Desde Chiloé: Mall de Castro, crónica de un fracaso

© Jorge Remonsellez

Por Nicolás Valencia

A dos años del estallido mediático por la construcción del Mall de Castro, y a días de una nueva edición del Día del Patrimonio en Chile, estuvimos en la Isla Grande de Chiloé reconstruyendo la historia detrás del polémica proyecto: un centro comercial que inexplicablemente se nos apareció de la noche a la mañana por sobre los palafitos y la Iglesia de San Francisco, pero que ya llevaba años urdiéndose en la ciudad austral.

Después del salto, sigue la crónica y las fotografías tomadas recientemente en Castro.

Castro se ha sacudido lentamente la espesa neblina que cubrió esta madrugada los fiordos, embarcaciones, palafitos y residencias de la ciudad. Aprovechando que salió el sol y la marea está baja, los turistas se van acercando tempranamente al puerto para tomar un tour en las lanchas que recorren el fiordo de Castro, uno de los tantos brazos de agua que desmigajan Chiloé hacia el este.

Al son del vals chilote ‘El tornado’, el Tenten Vilu recibe pasajeros para la primera vuelta dominical. Las familias ya acomodadas se abrochan los chalecos salvavidas para recorrer el fiordo, contenido al este y norte por suaves y frondosas colinas verduscas. Para capear el frío, algunos portan gorros chilotes -un clásico de la industria local del souvenir- comprados en el mercado provisional de Yumbel o bien, en Angelmó, allá en el continente, en Puerto Montt.

– Hola a todos, soy Cristián. Pregúntenme de todo, y si no lo sé, sabré mentir –bromea el guía turístico al presentarse.

Una breve explicación mitológica sobre la geografía de la Isla Grande de Chiloé que justifica el nombre de la embarcación luego da paso a una memorizada reseña sobre Castro, mientras el Tenten Vilu ya surca el fiordo con tonadas chilotas de fondo. La ciudad se aleja y los turistas toman privilegiada posición para contemplarla: las casas coladas entre la vegetación sobre la colina, los palafitos a orillas del mar, el Unicornio Azul, y la Iglesia Católica de San Francisco, de firma italiana, maderas locales, influencia neogótica y vestida de amarillo vaticano y lila cúspide.

A este paisaje hay que sumarle el Mall Paseo Chiloé, rebautizado por los medios como el Mall de Castro. El primero de la isla y suficientemente polémico y desescalado como para llamar la atención del resto del país, especialmente Santiago, a 1.200 kilómetros hacia el norte.

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Los turistas se incomodan ante la escena y algunos fruncen el ceño al contemplar al centro comercial quebrando el skyline de la ciudad. Cristián, el guía, explica rápidamente que “hubo 16 denuncias para parar la obra, porque hubo un decreto municipal durante años que prohibía que cualquier obra fuera más alta que la Iglesia. Incluso le hicieron rebajar unos pisos, revestirlo con madera, pero el mall va sí o sí porque acá con plata, baila hasta la gata” y un pasajero se aventura a realizar la misma pregunta que se repite en todos los tours: ¿y qué piensa la gente de Castro al respecto?

Todos queremos mall. La mayoría de los que reclaman son los de afuera. Acá cuantas más tiendas grandes tengamos, mejor para nosotros: más competencia y las cosas son más baratas”, señala Cristián. Y ante el enmudecimiento de la tripulación, se perciben los clics de las cámaras capturando la nueva postal, mientras el acordeón de ‘Corazón de escarcha’ se escucha más nítido que nunca.

Y el guía cambia el tema.

CUANDO NOS ACORDAMOS DE CASTRO

© Jorge Remonsellez

Volvamos a 2012: el 29 de febrero se viralizó en Facebook una fotografía del nuevo skyline de Castro: una mole de hormigón en construcción y 29 mil metros cuadrados salvados por alzaprimas, cubierto por telas blancas y andamios, erigiéndose sobre la ciudad y dejando a la Iglesia en un vergonzoso segundo plano.

Fue repentino, nadie lo advirtió y ningún medio masivo había hablado de él antes. Por esas fechas, las sensibilidades sociales estaban a flor de piel, pues veníamos de finalizar un año de decisivas movilizaciones estudiantiles, reflejo de una ciudadanía más consciente y participativa.

Por lo mismo, ese marzo fue contundente en declaraciones públicas y denuncias judiciales: el arquitecto chilote Edward Rojas declaró que el mall atentaba “contra el patrimonio y la identidad de sus habitantes”; el Colegio de Arquitectos envió una carta exigiendo al Ministerio de Vivienda la paralización de las obras; declaración que repetirían estudiantes de once escuelas nacionales de arquitectura. A las tres semanas, la Unesco exigió un informe sobre el impacto del mall, considerando el estatus de Patrimonio de la Humanidad de la Iglesia de San Francisco.

