Un nuevo patrón de segregación social a escala local

Imagen vía Portalinmobiliario

Por Paz González*

La segregación social,  entendida como el acto de separar y marginar a una persona o a un grupo de personas por motivos sociales, políticos o culturales, lamentablemente se encuentra inserta en nuestra realidad Latinoamericana, afectando también a nuestro país. Santiago, su capital, se presenta a su vez como un ejemplo muy claro respecto a la concentración territorial de grupos socioeconómicos, quedando en evidencia por el desplazamiento de los grupos de mayores ingresos hacia el cono oriente de la ciudad.

Sin embargo, en el espectro territorial de utilización del suelo, la segregación espacial fue transformando sus patrones originales hacia una escala menor, donde se producen los encuentros a escala local de distintas clases sociales. Esto termina evidenciándose en los cambios morfológicos en la vivienda, en sus perímetros de cercas y rejas cada vez más altas y seguras. La segregación espacial dio paso a la segregación residencial.

A partir de la década de los noventa se vivió en Chile un sostenido crecimiento económico, lo que produjo un aumento en el poder adquisitivo de la población y en su capacidad de endeudamiento. Esto, junto con un desarrollo en los sistemas de financiamiento de la vivienda de la época, y sumado a la aspiración histórica de la familia por la casa propia, produjo una gran demanda en el sector inmobiliario. Es así como distintas empresas inmobiliarias comienzan a ofrecer una serie de nuevos condominios en la periferia de la ciudad y en sectores rurales, lugares donde comienza a presentarse la aparición de un nuevo fenómeno social dentro de Santiago: la incorporación de barrios cerrados de clase alta y media-alta en comunas históricamente pobres. Este hecho constituye el comienzo de un nuevo patrón social, donde la escala de la segregación cambia a una escala menor, provocando un encuentro entre dos clases que antes no habían convivido jamás.

A partir de este hecho surgen variadas posturas acerca los “tipos de segregación” que son más dañinos: la histórica, en la que la segregación se presenta aislando geográficamente a grupos de menores y mayores ingresos; o la actual, en la que se produce un acercamiento en términos espaciales, pero se evidencia el amurallamiento para que estas dos realidades se acerquen lo menos posible en términos prácticos. Aquellos que tienen la visión de que la segregación actual es la menos dañina postulan que a partir de este fenómeno surge “…una modalidad de integración pluriclasista en virtud de la cual se genera una serie de intercambios y, en general, posibilita la interacción entre grupos sociales distintos” (Sabatini, 2001). En cambio aquellos que declaran que la segregación histórica es menos dañina, argumentan que “la instalación de comunidades enrejadas en su paisaje urbano constituye una interrupción brutal de la comunidad del mismo, lo que introduce una exacerbación de la diferencia y un incremento de la sensación de desigualdad” (Svampa, 2001).

Posiblemente esta última situación de segregación pueda ser más efectiva de resolver  a escala local, por medio del trabajo conjunto de todos los actores involucrados: municipio, comunidades y privados. Si bien el camino de resolución del conflicto es largo, al menos en términos económicos constituye una solución realizable de manera más probable, ya que por ejemplo, puede ser expuesto un programa entre estos tres actores, involucrando de manera especial a los agentes privados, que puedan hacer inversiones en términos espaciales.

Si se compara este tipo de solución, con proyectos que pudieran ser realizados a través de aportes públicos y de largo aliento, los proyectos de menor envergadura permiten que la resolución sea en un plazo de tiempo mucho menor que lo que seria un proyecto metropolitano o regional; por otra parte la corta duración del gobierno hace que proyectos de gran envergadura, como sería necesario en un proyecto que resolviera en parte problemas de segregación, no tengan continuidad y por ende que no lleguen a materializarse.

En términos objetivos, se produciría un mejoramiento generalizado en la calidad de vida de los habitantes del sector, ya que con la aparición de estos nuevos vecinos reciben todos los beneficios que su llegada provoca en términos de equipamiento urbano, como la pavimentación de sus calles, la implementación de alumbrado público, la instalación de alcantarillado y agua potable. Por otra parte, luego de un corto periodo de tiempo, se comienza a ver en estos sectores la aparición de nuevos servicios, tales como: supermercados, lavanderías, centros médicos, veterinarias, etc., que si bien están enfocados para el nuevo poblador, los antiguos también hacen uso de éstos. También el comercio existente se ve favorecido, ya que la aparición de los nuevos vecinos se traduce en un nuevo cliente con mayor poder adquisitivo.

Desde un punto de vista más subjetivo el poblador de menor ingreso experimenta una disminución de su estigma social de vivir en una comuna marginal, ya que ésta es ahora una comuna poblada por distintos estratos socioeconómicos.

Ahora bien es verdad que el condominio desarrolla una vida volcada hacia el interior, lo que no genera grandes relaciones entre aquello que se encuentra dentro de las rejas y fuera de éstas. Pero también es una realidad, el que constantemente se estén dando relaciones de una escala menor, como las de empleado-empleador o las de comerciante-cliente, que si bien no involucran lazos afectivos de por medio están generando una interacción y permeabilidad entre ambos mundos día a día.

La suma de todos estos antecedentes nos muestra una realidad nueva, un nuevo patrón de organización social.  Si bien existen distintos mecanismos para implementar servicios, equipamiento y áreas verdes en los sectores más pobres, esto sigue manteniéndolos en una situación de exclusión y estigmatización respecto al resto de la comunidad.

Hoy en día el panorama que estamos viviendo en estos términos, en ningún caso, puede constituir una solución. Es estrictamente necesario que este nuevo fenómeno se aborde de manera correcta y que no lo dejemos pasar como uno más de los azares del crecimiento de la ciudad. La correcta fiscalización de proyectos inmobiliarios, las demandas que a éstos se les exijan al momento de posicionarse en estos barrios y el trabajo a escala local del municipio, segregados y el privado es fundamental para que este hecho constituya un nuevo patrón de organización social efectivo y con conciencia social.