz de los sucesos. Luis Emilio Recabarren habla en nombre del pueblo: “Nosotros, que desde hace tiempo estamos convencidos de que nada tenemos que ver con esta fecha, que en nuestro concepto sólo tienen razón de celebrarla los burgueses, porque ellos, sublevados en 1810 contra la Corona de España, conquistaron esta patria para gozarla ellos y para aprovecharse de todas las ventajas que la independencia proporcionaba, pero el pueblo, la clase trabajadora, que siempre ha vivido en la miseria, nada, pero absolutamente nada, gana ni ha ganado con la independencia de este suelo”.

    Al final, un cronista soñoliento resume: “Entre las cosas buenas que nos quedarán como recuerdos del Centenario figura la novedad de haber visto por primera vez en nuestra vida las calles del centro de Santiago perfectamente limpias durante varios días”.

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    Al término del mes del Centenario, se hablaba del temor de la vuelta a lo mismo de siempre. Que tuviéramos salubridad parecida a Calcuta; que volviera el cólera; que el cometa Halley, visto ese año en el amplio cielo de la Quinta Normal, nos trajera desgracias sin cuenta. Que fuese necesario pensar en el Bicentenario para salir de las desdichas y apreturas. Podría seguir en el pie de la pregunta: ¿y cómo estamos hoy?

    Alfonso Calderón es escritor, miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, Premio Nacional de Literatura de 1998.