La ciudad tras el alzamiento de Tocopilla

Por Benjamín Blanco, La Tercera.

La localidad que protagonizó masivas movilizaciones esta semana, tiene problemas de contaminación, altas tasas de cáncer y una reconstrucción posterremoto inconclusa. A diferencia de Antofagasta, carece de sitios de esparcimiento familiar. “Es el patio trasero de la región”, repiten los vecinos.

La palabra Tocopilla se compone de dos vocablos, uno de origen quechua y otro en mapudungún, cuya traducción es “rincón del diablo”. “Pero preferimos decir que es rincón de Dios”, aclara Carlos Zepeda, vecino de la ciudad. Ubicada 186 kilómetros al norte de Antofagasta y a 150 kilómetros al noroeste de Calama, este rincón de Chile vivió las últimas semanas masivas protestas convocadas por una asamblea que demandaba soluciones a problemas como la falta de médicos especialistas y un subsidio eléctrico. Hubo bloqueo de calles, cacerolazos, banderas negras, una protesta en la playa y el apoyo de los dos más ilustres tocopillanos: el futbolista Alexis Sánchez, a través de posteos en Twitter y Facebook, y del escritor Alejandro Jodorowsky, mediante un video en YouTube.

El viernes, con la llegada de un ministro y dos subsecretarios, casi la totalidad de las peticiones encontraron un camino de solución. Al respecto, en la comunidad aseguran que, a diferencia de otros movimientos, como los de Aysén o Quellón, en su caso el mayor logro fue visibilizar la precariedad en que vive la ciudad.

Una localidad en que aún no concluye la reconstrucción, tras el terremoto de 2007, y donde las emisiones de material particulado grueso de las dos termoeléctricas influyeron en que fuese decretada zona saturada de contaminación. “El centralismo no es sólo de Santiago, también de Antofagasta. Tocopilla está aislada y abandonada, en medio de grandes urbes: no tenemos infraestructura ni espacios recreativos. Somos el patio trasero de la región”, asegura el alcalde Fernando San Román.

Las carencias respecto de Antofagasta y Calama son fácilmente identificables: la plaza principal está tapiada hace cuatro meses, por remodelación. No hay centros comerciales. Tampoco cine. Existe un solo supermercado, el otro cerró hace un mes. Por el contrario, hay 51 botillerías, ocho pubs y 20 patentes de cabarets, para una población cercana a los 30 mil habitantes. La mayoría de estos locales están ubicados en las dos avenidas principales: Arturo Prat y 18 de Septiembre, donde las luces de neón se encienden a las 20.00 y no se apagan hasta las tres de la madrugada. “Al no haber espacio para la recreación, se genera consumo de drogas, violencia de género y exclusión social”, reflexiona la vecina y asistente social Aída Aranzales.

Un informe elaborado por el gobierno regional después del terremoto, situaba el ingreso autónomo familiar en $ 379 mil, casi $ 194 mil menos que en el resto de la región. Además de la minería y la pesca, la principal fuente de trabajo son los servicios que se prestan a las termoeléctricas. “Una solución es la construcción de un espigón de atraque. Eso nos serviría para tener independencia de la minería”, asegura Harry Frías, ex dirigente portuario.

“Mi marido es operador de máquina pesada. Gana $ 500 mil. En Antofagasta o Iquique, pagan $ 800 mil”, cuenta Alejandra Rodríguez, dueña de casa, mientras camina por la calle Arturo Prat. Recalca que no se iría de su ciudad, ya que la quiere, a pesar de que le ofrecieron empleo en Mejillones: “Yo trabajaba en una pesquera. El año pasado cerró y propusieron que me fuera, pero éste es un lugar tranquilo, está mi familia y no quiero marchar para buscar una vida mejor, quiero que lo mejor llegue a Tocopilla”.

Según cifras del Ministerio de Vivienda, 3.566 familias fueron afectadas por el terremoto, hace seis años. De ellas, el 80% recibió nuevas viviendas o fueron reparadas las que tenían. El 20% restante tiene una vivienda asignada, pero está en construcción.