Mientras tanto, la necesidad de buscar un culpable tomó la figura de Nelson Águila y Jacob Mosa, alcalde de Castro y controlador del holding familiar Grupo Pasmar, respectivamente. Para entender la relación entre municipio e inversionista, retrocedamos nuevamente para desnudar un historial de precisas modificaciones normativas, inversiones fallidas e incluso la intervención de la Contraloría.

Documentado prolijamente por ‘Ciudadanos por Castro’, en septiembre de 2007 el Municipio de Castro discute y aprueba en sesión extraordinaria una propuesta privada -de parte del Grupo Pasmar- de un nuevo terminal de buses de 2.500 m2, entregado en arriendo directo por 30 años. No obstante, el Plan Regulador vigente (PRC 2007) prohibía su construcción en el centro histórico, así que al año siguiente se aprueban las modificaciones al instrumento de planificación, permitiendo “equipamiento clase infraestructura de transporte y terminales de buses en predios cuya superficie sea igual o mayor a 1.500 m2”, según el documento oficial.

La Contraloría, informa ‘Ciudadanos por Castro’, dictamina que la entrega del Terminal de Buses a Pasmar debe ser mediante licitación pública abierta y no a través de un contrato directo. A pesar del fracaso, las modificaciones al Plan Regulador permiten aumentar el metraje original de una propuesta de mall del mismo holding -con permiso de edificación aprobado según el PRC original- e inician las construcciones en 2010 con un edificio distinto al aprobado en el permiso de edificación. ‘Ciudadanos por Castro’ documenta que la Dirección de Obras Municipales emite órdenes de paralización de obras en noviembre de 2011, pero la constructora las ignora hasta que en febrero de 2012 el Juzgado de Policía Local -a través de una denuncia municipal- aplica una multa a Grupo Pasmar, quien la rechaza automáticamente. Días después, la fotografía de la ciudad es de público conocimiento y el escenario se complica, pues los ojos del país están puestos en Castro.

Desde ese momento, y pronto a su anunciada inauguración en septiembre de 2014, los esfuerzos por contar con el beneplácito de la opinión pública pasaron desde revestir de madera la fachada principal hasta realizar una encuesta ad hoc entre los castrinos (94% a favor); pasando por la invitación a un medio de prensa nacional para conocer el proyecto en detalle, pero lo único rescatable de esa visita fue una frase de antología de parte del Gerente Comercial: “el proyecto buscó privilegiar la vista desde el patio de comidas. La idea es que los visitantes tengan acceso a esta postal, sin costo y bajo techo”.

UNA INCÓMODA CAJA DE PANDORA

© Jorge Remonsellez

En un intento por desmarcarse de las irregularidades administrativas y normativas del centro comercial, el alcalde se defendió señalando que la discusión era ‘centralista y elitista‘. Sin embargo, no deja de ser cierto que el mall -cual Caja de Pandora- liberó un rosario de problemáticas de larga data. La más obvia versa sobre la consolidación en Chile hace ya veinte años del mall como batería concentrada de servicios privados compensatorios ante la reducida oferta de equipamiento público y un urbanismo neoliberal que estimula la ausencia de una verdadera y concienzuda planificación urbana. Igualmente, el ejercicio del vitrineo como actividad de ocio es la simbiosis nacional entre entretenimiento y consumismo, concordante con el grado de penetración del mall en Chile: en 2013 registramos 15,03 m2 de centros comerciales per cápita, el índice más alto en Latinoamérica.

Por lo mismo, el arribo del mall a Chiloé reduce tanto las ansias por los equipamientos exigidos masivamente así como también matiza la alta dependencia con Puerto Montt, a cinco horas de Quellón y tres desde Castro, incluyendo el cruce en barcaza a través del Canal de Chacao. ”Fíjese que perdemos un día completo en ir y volver, y súmele el costo de los pasajes en bus ($12.000, 22 USD)”, señala Marcos, pescador de la Caleta Pedro Montt.

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También esta Caja de Pandora visibiliza el persistente centralismo administrativo, económico y demográfico que ejerce Santiago y que históricamente ha alimentado los problemas que catalizaron protestas como en Aysén el 2012: limitada conectividad con el resto de la región y país, elevado costo de vida, bajos sueldos y escuálida reinversión de las ganancias privadas en las ciudades productivas, pues éstas regresan a la capital.

Esa carencia de servicios ha sido bien aprovechada por el Grupo Pasmar, fundado por la familia Mosa instalada en Frutillar en los años setenta y cuyo brazo inmobiliario actualmente maneja tres hoteles, dos centros comerciales en Puerto Montt y construye otro en Puerto Varas, el cual recibió críticas por tapar la vista de la Parroquia del Sagrado Corazón. Igualmente, que los proyectos del Grupo Pasmar estén en una misma región no es casualidad: en entrevista a La Tercera, el gerente general de Pasmar apeló a que “existen necesidades insatisfechas en ciudades como Puerto Montt y Castro” y el anuncio en 2012 de los US$ 119 millones de inversión en la región así lo confirman.

