El revuelo de las zombiecities II: la educación en la ciudad

Fuente: UPI/ Agencia Uno

Hace un mes atrás publicamos un artículo sobre el fenómeno de las zombie walk: marchas creativas que ocurren simultáneamente en distintas ciudades del mundo, revelando el conflicto de exclusión a propósito de la creciente privatización del espacio público que promueven los patrones de consumo actuales. Desde un súbito despertar, el zombi se arrastra por calles con algún valor simbólico dentro de la ciudad, demandando el derecho de apropiarse de los lugares contenidos en su memoria enterrada. En Chile se ha escuchado hablar sobre el despertar de la ciudadanía, que comienza a dar forma a un bloque de demanda social por los derechos que entran en conflicto con el lucro en la ciudad y su sintomática inequidad. El brote de las últimas protestas asociadas al tema de la educación ha transformado el modo en que percibimos la ciudad como espacio de apropiación, en distintas escalas y gestos. Si bien ya distinguimos los clásicos puntos de encuentro en zonas céntricas y de alta carga histórica en Santiago, comienzan a aparecer en el mapa extensiones hacia la periferia que quiere ser escuchada, esquinas menores y algunos espacios públicos abiertos, como nodos a los que la gente asigna un nuevo valor de congregación.

Una buena estrategia para ver hacia dónde van las problemáticas urbanas es analizar la geografía de la protesta, reconociendo las distintas capas de manifestación que expresan de alguna manera la geografía del desarrollo desigual de la ciudad.

Es visible el hecho de que las manifestaciones como espectáculo urbano se han convertido en instrumentos de unificación, tanto de quienes adhieren a masivas marchas como aquellos que extienden su ayuda desde un cacerolazo por la ventana. Si bien existen algunos casos de violencia que se han personificado en los encapuchados como un segmento indeseable y aislado, existe una matriz predominante de protesta no beligerante que a pesar de las distintas visiones que lo componen, ha sumado un bloque de desarrollo cívico participativo. Desde el multitudinario thriller, hasta muestras menores de música, batucadas con caceroleo e instalaciones artísticas, difundidas principalmente a través de las redes sociales. En definitiva, se ha pespunteado una red de iniciativas que demuestran el intento de ocupar el espacio público diferenciándose de la violencia que inevitablemente suscriben unos pocos.

Si se revisan los catastros de georeferenciación colaborativa de las últimas protestas del 9, 18 y 19 de agosto, entre otras, se distinguen una serie de esquinas barriales, principalmente por Providencia y Ñuñoa, extendiéndose a La Reina, Macul y San Joaquín entre otras. Los focos se multiplican si se consideran los cacerolazos menos numerosos, pero concertados entre vecinos, y aquellos donde sólo un par de individuos se asoman por su ventana para ser escuchados. Mientras hace treinta años atrás el caceroleo se organizaba a partir de voz en voz que tendía a concentrar la noticia en algunos ejes simbólicos de la ciudad, hoy se tejió una red de información desde twitter, facebook y algunos blogs, que masificaron los posibles focos de reunión más accesibles a escala barrial. El fenómeno se extendió tanto en la capital como en distintas ciudades del país, descentralizándose en espacios locales que hacen más efectivo el acceso a la participación pública. En cuanto al interior de Santiago, llama la atención el hecho de que aunque fuera incipiente, el cacerolazo se escuchó tanto en Vitacura como en Lo Espejo y Puente Alto, mientras se espacializó tanto en lugares abiertos y holgados (Plaza Ñuñoa o Plaza Italia), como en angostas esquinas con unos pocos vecinos coligados. Estas últimas se posicionaron como un espacio nuevo y reducido de encuentro de los adheridos en numerosos focos de la ciudad que no pasó desapercibido. El fenómeno se volvió generalizado y la protesta se hizo inmediata, en la puerta de su casa.

Campaña cacerolazo virtual en las redes sociales

El libre uso del espacio público abierto y accesible es una condición mínima para poder ejercer el reconocimiento de derechos ciudadanos. Así como el espacio público abierto y sin rejas introduce conceptos de integración socioespacial, la posibilidad de acceder a una educación de calidad también implica disminuir los índices de segregación entre los ciudadanos. La educación distingue del mismo modo la posibilidad de construir una ciudad más equitativa. Las nuevas prácticas de protesta abierta y creativa, superando las tomas de algunas facultades inhibidoras, las barricadas obstructoras y la violencia limitante, traducen los valores de un nuevo capital cívico, que ha despertado y participa identificándose con su entorno. Es el escenario a partir de las efervescencias violentas el que desconocemos su curso de desarrollo y hasta dónde puede llegar a implicar daños para el resto de los ciudadanos. El recorrer de los zombis que se levantan para reconocer su ciudad y reivindicar su uso, también busca superar en su letargo los síntomas de exclusión que les ofreció la ciudad en su momento, apropiándose e identificándose con el espacio público: tras años de silencio en el que estuvieron adormecidos, se escucha un caceroleo por la creciente demanda por sus derechos.

Cacerolazo Plaza Ñuñoa, 9 de Agosto

Fuente: flickr, Claudio Olivares Medina