Estatua de Juan Pablo II: ¿ “ideología urbanística”?. Los vacíos que demuestra este caso

Me permitiré la rareza de comenzar un artículo igual que una editorial de El Mercurio: “A propósito de la alharaca por el eventual emplazamiento de una estatua de Juan Pablo II” – pero proseguiré en una línea diferente – resulta pertinente hacer notar algunos vacíos en nuestra cultura cívica y urbana chilensis.

La mentada editorial se titulaba “Ideología Urbanística”, denostando los argumentos que se oponían a instalar la estatua de 13 metros porque se impondría una figura religiosa a un espacio de tradición laica. La editorial mercurial versaba con aparente rabia: “para la vicepresidenta ejecutiva del CMN no se puede conmemorar bien a una figura como el Papa colocando su estatua ‘en un lugar de emplazamiento que tiene una historia muy importante, una historia laica’. Así, ya sabemos, con el ‘espacio laico’, sea lo que sea eso, no hay que confundirse. Por su parte, la ministra de Vivienda arguyó que ‘no se puede privatizar el espacio público’. Claro, porque lo público es público, y sanseacabó.”

Cito también las palabras en la carta del arquitecto Victor Valech el lunes 16 de noviembre en El Mercurio: “Es de suponer que el mismo organismo estatal (…) en su momento aprobó la instalación en la Plaza de Armas de Santiago de la escultura dedicada al Pueblo Indígena Nativo de Chile, la cual es un ícono del culto al feísmo que padecemos los chilenos.” Luego busca emparentar los argumentos entre éste y el caso del Papa preguntándose “¿qué es lo que da carácter laico a un espacio urbano?”.

Es justamente ésta última pregunta la que parece ser la más interesante. Pero no por la definición de “lo laico”, sino por la pregunta por dónde y cómo se decide el carácter de los espacios urbanos.

En esta ocasión afloraron una serie de pasiones respecto a acciones sobre un espacio público por su fuerte contenido simbólico. Se denota aquí un retraso igual al que existe en las identidades políticas en Chile. A principios del siglo XXI, además de la postura frente al plebiscito, es la decimonónica disputa por la separación de la Iglesia y el Estado la fuente de muchas de las identidades en los partidos políticos. Frente a una ciudadanía cuyos niveles de participación están en desarrollo, son esas mismas antiguas pasiones las que levantan viejos enemigos. En este caso, las banderas del laicismo y la devoción por el culto ciudadano de figuras religiosas se vio reflejado en un espacio de disputa muy propio del Chile actual: las instituciones de Educación Superior.

Y esto último no hace más que reafirmar el carácter polémico, y por lo tanto político, de la educación, especialmente la universitaria. No sólo en el acto de educar, sino también en la forma como el poder que estas instituciones ostentan, a través del mercado de la ES, queda demostrado en el espacio urbano.

Ya la delgada línea entre cuánto de lo que hago en mi metro cuadrado afecta lo que implicamos como colectividad ha sido un tema importante en esta esquina de Pio Nono y Bellavista. Antes de la disputa por la estatua, nadie había quedado indiferente al gran edificio de la Universidad San Sebastián diseñado y promovido por el arquitecto Cristián Boza. Al ver, por ejemplo, el sentimiento detrás de un grupo de Facebook hecho por estudiantes de Derecho de la Universidad de Chile que pedían poner “Una estatua de Darwin de 26 mts de altura frente a la Casa Central de la Pontificia Universidad Católica”, es posible entender cómo desde lo valórico e identitario se abordó esta disputa por esta plaza, como un espacio para la manifestación pública del Poder.

El asunto es que, una vez más, se demuestra la poca costumbre de resolver estos temas. La torpeza de la argumentación del CNMN demuestra un retraso en los espacios institucionales que debieran hacerse cargo de estos conflictos.

Al leer las descargas de los anti-papas y, especialmente en El Mercurio, de quienes aparentemente sienten vulnerado algo en ellos porque el Papa de 13 metros no dominará – a pocos metros de la Virgen del Cerro San Cristóbal – desde cerca nuestra Plaza Italia, resulta evidente que son argumentaciones tangenciales. No tocan abierta y sinceramente un conflicto que es de por sí válido: sea la razón que sea, los ciudadanos tienen derecho a oponerse o promover lo que ocurra en las ciudades.

Ya hemos dejado atrás el paradigma de la ortodoxia neoliberal de 1975, para la que la Ciudad – particularmente Santiago – era un mero mercado de suelos. Esto quiere decir que los asuntos públicos en la ciudad ya no son sólo la policía (el control) y una Regla de la Ley para participar como personas en el juego del Mercado. Hay mucho más que los asuntos de Estado y lo que cada quien haga con sus propiedades; se trata de una constante decisión colectiva de hacia dónde queremos –o no queremos – encaminarnos. La profundización de la democracia no implica sólo problemas como la elección de representantes, sino el reconocimiento de todos los espacios de conflicto, para que sean resueltos.

El principal vacío que demuestra esta situación es una falta de cultura de todas las partes de entender que estos conflictos merecen ser tratados explícitamente, y nos recuerda que tenemos una institucionalidad urbana tercermundista, acompañada de voluntades y prácticas ciudadanas adolescentes. Todo esto ocurre justo en uno de los espacios más interesantes del Chile que se viene; la institución universitaria más influyente en la élite política nacional y bastión de ese antiguo Estado de la modernización progresista y laica, la irrupción de instituciones educacionales privadas en manos de transnacionales y grupos de poder nacionales con una agenda propia, una comuna en transición como Recoleta, el mejor ejemplo de sociedad civil organizada en Santiago como es Ciudad Viva por sus logros en el Patio Bellavista y la Costanera Norte, y el Parque Metropolitano más grande de Sudamérica, absolutamente abandonado por el interés público.

Si no reconocemos nuestros vacíos frente a las narices de nuestro Centro, no sé dónde más podríamos hacerlo. Avanzar en democracia es siempre en base a lo mismo: reconocer nuestro espacio y en él nuestros conflictos, para hacernos cargo.