Columna hacia un Santiago de calidad mundial el observador urbano: “Los últimos remansos del barrio Plaza Ñuñoa”

Por Miguel Laborde, El Mercurio. (03/05/14)

Quedan pocos rincones urbanos en paz. Así como en los barrios Sucre y Guillermo Franke los vecinos lograron conservar áreas de baja altura, en el Plaza Ñuñoa son casi un milagro las casas que se han salvado, generalmente transformadas en cafés, librerías o restaurantes, que son, paradójicamente, los mejores lugares de recreación para los residentes de los edificios nuevos.

La transformación de este sector ha sido completa en los últimos dos años, caso coincidente con la construcción de los estacionamientos subterráneos y el bulevar gastronómico junto al edificio municipal. Las grandes casonas de las calles Jorge Washington, Gerona, Enrique Richard, varias con sus luminosas buganvilias y altos parrones, típicas de una clase media ilustrada y orgullosa de su identidad ñuñoína de los años 30 y 40, se han reemplazado por torres cuyos residentes también son profesionales o universitarios, jóvenes en su mayoría.

Es una diversidad valiosa para un barrio tener familias cuyos hijos van a los nuevos juegos de la plaza en el día, cafés que responden a un perfil de hábitos recientes, universitarios que se distribuyen en las cervecerías y pizzerías al atardecer, y restaurantes para cerrar la noche; pero todo depende de que subsistan algunas casonas.

En la comuna de Santiago se acuñó el concepto “remanso”. No son zonas típicas, porque no tienen relevancia histórica o arquitectónica, pero son calles o pasajes que permiten, con su baja altura y vegetación, espacios donde la ciudad descansa de las torres. Son ideales para concentrar cafés, bares, restaurantes y algún comercio, mixtura que los países desarrollados perfeccionaron desde la década del 60 bajo el lema “lo pequeño es hermoso”.

Si uno explora el entorno de la plaza, todavía encuentra algunas casas rodeadas de edificios, que podrían desaparecer. Sería una desgracia, porque el café orgánico de avenida Holanda, el de la pintoresca calle Bailén que es propiedad del Centro Cultural La Plaza, o la centenaria casona que ocupa el restaurante La Finestra de comida artesanal italiana excepcional -liderado por un joven chef de esa nacionalidad, y que cuenta con parrón antiguo-, le aportan toda su magia a este barrio. Los espacios oficiales, como la sala de exposiciones municipales o la librería del Café Literario, que está al frente, necesitan esos complementos. Lo mismo el Teatro UC, que este año presenta 12 obras. Es un valioso aporte al lugar, y, a su vez, necesita tener ambientes que ofrezcan al público dónde instalarse a la salida. Su antigua dulcería es, hace años, el bar restaurante Dante, en tanto al otro costado del teatro se instaló ahora una sucursal del bar The Clinic.

La tradición no se interrumpe, pese a los cambios. Son varios los clásicos, como el restaurante Las Lanzas, La Fuente Suiza, La Batuta -a cuya puerta se instala cada fin de semana una fila de jóvenes para oír a los músicos chilenos en vivo- y La Tecla, respaldada por un bosquecito de árboles centenarios…

Los espacios de acogida son el alma de una ciudad. Por algo es que el jeroglífico egipcio respectivo es una derivación de la palabra útero, y metrópolis incluye el concepto griego “meter”, madre, aludiendo a esa virtud de dar y acoger la vida.

Por eso es que la atmósfera en torno a la plaza es demasiado rica para que se pierda. Pero va a requerir una estrategia diferente a las de Santiago y Providencia, que alcanzaron a definir áreas; aquí solo quedan hitos dispersos, que exigen una microcirugía urbana caso a caso, para que Ñuñoa no deje de ser Ñuñoa, una comuna baluarte de la “clase media ilustrada” del siglo XX.

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La atmósfera en torno a la plaza es demasiado rica para que se pierda. Pero va a requerir una estrategia diferente a las de Santiago y Providencia.