Competitividad económica: Chile v/s India ¿teniéndole ganas al offshoring?

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flickr.com/photos/barduran

Poniéndose en la onda de la archipremiada película Slumdog Millionaire, me gustaría hablar de India. En este caso no se trata de las bondades de bollywood, sino de una artículo recientemente publicado en la revista América Economía, titulado “Mumbai: oportunidades para Chile”. En él se analizaba la situación después de los atentados de noviembre del 2008, respecto a las oportunidades económicas que representa para América Latina en cuanto a captar una posible fuga del offshoring que genera US$50.000 millones anuales en el país del lejano oriente.

Raúl Rivera, presidente de Foro Innovación, escribía: “a las pocas horas de iniciados los ataques, los medios empezaron a reflejar una creciente preocupación por los efectos que los hechos podrían tener en la imagen del país. Las dificultades de las autoridades para contener la situación no hicieron más que agravar la impresión de una nación en problemas. El prestigio de India efectivamente había sufrido un golpe devastador a los ojos del mundo”.

El foco de la atención de Rivera tiene que ver con las características de la industria de servicios globales, que india incluye “desde el procesamiento de asientos contables hasta el desarrollo de software”, y que cada vez incorpora mayores actividades de I+D (Investigación y Desarrollo). El comportamiento de estos mercados tiene que ver con la búsqueda de condiciones de producción más favorables que en sus países de origen para las transnacionales, especialmente las relacionadas con las TICs (tecnologías de información y comunicación).

Según Rivera, la situación en India ya se encontraba en un cierto estancamiento previamente a los atentados, debido a inflación en los costos laborales, gran rotación de personal, una incómoda diferencia horaria con EEUU, y los cada vez mayores riesgos geopolíticos producto de la rivalidad nuclear con Pakistán, en un ambiente agudizado luego de noviembre. Todo esto ha elevado costos y riesgos de instalar actividades en India, generando además incomodidad entre los ejecutivos destinados a trabajar allí.

En el artículo se señalan las ventajas de “América Latina, una región próxima a Estados Unidos, con más de 540 millones de habitantes, buena parte de ellos educados y modestamente remunerados”, que, sin ser un “sustituto perfecto” para las posiciones hindúes, sí sería una “geografía complementaria” cada vez más atractiva. Según el autor, ya es posible verificar que un porcentaje creciente de esta industria ya se ha ido trasladando a Latinoamérica, tratándose de un proceso que podría intensificarse.

En particular, “las exportaciones chilenas de este tipo de servicios crecieron desde US$200 millones hasta US$40 millones entre 2006 y 2007. Y hoy se anticipa que superarán los US$1.000 millones en 2010, un volumen comparable a lo exportado por la industria del vino”. Sería Chile entonces, un destino particularmente interesante, que debiese ser potenciado por el creciente esfuerzo de integrarse a la Economía del Conocimiento a través de iniciativas como el Consejo de Innovación para la Competitividad, Innova Chile, las iniciativas a través de la CORFO y un creciente interés del sector privado.

De todas maneras, habría que mirar con cautela estos fenómenos, porque pareciera que la relación no es tan directa ni inmediata. Un punto crítico de las comparaciones es una emergente cultura de la innovación que ha pasado a caracterizar a la India, alcanzando grandes logros especialmente en el ámbito de las TICs, pero expandiéndose a otros campos tecnológicos. La principal desventaja es que en Chile, si bien se han realizado claros esfuerzos hacia desarrollar competitividad mediante la incorporación de la Innovación a las actividades productivas, éstas han estado en el ámbito de las Políticas Públicas, y aún se esperan las respuestas desde el sector privado. La mayor parte de los indicadores señalaría que los empresarios chilenos no están muy interesados en innovar; por ejemplo, una de las mediciones utilizadas, la inversión en I+D, señala un bajo porcentaje del PIB destinado a estas tareas (0,25%), y compuesto en su mayoría por aportes del Estado; esto quiere decir que la I+D no ha sido asumida como una actividad provechosa para la empresa.

El informe del Consejo de Innovación señala que la innovación “en productos o procesos (las formas de innovación más intensivas en I+D) alcanza a un 33% del total; de ellas sólo una de cada cuatro genera productos nuevos para los mercados nacionales y/o internacionales. Esta falta de novedad contrasta fuertemente con lo observado en países desarrollados con estructuras productivas similares, donde la innovación forma parte central de su estrategia competitiva”. Aparentemente, al hilar más fino en las ventajas comparativas, más allá de los recursos naturales y la mano de obra barata que movió a nuestro país y al continente en décadas anteriores bajo el modelo de las “economías emergentes”, la cosa no estaría demasiado auspiciosa.

Otro punto interesante es la importancia de las aglomeraciones urbanas en estas decisiones que rigen las localizaciones en la economía global. Saskia Sassen ha sido quien más se ha referido a esto. En Chile, llevamos un par de años hablando de Santiago en el concierto de las ciudades globalizadas; aquí la conclusión ha sido que disponemos de mayores ventajas producto de las características macroeconómicas y la estabilidad política del país, mucho más que atributos urbanos de la propia ciudad, teniendo grandes deudas en calidad de vida e integración social. No deja de ser un gran punto, sobre todo cuando “los expertos creen que están en juego unos 150.000 empleos directos para jóvenes chilenos en los próximos cinco años”.

En todo caso, no hay que confundirse. No estamos hablando del paisaje de la innovación de Palo Alto, Helsinki o Barcelona, sino del offshoring tercermundista. Para ver de qué estamos hablando, conviene mirar Slumdog Millionaire… y la pregunta que titula la película en castellano parece ser más que atingente: ¿Quién quiere ser millonario?