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La construcción además evocó al desarrollo urbano devorador del patrimonio e identidad de ciudades completas. Por el mall, tanto arquitectos como urbanistas y estudiantes rasgamos vestiduras por los valores arquitectónicos que estaban (están) en peligro, y se enjuició despectivamente a los castrinos por querer pasar el fin de semana vitrineando como sucede lamentablemente en el resto del país, en vez de leer entre líneas y reconocer la ausencia de equipamientos y servicios que sufre Chiloé.

En el clímax del debate, vimos a especialistas enfrascados en sendas discusiones sobre el futuro de Castro, quedando totalmente rezagada la opinión de los ciudadanos sobre esa dicotomía entre la conservación del patrimonio y las legítimas aspiraciones de desarrollo tanto de sus ciudades como propias. También quedó en evidencia la descafeinada formación en las escuelas de arquitectura sobre las lógicas económicas en la ciudad contemporánea: negación del mall como fenómeno consolidado, demonización del mandante/victimización del arquitecto y una pobre estimulación de la crítica estudiantil basada en el sentido común.

Esta discusión de salón de té desde las tribunas de los periódicos santiaguinos fue bien aprovechada por el alcalde de Castro, para ridiculizar al gremio invocando el estereotipo del arquitecto mesiánico: respondiendo al presidente del Colegio de Arquitectos, Águila ironizó señalando que éste opinaba “desde el ‘barrio alto’ de Santiago y trata de impostar su visión a estos ‘pobres’ habitantes de esta ignota isla”.

EL VECINO NUEVO

© Jorge Remonsellez

A pesar de lo que uno puede imaginar, el centro comercial no se ve desde la Panamericana Sur que anuda Chiloé de extremo a extremo y tampoco se distingue desde la Plaza de Armas, pero basta una caminata de cinco minutos para encontrarlo (400 metros), pues el mall aprovecha una geografía que en ese punto de la ciudad se derrama hacia el fiordo, regalándole una vista privilegiada hacia el mar y las colinas circundantes, lo cual explica su grotesca aparición en las postales.

La mole de hormigón se acomoda con evidente sobrepeso entre viviendas familiares de madera de dos pisos, frente a una carnicería, una pequeña farmacia y un callejón de tierra que conecta casas generosas en ventanas que reciben el sol al amanecer. Mientras tanto, la salida posterior da a San Martín, avenida de pequeños locales comerciales enfrentados a una escuela, el Luis Uribe Díaz, en cuya esquina sureste unos taxistas matan el tiempo probando el milcao frito que venden tres mujeres en canastos arropados, evitando que el frío matutino las enfríe.

Ése es el vecindario del mall y los castrinos son claros: será muy bien recibido, aunque algunos reparen en el tema estético. No obstante, la postal del Castro eclipsado por el centro comercial resulta nítida desde la Costanera Pedro Montt; arriba de las lanchas turísticas surcando el mar, o bien, desde las barcazas que arriban con comerciantes de papas, provenientes de la Isla Quehui.

© Jorge Remonsellez

En definitiva, es una vista turística que el castrino promedio no ve en el trayecto desde la casa al trabajo. Ahí uno entiende que la jugada del Grupo Pasmar fue colarse como protagonista a la postal clásica, en desmedro de asentarse silencioso en la periferia residencial o en la Panamericana Sur, aprovechando los flujos vehiculares de todo Chiloé.

Félix Oyarzún, vocero de Ciudadanos por Castro, advirtió en su momento que esta experiencia dejó una lección: “las modificaciones al PRC que permitieron esta construcción, fueron abiertas y expuestas por la autoridad municipal […] Este plan, que no protege adecuadamente el casco histórico de la ciudad […] fue conocido en su momento. Y los habitantes de Castro no reaccionamos”.

Héctor Caripán, Jefe del Departamento de Turismo del Municipio de Castro, reconoce que los castrinos ven en el mall la posibilidad de generar empleos y tener un lugar de esparcimiento, pero también hay miedo a que se destruya al comercio local. Esta sensación -muy acertada considerando el reciente desarrollo de los centros históricos de las ciudades chilenas- se refleja ya en la Plaza de Armas de Castro: en la misma cuadra hay cuatro locales de las tres principales cadenas farmacéuticas nacionales.

Esta opinión también es refrendada en pueblos cercanos, como en Dalcahue, un tranquilo destino turístico a 23 kilómetros de Castro. Ahí, José Vidal, dueño de un almacén, reconoce que esto mejora la oferta de ocio de Chiloé. “Yo viví diez años en Punta Arenas y la gente no tenía en qué entretenerse. Acá también faltan entretenciones para el chilote, pero para hacer un tremendo proyecto como el mall, hay que ser precavido. Es muy positivo que llegue, pero me coloco a pensar en el centro de Castro, la Iglesia y pienso, ¡¿por qué me pongo ahí?!

¿Por qué cree que decidieron construirlo ahí?”, le pregunto. Don José piensa mientras bebe de su taza. “Fue ansiedad, quisieron hacerlo rápido y la cagaron”, responde y se encoje de hombros.

Vía Plataforma Arquitectura