Las tres claves de los cines de barrio para mantenerse vigentes

Renovarse sin dañar la infraestructura, apostar por una cartelera de nicho y no vender cabritas son las armas que utilizan sus dueños para competir con las multisalas.

Por Florencia Polanco, El Mercurio

Los cines arte de barrio, también conocidos como “de cuatro paredes”, tuvieron su época de oro en la década de 1980. En ese entonces, centenares de cinéfilos copaban sus butacas, para luego reunirse en el café de la cuadra a comentar el desenlace de la película, su fotografía o los guiños de algún director.

Pero con el arribo de las multisalas, a partir de los años noventa, la escena cambió. El flujo de espectadores comenzó a disminuir, y muchos debieron cerrar sus boleterías, como el cine Las Lilas o el Pedro de Valdivia, de Providencia, que hoy es un restaurante de carnes.

Pese a estas amenazas, y el constante recambio de las tecnologías, aún existe un reducido conjunto de cines de barrio que subsisten en la capital. Y la fórmula que emplean para mantenerse vigentes -cuentan quienes los administran- parte por renovarse sin modificar la infraestructura, pues eso los distingue entre los demás.

En el cine arte Normandie, por ejemplo, tienen más de dos mil cintas de 35 milímetros, pero también se implementa tecnología digital. “Es ineludible que se dejarán de fabricar películas en cinta. Por eso hay que ir adaptándose; no queda otra”, comenta la directora de la sala ubicada en el centro, Mildred Doll.

El estilo del lugar, de hecho, permanece intacto. Las cortinas de terciopelo, las lámparas art deco y las butacas forradas en cuero blanco le dan un aire moderno que seduce de inmediato. “Acá uno encuentra exclusividad, películas que no dan en cualquier parte, porque se escogen según su calidad, no por lo que venden”, dice un estudiante de teatro mientras hace la fila para comprar su entrada.

Apuntar a ese nicho en particular es otra de las estrategias que emplean para no sucumbir ante la competencia. “El denominador común que tienen las personas que vienen para acá es que les gusta este tipo de cine. Películas que dan para pensar. Por eso no vendemos cabritas, porque a mucha gente le molesta el sonido del comistrajo y se desconcentran”, comenta Daniel Scrigna, gerente general de El Biógrafo, ubicado en el corazón del barrio Lastarria.

Desde la entrada del cine, que tiene capacidad para 190 personas, se nota la diferencia. La boletería aún funciona a través de un agujero, se escoge el asiento en un panel de papeles enrollados y hay un acomodador. Las butacas color bermellón y el techo aconchado, además, les dan un aire hogareño que las multisalas no tienen.

Según Scrigna, con el paso del tiempo el flujo de público no se ha reducido, aunque varía según la época. “Como siempre, sigue viniendo el grupo de señoras a la matiné o los estudiantes a la hora de almuerzo”, cuenta.

Que el olor a cabritas no invada a los espectadores al ingresar a la sala es otra de las particularidades que han querido conservar estos cines. Pese a que algunos complementan la proyección de películas con obras de teatro o eventos culturales, como el Cine Arte Alameda, el pop corn como enganche no lo contemplan como una opción. Prefieren conservar su línea de siempre.

“El centro acá es la película. Y pese a que no se gana con este negocio, no hemos querido tirar la esponja. Recibimos no más de 15 personas diarias, pero seguimos funcionando, porque somos un espacio cultural”, explica al teléfono Carlos Aguayo, administrador de cine arte Viña del Mar, uno de los más antiguos de Latinoamérica.

Cerrados
El cine arte Tobalaba, el Pedro de Valdivia y el Las Lilascerraron, ante la escasez de público.