La urbe catálogo

Sin darnos cuenta, nuestras calles se han visto invadidas por monumentales y contaminantes avisos comerciales.

Por Sebastián Sottorff, El Mercurio

Hace un par de meses, los vecinos de los emblemáticos edificios Turri, de Plaza Italia, despertaron con un inédito ofertón. No se trataba de la insuperable propuesta de un agente inmobiliario, ni menos de la promesa de algún producto irresistible. Era una pantalla resplandeciente, que durante las 24 horas transmite anuncios comerciales sin parar.

El problema es que nadie les preguntó a esos residentes si querían convivir con ese molesto fulgor diario. Nadie tampoco les ha preguntado a los millones de santiaguinos si quieren convivir rodeados de tanta publicidad.

Sin darnos cuenta, asumimos que la invasión publicitaria es una parte inherente de la capital. Pero no. Santiago no siempre fue el catálogo de las multitiendas, saturado de carteles y gigantografías que contaminan sus calles.

Murallas, paraderos, el transporte público, y hasta fachadas completas se han transformado en un soporte comercial en el que muy pocos ganan.

Sin embargo, en varias capitales europeas los espacios máximos de publicidad están normados por estrictos reglamentos, que definen los espacios y las formas que deben tener los avisajes. Lo mismo pasa con algunos locales comerciales.En Santiago, en cambio, a pocos metros del núcleo republicano que es el Barrio Cívico, las principales fachadas compiten con avisos y ofertas de farmacias, bancos y casas comerciales.

Por el otro lado, en comunas periféricas de la capital, los soportes publicitarios tienen otro estándar, y no son más que una paleta metálica con el ofertón de siempre. No mejoran la seguridad, no embellecen el entorno y no prestan ninguna utilidad. Solo representan un ingreso al municipio correspondiente, que en muchos casos no se ve ejecutado de manera directa entre las comunidades afectadas. Erradicar los anuncios publicitarios de nuestras calles es casi imposible. Pero fomentar soluciones creativas o ventajosas para las comunidades es una tarea que no solo recae en las agencias, sino también en las autoridades.