Ciudad y Vivienda Social: Los pobres, ¿merecen una pobre arquitectura?

Una vez más, siguiendo con los post de la XV Bienal de Arquitectura, este lunes les tenemos una nueva visión sobre la vivienda social.
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Por Alfredo Rodríguez

En una entrevista a Pablo Allard, publicada en el Diario “El Mostrador” el 14 de enero de 2005, cuenta que el origen del Proyecto Elemental estuvo en una conversación sobre el buen estado de la arquitectura chilena que sostenía con Andrés Iacobelli y Alejandro Aravena. En esa conversación, Iacobelli — un ingeniero, que fue director ejecutivo del Servicio País— les preguntó: “Si la arquitectura chilena es tan buena, ¿por qué la vivienda social es tan mala?”

Me gusta esa pregunta colocada en estos términos tan brutos, porque, sin duda alguna, desde un punto de vista arquitectónico o urbanístico, las viviendas sociales en Chile son muy malas. Y no me estoy refiriendo a ellas sólo como objetos espaciales, que en cuanto tales son deplorables. Me refiero a que una vivienda que no responde a las necesidades cambiantes de las familias, localizada en la periferia de las ciudades, sin servicios, que se degrada rápidamente, no es arquitectura, ni tampoco hay en ella urbanismo.

Hay escasos intentos recientes que se puedan rescatar: el Proyecto Elemental en los años 2000, el nuevo pueblo de Gualliguaica a fines de los 90, el Conjunto Andalucía para el Quinto Centenario, las casas de barro de Taller Norte en los 80, casas de tabiquería hechas por varias ONG durante la reconstrucción tras el terremoto del 85 cerca de Pomaire…
Estos proyectos nos muestran que la vivienda social no es simplemente una mercancía que se produce y se vende en el mercado. La vivienda para los pobres necesita de una rica arquitectura: estar orientada a responder a las necesidades de las familias de bajos recursos; ser un producto flexible, modificable, incorporado a la trama urbana; dar acceso a las oportunidades que la ciudad ofrece; facilitar la organización de los sujetos de la acción habitacional y hacer posible la construcción progresiva de barrios; incorporar el desarrollo urbano desde una perspectiva que vaya más allá de la tradición regulatoria.

Hace poco, en una librería de Buenos Aires, encontré un libro con ampliaciones de viviendas. Uno de los proyectos que mostraba era las ampliaciones de unos departamentos (con cara de vivienda social) en Alemania. Consistían en cubos que se colgaban de la estructura del edificio, agregando una pieza más a la planta original. En la publicación aparecía una explicación de la obra, el nombre de los arquitectos autores del proyecto, su ubicación, etc.

Cuando vi estas fotos, me recordé de esta otra, que me encanta, de una vivienda en Villa Sur, comuna de Pedro Aguirre Cerda, Santiago, que no está hecha por arquitectos, no está firmada y, además, está absolutamente fuera de la normativa vigente:Encuentro que este palafito muestra la desesperación y, sobre todo, la audacia con que los residentes de las villas intentan responder a sus necesidades ampliando las insuficientes viviendas que les entrega el mercado.
Es una respuesta frágil, porque la audacia y libertad con que se despliega no tienen cabida en el marco institucional de las políticas sociales o habitacionales. Pero no podemos decir que es pobre: es mucho más rica arquitectónicamente que el objeto inicial.
Entonces, retomando la pregunta inicial —los pobres, ¿merecen una pobre arquitectura?— y la de Iacobelli, podemos afirmar que la vivienda social en Chile es mala, cuando nos referimos al producto terminado de las empresas y de las políticas públicas actuales. Y es particularmente mala, porque no recoge lo que se puede observar al recorrer las poblaciones: las infinitas ampliaciones, modificaciones y variaciones (de buena, mala o pésima calidad) que expresan el bullente dinamismo con que la gente intenta apropiarse de los lugares donde vive. La arquitectura y el urbanismo oficial no tienen la libertad de ver y escuchar esa realidad.

Al ser un post exclusivo de la Bienal, sólo se podrá comentar en su sitio web. link aquí.