La primera torre que hizo mirar al cielo

En la actualidad es conocida por celebrar cada Año Nuevo con una gran fiesta que se caracteriza por el lanzamiento de fuegos artificiales. Sin embargo, en un comienzo fue símbolo de modernidad.

Vanessa Díaz B. Centro de Documentación

La Torre Entel fue por más de veinte años el emblema arquitectónico indiscutido de un Santiago que proyectaba en su figura sus ideales de modernidad. Sus 127,35 metros de altura y 19 pisos asombraban a los visitantes tanto como transeúntes habituales del centro de la ciudad. Hasta su construcción, lo más cercano a un edificio alto en el corazón de la ciudad eran los 82 metros del edificio Santiago Centro.

Para que pudiese ser inaugurada el 30 de agosto de 1974, la torre debió comenzar a erigirse en julio de 1970 por la entonces Empresa Nacional de Telecomunicaciones (Entel). Tenía la finalidad de dotar a nuestro país de un sistema completo de telefonía de larga distancia y también para hacer frente a la creciente demanda por el servicio, por lo cual se inician las obras del gran Centro Nacional de Telecomunicaciones, las que estaban insertas en el plan decenal de la compañía.

Meses antes del tradicional corte de cinta, “El Mercurio”, junto a otros medios de comunicación, fue invitado a recorrer los avances de la torre. Los obreros que contribuyeron a levantar esta construcción se mostraban orgullosos de que en ella trabajara solo personal chileno y que las piezas que se fabricaban para su instalación también lo fueran.

A tanto llegaba la satisfacción de los trabajadores que, según un artículo publicado en este diario, definían poéticamente a la torre como “esbelta, poderosa, práctica” y como un desafío que la ingeniería y la arquitectura chilenas habían logrado resolver.

Y no era para menos. En aquella época la Torre Entel era considerada una suerte de símbolo del nuevo mundo tecnológico, ese que por las características geográficas de nuestro país resultaba tan lejano como esquivo y que solo dejaba de serlo gracias a la instalación, en esa megaestructura, de los equipos que permitirían transmitir y recibir señales.

Pese a que su altura dejaba perplejo a cualquiera que se acercara a las intersecciones de Alameda con Amunátegui, la torre nunca fue concebida pensando en batir récords. Lejos de eso, sus dimensiones eran una manera estratégica para cumplir su rol principal: irradiar comunicaciones sin ningún tipo de interferencia. Por eso -señalaban entonces los técnicos- había que darle una densidad que la alejara de cerros, edificios o árboles.

Como ningún detalle de esta emblemática obra podía ser dejado al azar, la torre fue pintada externamente con un repelente al polvo, lo que le permitía conservar su color original y distinguirse de otras edificaciones de Santiago que, producto de la contaminación ambiental, lucían paredes ennegrecidas.

Luego de años de ocupar el “reinado” entre los edificios de mayor altura de Santiago, finalmente en 1996 sería desplazada por el edificio de Telefónica, de 34 pisos y 143 metros de altura. Sin embargo, aún es común verla como postal fotográfica dentro de las construcciones que hay que conocer cuando se visita la capital.