La historia del planetario que vino del frío

[bitAcora espacial] El alma del Planetario Usach, el robot óptico de dos cabezas y 160 lentes, fue una donación de la URSS. Iba a ser inaugurado en la Unidad Popular, pero tras 1973 su origen fue borrado.

por Por Roberto Farías, La Tercera

Cuando murió Máximo Pacheco, el embajador y ex ministro de Eduardo Frei Montalva el 5 de mayo de este año, además de sus secretos de 50 años en la política, se llevó la verdad de un mito que hoy podría ser útil: el Planetario de la Usach fue una donación de la URSS.

La actual directora del Planetario, la doctora Haydée Domic -antes directora del Museo Interactivo Mirador (MIM)- no lo puede confirmar. Sabe que Pacheco fue quien consiguió el equipo cuando fue ministro de Educación entre 1968 y 1970. Antes, fue tres años embajador de Chile en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), lo que podría darle algún asidero al mito. “Pero yo creo que cuando fue ministro lo trajo a Chile”, dice Haydée Domic, “¿de dónde? No lo sabemos. No queda ningún papel, ni nada”.

El alma de todo este sistema es un impresionante y complejo aparato fabricado en Alemania. Tiene 160 lentes y dos cabezas giratorias que proyectan las estrellas sobre una pantalla de 360 grados. Es un robot óptico mecánico hecho por la mejor industria de óptica hasta hoy, la Carl Zeiss. Es un modelo Mark VI Projector. El mismo equipo que tienen los planetarios de Nueva York, Chicago, Bogotá y el Galieo Galilei, de Buenos Aires. Todos adquiridos entre 1966 y 1970.

Los planos originales no mencionan muchos datos del origen ruso. El arquitecto Oscar Mac Clure no aporta mayor información. Aunque su exótico diseño del cono truncado para proteger el domo de proyección generó el otro mito de que se había basado en un observatorio maya. Los hijos de Máximo Pacheco no conservaron todos sus papeles. Sin embargo, Luz María Pacheco Matte, su tercera hija, lo confirma: “Mi padre consiguió el sistema en Rusia (la URSS hasta 1991). Efectivamente, fue un regalo”.

El constructor civil Luis Escobar, que hizo la evaluación de los costos del proyecto para la firma Neut Latour a principios de los años 80, recuerda: “Supe que las enormes cajas de madera -que deben haber sido varias porque contenían también la cúpula de metal donde se proyectan las estrellas- decían URSS por fuera. Estuvieron mucho tiempo guardadas en el Departamento de Física. Si no me equivoco, desde 1965. Y muy pocos sabían que se trataba de un planetario. Ni yo mismo al principio”.

Las cajas estuvieron en este depósito casi 20 años. Recién en 1981 se terminó de convertir la Universidad Técnica del Estado en la Universidad de Santiago, traspasando todos sus bienes.

“El Ministerio invitó a las universidades a hacer propuestas para un planetario”, dice Haydée Domic, “pero nadie quiso hacerse cargo”. Así que el Mineduc traspasó también las cajas a la Usach. Esta lo hizo por sí sola. El edificio se inauguró el 14 de marzo de 1985.

Y ¿cuál es la importancia de este mito olvidado? “Es que perdimos la garantía”, dice medio en broma, medio en serio el ingeniero Cesar Valdés, a cargo del aparato hoy en día. “Porque estos artefactos son tan complejos, que en los dos millones de dólares que cuesta uno, viene incluido un kit de repuestos y 10 años de mantenciones hechas por expertos de la casa de fábrica”, agrega. El Carl Zeiss chileno pasó otros 20 guardado y lleva 27 años funcionando. Y ya cumplió su vida útil con creces. “Hoy no encontramos ni ampolletas para un artefacto tan antiguo”, dice Valdés.

Los planetarios modernos son una mezcla de sistemas digitales y ópticos mucho más complejos. Este, como quedó fuera de la garantía de Carl Zeiss, lo mantienen únicamente técnicos chilenos que han aprendido en la práctica. Recurren al ingenio y como los taxis, a repuestos alternativos.

La última ampolleta original Wotan que venía con el Carl Zeiss se quemó por allá por 1996. Tuvieron que adaptarle otra tecnología de luz fría. Desde entonces cada día es un desafío. Si falla una pieza, la hacen. Todos los lunes se limpian los 160 lentes a mano. Revisan los motores y la hidráulica de la máquina mensualmente.

“Una vez al año, desarmamos todo el equipo. Entero. Pieza por pieza y lo volvemos a poner a punto”, explica Valdés. “Cada varios años, limpiamos el domo metálico -la pantalla- del esmog de Estación Central”, añade Valdés.

Lo único que no desarman es la consola tipo Doctor Spok con que se controla el hermoso artefacto, con perillas y switchs manuales, muy de los años 60, que hacen sentirse al controlador un amo del universo. En un costado tiene una plaquita que dice: West Germany.