Lecciones de un rescate minero

Si en algo está la mayoría de acuerdo es en que el rescate de los 33 mineros nos dejó muchas lecciones, tanto por lo que no se hizo -y que llevó a este grupo de hombres a tener que sobrevivir por más de 2 meses bajo tierra- como por supuesto por lo que sí hizo y que tuvo como resultado que el rescate fuera todo un éxito.

La siguiente columna de Julio Poblete, publicada en La Tercera el 18 de octubre, habla de cómo las cosas bien hechas en el rescate se podrían extrapolar a  la planificación urbana, con el fin de mejorar la calidad de vida de los habitantes de nuestro país.

Lecciones de un rescate minero:

Por Julio Poblete

Si extrapoláramos las cosas bien hechas en el rescate minero a la política urbana, daríamos un vuelco a la calidad de vida en las ciudades.

SIN CAER en la autocomplacencia ni en sentimentalismos, es oportuno levantar y puntualizar las lecciones positivas que nos deja el rescate de los mineros, en especial para cualquier quehacer de interés público. En este caso, mi interés radica en que al extrapolar muchas de las cosas bien hechas de la mencionada operación, ellas podrían regalarle un vuelco favorable a nuestra alicaída política urbana y, en consecuencia, a la calidad de vida en nuestras ciudades.

La primera lección es que ante situaciones extraordinarias es necesario poner al frente medios extraordinarios. Lo anterior implica, sin descartar ninguno de ellos, tanto recursos humanos, monetarios, tecnológicos, normativos, institucionales y legales. Sería interesante discutir si la reconstrucción del país goza hoy de todos los medios extraordinarios que amerita su excepcionalidad. A simple vista es posible identificar que el financiamiento adicional está, pero sería bueno revisar la necesidad de nuevas herramientas para una gestión urbana de reconstrucción más eficiente y efectiva.

Una segunda lección directamente complementaria a la primera es reconocer el valor de una buena planificación, un actuar coordinado, armónico y redundante; cuestión que no vemos plasmada en el actuar de los diversos sectores que tienen tuición sobre las ciudades. Ministerios de Vivienda, Obras Públicas y Transportes históricamente han tenido agendas competitivas más que complementarias. Incluso, al interior de los mismos es posible detectar estos desacoples.

En un tercer lugar aparece como pilar fundamental del rescate la cooperación público-privada, honesta, transparente y sin demonizar. En un mundo donde las ciudades se hacen entre todos y con lo mejor de cada uno, Chile no cuenta con las herramientas para avanzar en esta línea.

Algo que también quedó meridianamente claro fue que la organización y el empoderamiento de los mineros respecto de su propio destino fue clave para este final feliz. Entender entonces que el rol de los ciudadanos va más allá de una participación enmarcada en el mínimo legal permite visionar una manera distinta de hacer ciudad y de fortalecimiento de la identificación del habitante y con su entorno.

Un aspecto que quizás no se ha recalcado tanto fue que el trabajo no sólo fue en equipo, sino multidisciplinario y multisectorial. Estos son dos enfoques que no abundan en la construcción de nuestras políticas urbanas, fuertemente sectoriales y delimitadas. En un país aún en vías de desarrollo, no podemos darnos el lujo de no rentabilizar al máximo las inversiones o de empobrecer el impacto social de las políticas y programas.

Finalmente, recalcar que parte importante del éxito del rescate radicó en que de inicio a fin existió una voluntad decidida y con profunda convicción, que empujó y lideró las acciones hacia el objetivo. Las buenas ciudades no son fruto del azar o de la casualidad. Las buenas ciudades son actos conscientes, decididos y coherentes con un objetivo final. Me atrevería a decir, incluso, que las buenas ciudades son el resultado de una cuota de voluntarismo.