PATRIMONIO Y REDUCCIONES

Quizás seamos, en castellano, la sociedad con menos patrimonio urbano. Hasta muy poco hemos tenido muy pocas ciudades. No es casual que la mayor parte de nuestro patrimonio consista en “casas patronales”, que sólo recientemente volvemos a ver. Pero tenemos ciudades arruinadas. Por ejemplo, Valdivia, Valparaíso y Santiago. Culpamos a los terremotos. Es una falacia. Basta mirar Santiago: su historia urbana consiste en un continuo éxodo hacia periferias y en la constitución de guetos ricos y guetos pobres que “no pueden verse” (ambigua expresión que de diverso modo sirve en ambos casos).Solemos destruir nuestro patrimonio urbano. O lo dejamos destruirse. Lo ignoramos. No lo conocemos. No sabemos mirarlo. Nuestra mirada tiene escaso entrenamiento. No sabemos respetar. Creemos que respetar es obedecer. Significa saber mirar. Pero nunca aprendimos a leer. Apenas a escribir. Así, confundimos escrutar con hurgar. ¿Hábito creciente de carroñeros? ¿Tanto ha calado el símbolo del cóndor? Claro, nos gusta imaginarlo -cada vez se lo puede ver menos- volando. Pero no reparamos en qué mira mientras vuela. Tampoco en que su otra actividad habitual es alimentarse, buitre al cabo, de carroña.

Por otra parte, nuestro proceso de urbanización, reciente, ha sido caótico. Más que de urbanización, de acumulación habitacional con dispar inserción, ahora, de malls -de mercados-. Se trata, en rigor, de un proceso premoderno, pariente del de la primera antigüedad, de las primeras urbanizaciones lidias y griegas, que fueron toda una revolución hace 2.600 años, ya no en torno de templos y palacios, sino en torno de mercados donde se empezaba a negociar con dinero.

Desde luego, nada pariente del proceso moderno de urbanización occidental. Éste, desde sus orígenes, más consistentes en las provincias holandesas, contó con un elemento crucial, ajeno a nuestra tradición: la institución bibliotecaria y sus ramificaciones en edificios pertinentes y en individuos hombres y mujeres que se organizaban la cabeza según lecturas. ¿Cuántas poblaciones de Chile pueden narrarse según la historia de bibliotecas? Ni siquiera Santiago. A lo sumo podríamos hacer una historia de Chile según la destrucción de incipientes bibliotecas y de imprentas más de una vez consideradas instituciones subversivas.

Esto no es una carencia menor. La mirada moderna se ha entrenado leyendo. En ciudades. No en amontonamientos. Ni en guetos. Ni en reductos como los que pululan entre nosotros, aunque a algunos se los llame condominios. He dicho “reductos”. No hace tanto decíamos haber situado en “reducciones” a los pueblos ahora llamados originarios. Resulta curioso que cuando tanto se habla por ahí de crecimiento nos empeñemos en reducirnos.

La Nación