Estas familias se reparten en ocho campamentos, donde abundan los niños con la camiseta número 9 del Barcelona, la de Alexis Sánchez. “Se valora el avance, pero los gobiernos no se pueden echar la culpa unos a otros: ambos han sido lentos”, asegura el alcalde.

En caleta Boy, en el ingreso sur de la ciudad, hay dos campamentos. En el norte está el de los vecinos cuyas casas fueron demolidas por riesgo de derrumbe. En el sur, el de las familias que no contaban con viviendas propias. “Llegamos a Boy Norte en enero de 2008, cuando nos demolieron las casas. Han pasado seis años y en septiembre nos entregan las nuevas”, cuenta Nadia Urquizar, quien trabaja en el Hotel Bahía: “Convivir aquí ha sido tenso. Compartimos el baño, que a esta altura ya está oxidado, entre 50”.

Al costado del lugar, existe un sector de mediaguas habitado sólo por adultos mayores. A principios de 2008 llegaron 20, todos damnificados por el terremoto. Hoy quedan 10. En este caso la disminución no se debe a la reconstrucción: dos fueron ubicados en hogares de ancianos de otras ciudades (Tocopilla no cuenta con uno) y los otros ocho han muerto. “Es fácil llevar la cuenta. Todos los espacios vacíos que hay entre las mediaguas eran cabañas, pero cuando fallecen, las desarman y se llevan todo”, reflexiona Alfonso Astudillo (76), quien instaló una zapatería en el lugar y espera recibir antes de fin de año un departamento.

El Hogar de Cristo presta asistencia a estos adultos mayores. “Los abuelos no tienen dónde ir. Los hemos ayudado a postular a subsidios. Es tan fuerte la idea de erradicar los campamentos por parte de las autoridades, que las mediaguas son desarmadas rápidamente cuando fallecen”, dice Nayza Cortez, asistente social de la institución.

La madrugada del 2 de agosto, cuando manifestantes bloquearon el ingreso norte de Tocopilla, Ricardo Molina (17) recibió una bomba lacrimógena en el ojo izquierdo, que hoy tiene parchado. “Fue a las 3.00, pero como en la ciudad no hay oftalmólogo, partí a Antofagasta. Y, como no había nadie de turno, al final me atendí como particular, pero ocho horas después. Ahora puedo perder el ojo”, dice mientras sostiene unos anteojos oscuros.

Molina, estudiante de cuarto medio del liceo Domingo Latrille, asegura que protestaba por que su colegio aún no ha sido reconstruido. Desde 2008, sus 500 alumnos tienen clases en contenedores ubicados en la orilla de una playa: “He pasado cuatro años estudiando en un contenedor. Estamos cansados, pues las salas son muy calurosas y se escuchan las olas”. El joven, cuyo padre es transportista y su madre dueña de casa, perdió a su abuelo víctima de un cáncer gástrico en 2006. “En Tocopilla, todos conocen o tienen un familiar que murió o padece de cáncer”, afirma Silvia Jaramillo, presidenta la Agrupación de ayuda al enfermo de cáncer de Tocopilla. Debido a la falta de especialistas en el hospital, allí organizan operativos mensuales. “De las 40 atenciones, siempre hay dos o tres que son enviadas a Antofagasta para verificar si tienen cáncer”, dice Jaramillo.

El viernes, el ministro de Salud, Jaime Mañalich, señaló que la mortalidad por cáncer en la Región de Antofagasta es la más alta del país. Según cifras del hospital de Tocopilla, hay cerca de 90 de estos pacientes en una comuna de 30 mil habitantes. (En Chile, el Minsal estima que la tasa es de 136,5 pacientes cada 100 mil habitantes.) El director médico (S) del hospital, Carlos Massardo, resume la situación del siguiente modo: “En al menos 17 de esos casos de cáncer, el diagnóstico es terminal”.